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'Crónicas Perplejas': "No se bebe para olvidar lo malo, se bebe para recordar lo bueno"

En este día festivo, habla Antonio Agredano de algo tan típico y nuestro: los bares, ¡qué lugares!

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Tiempo de lectura: 2'Actualizado 11:02

En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.

Así nos lo cuenta Agredano:

Al bar hay que llegar llorado de casa. Las penas, como los pijamas de franela, mejor guardarlos bajo la almohada de cada uno. No se bebe para olvidar lo malo, se bebe para recordar lo bueno. He servido más copas de las que me he tomado. Trabajando en la noche aprendí a identificar la tristeza de mis clientes. Sólo hacía falta asomarse a sus ojos cuando se acercaban a la barra a pedirme. Yo llegaba puntual aquellas noches. Levantaba la persiana. Limpiaba la barra con ginebra, me guardaba el abridor en el bolsillo trasero del vaquero y me apoyaba en las neveras esperando a los primeros bebensales. A los que eran parroquianos y a los que entraban despistados. A los ansiosos y a los que iban llegando con calma. A todos esos amigos breves. Todo bar tiene su sagrado público. Cada camarero es un libro garabateado de historias.

La vida es extraña y a veces se astilla. Los bares alivian nuestros pequeños pesares. Los bares son el pegamento que une España. No hay nada más desolador que el silencio entre canción y canción. Ese eco fúnebre. Por eso me gustan los bares ruidosos. La melodía incesante de las tragaperras. Los golpes en la máquina de café. Las risas en las mesas del fondo. Los niños correteando entre las mesas. A los bares hay que llegar con ingenuidad y júbilo. Todo brindis es una celebración de la vida.

No entiendo esos bares blanquísimos donde hay que susurrar en las mesas. No entiendo a esos camareros que se pasan cinco minutos explicándote la carta. Entiendo la modernidad como el retorno a donde fuimos felices. El mundo empezó a convertirse en un lugar peor cuando las copas de balón sustituyeron a los vasos de tubo. ¿Recuerdan aquel hielo que se quedaba atravesado en mitad del vaso de tubo? La vida se parece tantas veces a ese cubito atascado que ni para atrás ni para adelante…

A lo bares, decía, hay que llegar llorado de casa, porque la tristeza es inevitable, pero el entusiasmo se elige. Y nos mantiene vivos. Chupitos y penúltimas rondas. Mirar el reloj con culpa. Calcular las horas de sueño antes de que suene el despertador para ir al trabajo. Los abrazos inesperados. Esos amores imposibles. A las heridas hay que echarle más bares y menos mercromina.


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