Raquel, española en Finlandia: "Mi suegro es el niño del anuncio de una de las marcas más famosas de Europa, pero sólo le pagaron una vez"

Alberto Herrera descubre en las mejores historias de los oyentes de Herrera en COPE sobre anuncios de televisión que protagonizaron hace años

Paco Delgado

Madrid - Publicado el

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 Detrás de los grandes iconos comerciales que pueblan nuestro día a día a veces se esconden historias personales de lo más sorprendentes. Es el caso de la que desveló Raquel, una oyente que conectó con el programa desde Finlandia para compartir una curiosidad familiar que une su vida con una de las marcas más reconocibles del planeta. "Pues mira, yo te llamo desde Finlandia y te voy a contar una cosa muy curiosa. Es sobre mi suegro", comenzó explicando, antes de lanzar la pregunta retórica: "Bueno, todos hemos ido a IKEA, ¿no?".

La conexión se remonta a los propios orígenes del gigante sueco del mueble. "Esto es de un anuncio pues de cuando empezó IKEA, de los años 50", detalló Raquel. "Mi suegro era un niño muy guapo, muy guapo". En esa época, según relató, existía una práctica publicitaria que hoy podría resultar chocante: "Por aquel entonces las agencias de publicidad en Suecia elegían a gente en Finlandia porque era más barato. Finlandia en comparación con Suecia era mucho más pobre, entonces les costaba mucho menos coger a los niños aquí en Finlandia que en Suecia". Así, su suegro, de origen finlandés, se convirtió en un rostro habitual en las campañas suecas de la época.

Museo de Ikea

Niño en un cartel promocional de Ikea en 1950

Una estrella de Ikea

El trabajo más perdurable de aquel niño fue, sin saberlo, para IKEA. "En la tienda de alimentación que hay en todos los Ikea, la tienda de productos suecos, hay unos tubos de crema de caviar y de pescado y cosas así, pues el niño que sale en el dibujito es mi suegro", explicó Raquel con naturalidad. La imagen original era una fotografía que, con el paso del tiempo, se transformó en el dibujo que aún hoy perdura en los lineales. "Originalmente era una foto, ahora es un dibujo, pero sigue siendo el mismo niño", aclaró.

Sin embargo, esta historia de fama mundial tiene un contrapunto que no pasó desapercibido para Alberto Herrera y su equipo: la compensación económica. "¿Y una pregunta, ¿por eso le pagan? ¿Le pagan todavía o no?", inquirió el presentador. La respuesta de Raquel fue clara y concisa: "No, no, no le pagaron. En su momento a los padres les pagarían un dinero". Un único pago, hace más de medio siglo, por una imagen que se ha convertido en un elemento omnipresente en los más de 400 establecimientos que la marca tiene en el mundo. Un trato que, sin duda, contrasta con las prácticas actuales en materia de derechos de imagen.

Alamy Stock Photo

Tienda de Ikea

 El lado B de los iconos infantiles  

La anécdota de Raquel no es un caso aislado en el mundo de la publicidad. Otros "niños anuncio" han vivido experiencias similares, condenados a la fama eterna por una imagen de su infancia.

 El rostro de Kinder Chocolate es el ejemplo más conocido es quizás el del alemán Günter Euringer, cuyo rostro sonriente ilustró las cajas de Kinder Chocolate durante más de 30 años, desde 1973 hasta 2005 .   

Comenzó a los 10 años y, a medida que crecía, la empresa tuvo que realizar retoques en la imagen, como añadirle orejas falsas en alguna etapa, para mantener la ilusión del niño eterno . A pesar de su longevidad como icono, Euringer reveló en su libro 'Das Kind der Schokolade' que por el memorable trabajo recibió 300 marcos alemanes (poco más de 150 euros) en dos partes . Además, confesó que sentía vergüenza por su aspecto físico y que, irónicamente, no le gustaba demasiado el chocolate que promocionaba . Tras dejar de ser el niño de Kinder, Euringer se formó como cámara y llevó una vida alejada de los focos .

Estas historias revelan la paradoja de una fama efímera que se immortaliza en un envase, donde la compensación rara vez se equipara al valor simbólico y de reconocimiento que la imagen adquiere para la marca. Mientras los productos siguen en los lineales, las personas detrás de esos rostros infantiles llevan vidas normales, a menudo con un único pago como único recordatorio de su pasado como iconos públicos.