La desconocida historia de un candidato a concejal que quería lograr que Pamplona tuviera playa: "Por un tubo"

Aniceto Petit incluso propuso que la tubería incluyera el transporte de pescado 

Petit retratado por Briñol
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COPE Navarra

Petit retratado por Briñol

Fermín Laspeñas

Pamplona - Publicado el

6 min lectura

En COPE Navarra hemos descubierto, de la mano del profesor de Historia, Pedro del Guayo, la increíble vida de Aniceto Petit Mendaza, un vecino de Pamplona que hace unos 115 años se le ocurrió una idea tan peregrina como que la capital navarra contara con playa y agua del mar. 

Evidentemente la idea no salió adelante, pero Petit, una persona muy querida en la Pamplona de la época quiso sacarla adelante incluso presentando su candidatura a concejal de la ciudad

Aniceto Petit Mendaza vino al mundo en Estella el 17 de abril de 1863. Su juventud se vio envuelta en la última de las guerras carlistas y mientras Pamplona era sometida a un bloqueo que duraría desde septiembre de 1874 hasta febrero del 75, el joven Petit se formaba en el oficio de zapatero en la ciudad del Ega.

Años después se casó con María Echávarri Iñigo, natural de Muez y nacida el 26 de noviembre de 1853. Aun teniendo diez años más que Aniceto, decidieron unir sus caminos y construir un futuro común.

En el año 1897 se instalaron en Pamplona en el número 4 de la calle San Gregorio y Petit comenzó una poco beneficiosa labor de zapatero.

Según cuenta la historia popular le robaron el primer par de zapatos que hizo. Por su carácter y personalidad, Aniceto consiguió integrarse de forma plena en la sociedad pamplonesa y convertirse rápidamente en uno más de sus vecinos.

Petit fue durante toda la vida amigo del buen comer y del buen beber y no solo por la calidad de lo ingerido, sino también a su cantidad. Como buen tripero que era conocería todos los rincones gastronómicos de aquella Pamplona: desde la fonda La Perla de la plaza del Castillo, hasta la churrería de Balbino de la calle Zapatería.

SUS PRIMEROS AÑOS EN PAMPLONA

En 1909 Petit abrió una nueva zapatería en el número 31 de la calle San Gregorio. Se ve que quería dar otra oportunidad al oficio que había mamado desde pequeño y que llevaba en su interior. Pero sus sueños se diluyeron con la misma rapidez que cae la lluvia y acabó cerrando el negocio, pidiendo la plaza de perrero municipal. Eran estos momentos de cambio en la vida de Aniceto, momentos de transformación.

Por esas mismas fechas Pamplona también se hizo un lavado de cara. Tras muchos siglos echando raíces en el viejo burgo de San Cernin, ese año de 1909 se derribó el centenario caserón que albergaba el Consejo Real, la antigua cárcel y la perrera, con el inmediato traslado de ésta  última a la calle Jarauta, donde hoy tenemos la plazuela de Santa Ana. Tal vez este hecho fue el que le abrió una nueva oportunidad laboral a Petit.

En el mes de diciembre de 1909, al mismo tiempo que pasó a estar en nómina como empleado municipal, cambió su domicilio a la calle San Nicolás, más concretamente al cuarto piso del número 29.

Sus nuevos vecinos nos dejarían una pintoresca descripción de ese perrero municipal de cuarenta y seis años como un hombre bonachón, rechoncho, mofletudo, hablador y comunicativo. El día a día como lacero municipal se desarrollaba entre largos paseos por la ciudad.

Pero también el oficio de perrero municipal le hacía salir de la vieja ciudad amurallada y bajar al barrio de la Rochapea casi a diario. Allí saludaría a las lavanderas que se deslomaban en la orilla del río Arga junto a las escuálidas sombras que les proporcionaban unos jóvenes plataneros plantados por el Ayuntamiento a comienzos de siglo, motivo por el que aún serían muy pequeños. Conocía como la palma de su mano todos los rincones extramuros de Pamplona. Entre vínico y vínico y alguna partida que otra a la rana o a las bochas, pasaba las horas de ocio. No obstante, jamás descuidó su tarea y su buena labor era bien reconocida por todos.

Y llegamos así a 1915, año en el que Aniceto decidió presentarse como concejal en las elecciones que se iban a celebrar en noviembre

la traída de agua de mar

En sus jornadas laborales y momentos de ocio trasmitiría a sus amigos y vecinos el gran sueño que tenía en su mente. De su boca salió un discurso revolucionario, atrevido, de locos dirían muchos en aquellos momentos: traer un brazo de mar desde Pasajes hasta la Rochapea, donde se construiría un puerto marítimo. Por las calles de la vieja Pamplona empezó a extenderse la increíble propuesta de Petit y al poco tiempo se añadieron al proyecto dos más: hacer una enorme tubería para traer el pescado de forma directa y rápida desde el Cantábrico y eliminar el monte de San Cristóbal para obtener piedra y acabar con el desempleo.

Así que el viernes 12 de noviembre presentó en el Gobierno Civil una instancia para poder celebrar al día siguiente un mitin de propaganda electoral a las nueve de la noche en los salones del Vínculo. Las elecciones se desarrollarían ese domingo 14 y necesitaba la oportunidad de presentar de forma oficial su visionario proyecto. Pero como se puede leer en las actas de la sesión ordinaria del consistorio celebrada ese mismo día: “El señor Pascual pone en conocimiento de la Corporación que no hay local a propósito porque el único salón disponible está preparado para colegio electoral y además propone que no se conceda el Vínculo para estos actos porque pudiera ocurrir un incendio de gravísimo riesgo para 30.000 kg de harina y 10 o 12.000 robos de trigo que hay almacenados. Se niega la petición”.

La sesión del Ayuntamiento se levantó a las seis y media de la tarde y con ella cayó el sueño de Petit. No tuvo más remedio que resignarse y seguir con su vida y oficio de perrero municipal. Una existencia humilde, trabajadora y digna de respeto.

El 15 de junio de 1918 logró atrapar un peligroso perro hidrófobo que mordió a varios congéneres mientras recorría el barrio de la Rochapea. Pero el animal terminó atacando e hiriendo a Aniceto en un brazo y éste tuvo que partir hacia Zaragoza en el correo del mediodía para someterse al oportuno tratamiento antirrábico. Al final no pasó nada grave y Petit regresó sano y salvo a casa.

Y llegamos a 1919, un triste año para él pues el 9 de noviembre moría su esposa a los 65 años. Un cáncer intestinal se la llevó a las once de la mañana en el Hospital General. Un Petit, desolado y con el corazón roto acompañó el cuerpo de la que fuera su compañera hasta el cementerio, donde fue enterrada en una humilde fosa.

La tristeza invadió su vida pero su forma de ser y el cariño de todos sus vecinos hicieron que terminara superando el dolor. Como muestra del afecto que se le tenía, un joven pintor llamado Julio Briñol quiso inmortalizarle en un retrato donde se le puede ver con su prominente barriga, ese puro eterno en la boca y un perrico a su vera.

Su buen humor y su buen carácter dejarían una huella imborrable en aquellos que le conocieron y terminaría por formar parte de la cultura popular, pues al fin y al cabo Aniceto Petit Mendaza fue aquel perrero municipal que quiso ser concejal para traer el mar a Pamplona.

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