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Ramudo

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 08:56

Alguien me dijo alguna vez que “no hay dieciocho años malos”. Se refería, evidentemente, al aspecto físico de las personas. Es un momento en el que los seres humanos estamos todavía despertando a la edad adulta, después del acelerado y confuso desarrollo de la pubertad. Es un tiempo fronterizo, en el que la aduana de nuestra etapa infantil nos impide dar marcha atrás y regresar por el mismo camino al punto de partida. No hay retorno posible, pero avanzar tampoco es sencillo. El fielato que custodia el tránsito a una nueva etapa de nuestra vida tampoco nos deja el paso expedito. Para pasar la frontera debemos abandonar parte del contenido que cargamos a nuestra espalda desde que dejamos de ser niños. Debemos vaciar la mochila, porque en nuestro tránsito esperan nuevas y pesadas cargas. Nos conminan a seguir avanzando. No podemos rezagarnos. Los que demoran su paso normalmente acaban sufriendo las consecuencias que padecen los diferentes. Hay quien las soporta y crece orgulloso en la diversidad, pero también hay quien sufre y lucha por seguir un ritmo que difícilmente puede mantener. Son momentos de confusión y de desasosiego, pero también de esperanza y de ilusión. Seguramente, la cabeza de la mayoría de los individuos que transitan por ese tiempo fronterizo sea todavía una habitación en pleno proceso de mudanza. Un espacio sin acabar de amueblar. Cambia el armario, la cómoda, las mesillas o el colchón, pero sobre la cama sobrevive todavía un edredón de la Patrulla Canina bajo el que acurrucarse en las noches de invierno.

El Arde Lucus, la fiesta que evoca el pasado romano de nuestra ciudad, cumple en esta edición dieciocho de años. Alcanza la mayoría de edad. Ha sido la suya, hasta la fecha, una existencia intensa y plena. Desde su nacimiento, no ha dejado de crecer. Ha sabido evolucionar, desarrollarse y encontrar su sitio. Desde aquellos inicios titubeantes, cuando solo la idea era capaz de sostener una estructura que aún estaba en pañales, aquellos que se ocuparon de su desarrollo supieron alimentarla y fortalecerla, encontrar la complicidad de la tribu para darle calor en los momentos de frío y guiar su camino cuando el sendero se difuminaba entre la niebla, sembrado de curvas interminables y de profundos baches. Como toda obra humana, late al ritmo de las personas que la sostienen. La suya es una historia de éxito. Una trayectoria de triunfos, uno detrás de otro, en el que nunca le ha faltado el aliento de toda esa gente que hizo suyo aquel proyecto que en su día puso a rodar el Ayuntamiento de Lugo.

En la última campaña electoral para las elecciones municipales, los aspirantes a la Alcaldía repitieron en reiteradas ocasiones que lo mejor de “Lugo es su gente”. Qué iban a decir. Esas personas son las mismas que, solo con ejercer su derecho a voto el día 26 de mayo, tenían en su mano elevar a uno u otro candidato al centro del poder municipal. A lo mejor con ese catálogo de lisonjas vacías no consiguieron mejorar sus posibilidades, pero es seguro que tampoco las perjudicaron. Lo que es evidente que es que el Arde Lucus ha llegado hasta donde está porque sus organizadores han sabido infiltrar el espíritu de la fiesta en la propia sociedad lucense. No es el dinero que sale de las arcas municipales el que agita el alma de esta celebración, como sucede a menudo con otras. Es la participación y la implicación de nuestros vecinos lo que la ha hecho grande en tan solo dieciocho años. En menos de dos décadas, se ha desarrollado de una manera inédita, hasta el punto de ser declarada de Interese Turístico Galego y de Interés Turístico Nacional.

Queda camino por andar. El objetivo ya ha sido fijado. El Arde Lucus cuenta ahora con numerosos embajadores por el mundo y aspira a ser de Interés Turístico Internacional. Ser una fiesta reconocida y apreciada dentro y fuera de las fronteras patrias. Los cimientos para que el edificio siga creciendo son firmes. Casi una veintena de asociaciones de recreación histórica, la participación de los colegios y la implicación de otros muchos colectivos ejercen una fuerza tractora que garantiza el movimiento hacia delante. El Arde Lucus es ahora de los lucenses. No es de nadie y es de todos. De los nativos, pero también de los foráneos que vienen a conquistar o a tratar la 'pax romana' durante un fin de semana del mes de junio. De su participación depende el futuro.

Hablamos ahora de una fiesta adulta, después de un acelerado desarrollo en su particular pubertad. No hay marcha atrás. No hay posibilidad de retorno hacia el punto de partida, pero avanzar tampoco es sencillo. La mochila va cargada y, en este caso, su contenido debe acompañarnos en el camino. En las últimas ediciones, escuché a algunas familias decir que se van de la ciudad durante la celebración porque “hay mucho agobio”. Su pérdida parece hoy inocua. Apenas un rasguño. Una pequeña llaga que no nos impide caminar. Es, en cualquier caso, una herida que no puede quedar desantendida. Puede infectarse y provocar un fatal desenlace. Solo si tenemos claro que el Arde Lucus somos nosotros, y que es la sociedad lucense la que le insufla vida y salud, podremos asegurar un futuro brillante y evitar la más absurda de las muertes: Aquella que provoca el éxito.

Que Lugo arda por muchos años más.

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