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“No queremos acabar con las cotorras sino controlar su población porque su cantidad ya es perjudicial”

Santiago Soria, subdir. gral. de Parques y Viveros del Ayuntamiento de Madrid, explica por qué estos animales, en masa, pueden ser perjudiciales

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Tiempo de lectura: 5'Actualizado 15:14

Sales al parque y ahí están, graznando, innumerables las cotorras, con unos nidos enormes y peligrosos. Nos han invadido y hostiga al resto de los animales y perjudica al ecosistema. ¿Qué ha pasado? Pues que en muchos lugares de España las cotorras argentinas son una plaga.

Para explicar por qué tenemos en Fin de Semana a Santiago Soria, ingeniero de Montes, doctorado en plagas y subdirector general de Parques y Viveros del Ayuntamiento de Madrid, quien ha contado este animal “aparece en nuestro país a finales del siglo pasado, a partir de 1985-1986. En principio es esporádico, es un bicho bonito y llamativo, simpático y no se alertó del peligro que representaba. Pero empezó a reproducirse, se han adaptado perfectamente a nuestro clima tanto de la costa, que era más normal, como del interior, como en Madrid, y en principio no esperábamos que se adaptaran tan bien, pero lo han hecho y ahora hay muchísimas. No tienen prácticamente enemigos naturales y son una especie que no son de aquí y eso ha llevado a que el Ministerio de Cultura, que es quien tiene la potestad, le haya declarado ‘especie exótica invasora’, y eso implica que no se puede vender, es ilegal tanto la venta como el transporte dentro de España. Esto implica que ya solo se pueden tener las que ya se tuvieran y estuvieran dadas de alta. En cautividad y controlada sí se pueden tener, pero nuevas ya no”.

Hay bastantes especies, pero que tengamos en España asilvestradas hay dos: “La argentina, que es de la que hablamos, y la de kramer, que es asiática pero que, para nosotros es muchísimo menos dañina. Es una cotorra que tiene menos del 10 % de población que la que tiene la argentina. ¿Es un problema? Por supuesto, pero mucho menor que la que nos ocupa. No se diferencian mucho, una tiene un collar de color amarillo o rojizo y la otra no, pero es difícil diferenciarlas. Se diferencian más en que la argentina hace unos nidos monstruosos que llegan a ser peligrosos y pueden pesar más de 100 kilos. La de kramer anida en huecos de los árboles, mucho menos dañina pero es tremenda y hace la competencia a los grandes murciélagos de algunos sitios y los está poniendo en peligro de extinción porque les quita el sitio de anidar”.

Sobre por qué son negativas para los oyentes, Santiago detalla que “están declaradas especies exóticas invasoras, las ha traído el hombre, no han llegado por su propio camino y hacen algún daño a la naturaleza y por eso son invasoras. Compiten con nuestras especies autóctonas por el espacio, por el sitio donde anidan y por la alimentación y, además, pueden ser transmisoras de enfermedades a las que, curiosamente, ellas son casi inmunes pero nuestras especies sí son sensibles y pueden contraerlas. A las personas no parece que las contagien o no tenemos información de contagios, en todo caso”.

Los nidos, por su parte, son tan grandes y pesan tanto que son peligrosos, como explica Soria: “Pueden llegar a 100 kilos y si caen desde 20 o 30 metros de altura son una bomba. Los hacen con ramitas que van cortando y las hilan y tejen. En los nidos tienen distintas entradas, ‘bocas’ que decimos nosotros, y en cada boca vive una familia, pero hay nidos de 15, 20 e incluso 30 bocas, en Argentina, su país de origen, llegan a las 200 bocas”.

Santiago comenta que, de cifras, “tenemos datos de toda España, pero en estos momentos es Madrid la que, por desgracia, tiene mayor población, seguida de Barcelona. En el último censo, en Madrid, hay entre 13.000 y 15.000 cotorras, una monstruosidad, sobre todo comparado con el censo anterior que es de 10.000. En muy pocos años, apenas tres, hemos subido un 50 % la población. Eso, o lo paramos, o es catastrófico. En España debe haber unas 45.000 o 50.000”.

