El sacerdote que se “vistió” de brigadista para luchar contra el fuego en Ourense
Antonio Ferrer, sacerdote en Vilariño de Conso y Viana do Bolo (Ourense), ha vivido en primera línea el drama de los incendios forestales que han arrasado miles de hectáreas en Galicia este verano
Santiago - Publicado el
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“Nuestra juventud merece la pena”, repite emocionado el párroco, que además de acompañar espiritualmente a sus feligreses, cogió el batefuegos y se sumó a las labores de extinción como uno más.
Don Antonio Ferrer nos atiende por teléfono emocionado. Tiene 31 años y lleva un par de servicio en esta zona del oriente de la provincia de Ourense, en los ayuntamientos de Viana do Bolo y Vilariño de Conso, que pertenecen a la Diócesis de Astorga.
Una "Cuaresma adelantada" para los pueblos de la montaña ourensana
Ferrer describe estos días como una "Cuaresma adelantada", un tiempo de dolor, penitencia y presión emocional que afectó profundamente a las comunidades rurales. “Ha sido una experiencia límite. El fuego llegó a estar entre las casas, y muchos pueblos estuvieron a punto de desaparecer”, recuerda.
Pueblos como Vilaseco da Serra, Pixeiros, Vilardemilo o Chaguazoso fueron algunos de los más amenazados. Según explica el sacerdote, en varios casos no hubo ayuda externa inmediata, por lo que fueron los propios vecinos quienes organizaron la defensa de sus hogares.
Cuando la fe se convierte en acción
El sacerdote no se limitó a rezar ni a consolar. Movilizó a la comunidad con los medios que tenía a mano, como un grupo de WhatsApp de anuncios parroquiales, donde lanzó una convocatoria improvisada: “A tal hora salimos desde la plaza”.
Antonio, brigadista de Carballeda de Avia, evita que se reavive un foco del incendio
Aunque nadie respondió en ese momento, al llegar al pueblo afectado encontró a varios jóvenes que, sin avisar, habían acudido tras leer su mensaje. Muchos eran mozos del propio municipio, de vacaciones, que decidieron actuar.
“Se salvaron pueblos enteros gracias a ellos. Allí no había más que cuatro paisanos mayores con mochilas de sulfatar, agotados. Los chavales hicieron lo imposible, sin medios, solo con voluntad”, relata con orgullo.
Batefuegos en mano: el cura también se vistió de brigadista
Ferrer consiguió el equipo necesario —mono ignífugo, botas, y un batefuegos— gracias a un joven que había trabajado en brigadas forestales. Con él, se sumó a las tareas de extinción “como uno más”. “No hice nada que no hicieran otros. Donde iba, me encontraba siempre a los mismos chicos, repitiendo esfuerzos pueblo tras pueblo”, afirma.
Casas quemadas en la aldea de San Vicente de arriba, en Vilamartín de Valdeorras
Uno de los ejemplos más heroicos ocurrió en Vilaseco da Serra, donde un joven ganadero, Javier, usó su tractor con cisterna de purín reconvertida en cuba de agua para contener las llamas. “Ese gesto salvó el pueblo. Si no lo hubiera hecho, el fuego habría llegado a Viana con seguridad”, asegura Ferrer.
“La juventud merece la pena y tiene deseo de Dios”
Lejos del tópico de una juventud desconectada, el sacerdote ofrece una visión radicalmente opuesta: jóvenes comprometidos, solidarios, valientes y con sentido espiritual. “Se dice que nuestra juventud está perdida, sin valores ni fe. Pero yo he visto todo lo contrario. Han estado días sin dormir, turnándose entre el trabajo y la extinción de incendios. Tienen fe, tienen esperanza y tienen fuerza”.
En varios pueblos los jóvenes hicieron cortafuegos con tractores en apenas 48 horas, tareas que, según Ferrer, “el Estado no ha hecho en 20 años”.
La Iglesia como refugio y motor de esperanza
Durante los incendios, las iglesias también actuaron como espacios de acogida, refugio emocional y coordinación. Pero, para Antonio Ferrer, el verdadero mensaje de fe se transmite “cuando nos ponemos al servicio del prójimo sin esperar nada a cambio”.
“El mensaje de esperanza es claro: aún hay valores, aún hay comunidad, y aún hay juventud dispuesta a darlo todo por su tierra. Dios está en cada uno de esos gestos”, concluye.