Tras su ordenación sacerdotal en Irlanda, los superiores de los Oblatos de María Inmaculada enviaron al P. Eamon O’Reilly a la provincia sudafricana de Transvaal, donde fue pastor de comunidades parroquiales en Johannesburgo y sus alrededores. Uno de sus destinos fue la parroquia Regina Mundi en Soweto, una vasta zona urbana al suroeste de Johannesburgo. Allí tuvo que afrontar desafíos enormes como la pobreza, la falta de oportunidades y el opresivo régimen del “apartheid”.

El templo fue construido en 1961 y al año siguiente fue consagrado por quien se convertiría en el Papa Pablo VI, el entonces arzobispo de Milán, cardenal Giovanni Battista Montini. Regina Mundi está situada en el centro de Soweto y es una de las más grandes iglesias católicas de Sudáfrica, con capacidad para casi 5.000 personas. Los Oblatos querían acoger a todo el mundo de aquella aglomeración de hogares pobres que era Soweto.

Muchas personas perseguidas encontraban refugio en la parroquia, pero fue el 16 de junio de 1976 cuando saltó al primer plano. Aquel día los estudiantes que protestaban en el cercano estadio de Orlando buscaron refugio en la parroquia. La policía entró en el templo disparando y dañando el altar y el crucifijo.

La labor del padre O’Reilly durante y después del apartheid hizo que la parroquia Regina Mundi fuese conocida como la “catedral del pueblo”. En ella tuvieron lugar, de 1995 a 1998, las audiencias de la Comisión de Reconciliación que presidió el Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu, y en 1997 el presidente Nelson Mandela estableció el 30 de noviembre como el “Regina Mundi Day”, para rendir homenaje a esta parroquia y a quienes estuvieron a su cargo en aquellos difíciles años.

El año pasado el padre Eamon pudo ir, por última vez, a la parroquia de su corazón, para despedirse. Ahora sus restos reposan en el cementerio de Drumlane, en Irlanda, donde no es ni mucho menos el único misionero enterrado.