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'Crónicas perplejas': “De niños, mi madre nos castigaba a mi hermana y a mí si no dormíamos siesta”

Recuerda Antonio Agredano aquellas siestas de la infancia, del verano, y de cómo ha cambiado todo

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Redactor de COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 10 may 2023

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Recuerdo que, de niños, mi madre nos castigaba a mi hermana y a mí si no dormíamos la siesta. Sobre todo, en las tardes de verano. Bajaba las persianas, encendíamos el ventilador Taurus, y nos íbamos repartiendo por el sofá y los sillones. Mi padre ponía el Tour sin apenas volumen en aquella televisión marrón y culona incrustada en el mueble bar. Ikea no existía. El teléfono de góndola, salvo noticia trágica, nunca sonaba de cuatro a ocho. Fuera olía a césped recién cortado y sonaban insistentes las chicharras.

Cómo ha cambiado la historia. Ahora por un cosque en el sofá daría cualquier cosa. Por sacar un ratito para quedarme en calzoncillos y tumbarme con las manitas en el pecho, como una momia, y quedarme así, quietecito. Pegarme una de esas siestas largas y profundas en las que, de repente, sientes un cosquilleo en la cara y resulta que es un arqueólogo quitándote el polvo de los párpados con una brochita.

Mi padre era de siesta japonesa. Se tumbaba bocarriba en el sofá. Entre su moreno y lo canijo parecía una cucarachita harta a raigón. Cerraba los ojos quince minutos y se despertaba de repente dando un brinco y con la batería llena. Yo no he salido a él. A mí me gustan las siestas como le gustaban a Camilo José Cela. Siestas de pijama, padrenuestro y orinal. De esas que te levantas y es más hora de cenar que de merendar. El auténtico yoga ibérico. Siesta de babilla caída sobre el cojín. Esas siestas absolutas en las que se puede derrumbar el mundo, nos pueden conquistar los extraterrestres incluso, y uno ni se entera.

Las siestas ya no son como antes. Cuando no es el pitido del whatsapp es el repartidor de Amazon o una llamada para que cambies el contrato del gas o los niños con la tablet a todo volumen o Alexa diciéndote el tiempo que hace o la Thermomix avisándote de que ya te ha hecho las papas con choco. Ay, aquellas siestas de verano, con la casa a oscuras, el paipai de mimbre sobre la mesa. Las figuritas de porcelana en las estanterías. Los polos flas esperándonos en el congelador. Cómo podía yo negarme a dormirlas. Qué absurda es la infancia. Lo que daría yo ahora por tumbarme una hora en aquel sofá de escay y despertarme con los ojos hinchados de dormir y toda la tapicería pegada en la espalda.


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