Ya hablando de las soluciones, Soria reconoce que, “desgraciadamente, el haber permitido que llegue a esta población obliga a medida que no gustan. Se podría haber controlado mucho mejor, mucho más fácil y de una manera mucho menos cruenta si hubiéramos actuado desde el principio. Ahora no queda más remedio que actuar de manera poco cruenta con es la eliminación de huevos, bien por esterilización de huevos bien por quitar las últimas puestas, es decir, engañar a las hembras para que empollen huevos que hemos matado o sustituido por huevos falsos, y entonces disminuye la población porque no hay cambio generacional, pero eso que funciona perfectamente con poblaciones bajas ya es imposible. Con solo eso no podemos evitar la gran cantidad de nidos. Cada cotorra pone entre tres y diez huevos y más de una vez pueden poner dos y hasta tres puestas al año, por lo que es exponencial, es terrorífico el poder de reproducción que tiene y, al no tener enemigos naturales, el único enemigo que tiene, prácticamente, es el hombre. No queda más remedio que disminuir el número de reproductores y el veneno está prohibido. Nosotros, desde el Ayuntamiento, tenemos que capturarlas en vivo y eliminarlas por métodos no dolorosos: o inyección letal o un gas somnífero para que duerman y mueran, pero la Ley exige que sea no doloroso. Se puede usar escopeta de aire comprimido, no es arma de fuego, pero el Ayuntamiento, hoy por hoy, y si no es necesario, no está por la labor de usar perdigón del 5,5, aunque ha habido ciudades como Zaragoza donde se ha usado y ha sido una magnífica campaña y ha dado resultados excepcionales. Prácticamente han acabado con ellas con disparo de guarda forestal. En Madrid estamos más con la captura y eliminación por métodos no dañinos, aunque hay estudios, como en Australia, donde dicen que el disparo por perdigón es muy poco doloroso y rápido, por lo que la cotorra, curiosamente, prácticamente no sufre”.

“El problema”, detalla Soria, “es que se traen especies de otros países y se hace con muy pocos estudios. Si se trajeran especies que estuviéramos seguros de que no se pueden reproducir en nuestro país el problema sería pequeño y causaría el daño que causa cada individuo, pero desgraciadamente hay muy pocos estudios previos, se traen solo porque son bonitas, simpáticas o atractivas, y cuando se escapan a la naturaleza o, bienintencionadamente, se les suelta, ocurre esto”.

Por supuesto hay gente que rechaza que se eliminen cotorras, sea por el medio que sea, algo que Santiago reconoce y explica por qué: “Deben saber que el Ayuntamiento no quiere exterminar sino controlar la población, aceptaríamos una población no dañina y que no sea un problema para el ecosistema. Ellos aducen el profundo respeto a la vida, para ellos cada ser vivo es un ser independiente que tienen sus derechos. En realidad, hablando estrictamente, derechos solo tiene el hombre, el hombre puede dar derechos a la naturaleza, pero la naturaleza no puede exigir derechos. El derecho es netamente humano. Extrapolando, lo que quieren decir es que todo ser vivo tiene derecho a vivir y los demás no tenemos derecho a quitársela; eso, que filosóficamente suena muy bien, en la práctica no tiene sentido: aunque el virus no está demostrado que sea una cosa viva, si pudiéramos acabar con el coronavirus, todo el mundo firmaría para acabar con él; si pudiéramos acabar con las ratas en las ciudades, lo mismo, o con los mosquitos. Ese respeto a la vida está muy influenciado porque parte de esa vida puede ser perjudicial o incluso contraria a la nuestra”.

Entonces, ¿por qué no podemos cambiar el ecosistema? “Es muy peligroso”, asegura Soria, que añade que “no tenemos la información de lo que puede pasar. La naturaleza es tremendamente complicada, decía un profesor mío que ‘cuando algo parece fácil es que se ha estudiado poco’, algo totalmente cierto. Es muy poco prudente provocar acciones de las que no sabemos cuál va a ser su final. Y hay que respetar millones de años de evolución, nuestras especies han tardado millones de años en vivir donde viven y han evolucionado para aguantar nuestros climas. La evolución no para, pero si nosotros jugamos metiendo elementos que no son normales y de golpe, hacemos trampas; la naturaleza tarda millones de años en hacer algo y nosotros lo hacemos en una semana, y eso trae implicaciones”.

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