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El obispo de la diócesis oficia la eucaristía del Domingo de Pascua

De nuevo fue en la Concatedral de San Julián a puerta cerrada, debido a las limitaciones impuestas

Eucaristía celebrada este Domingo de Pascua en la Concatedral de San Julián - FOTO: Carlos Miranda

Eucaristía celebrada este Domingo de Pascua en la Concatedral de San Julián - FOTO: Carlos Miranda

COPE Ferrol - Javier García

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 14:08

El obispo de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, Luis Ángel de las Heras presidió y ofició la eucaristía celebrada en el mediodía de este domingo, Domingo de Pascua, en la Concatedral de San Julián, un oficio religioso en donde han estado acompañado de varios sacerdotes y que se ha desarrollado a puerta cerrada.

Este ha sido su homilía:

"Hoy es uno de esos días señalados para hacer el esfuerzo de entender la Escritura y el significado de que Jesús no permanece en la tumba y en la muerte, sino que se levanta y entra en la vida eterna con Dios. Para lograr este entendimiento ha de darse una condición: el encuentro con Cristo Resucitado.

Aunque Jesús había anunciado su Resurrección, para los discípulos, el camino de Jesús termina en la tumba. No comprendieron bien los anuncios del Maestro. Esto mismo nos ocurre a muchos discípulos hoy. Podemos leer, escuchar y reflexionar acerca de la Resurrección. Pero cuando la muerte nos sorprende cerca, la comprensión de la fe se difumina y las reflexiones y las palabras bonitas no nos abren el entendimiento. Sin embargo, también en esos momentos, los relatos evangélicos, como el de san Juan que hemos leído ahora, acompañan y guían nuestra búsqueda, hoy y siempre, en las circunstancias más amables y las más terribles.

María Magdalena ve la tumba vacía y lo primero que piensa es que han cambiado de lugar el cuerpo de Jesús. A ella le preocupa dónde puede estar y corre para contárselo a Pedro y a Juan, con quienes comparte un amor fuerte por Jesús. Ella quiere que pronto se pueda honrar debidamente al que ha muerto y tanto querían.

Los dos discípulos, asustados, también salen corriendo con la misma motivación que María Magdalena. Juan llega el primero y, desde fuera, ve las vendas por el suelo. Pedro entra y comprueba que no tiene sentido pensar que alguien se llevara el cuerpo. Pero lo que ven los ojos humanos no permite todavía ver con el entendimiento y el corazón. Es Juan, cuando entra en la tumba, quien penetra con la mirada de la fe y cree. Los discípulos habrán de ir encontrándose con el Resucitado para ver que todo se ilumina. En el encuentro con Él, la noche y la tiniebla, la muerte y la aflicción, la miseria y la debilidad, quedan vencidas por la luz de Cristo vivo, por la certeza de su vida inmortal. Así, podemos dar testimonio, como Pedro y decir que Dios resucitó al tercer día a aquel que, ungido con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. ¡Qué hermoso resumen de vida, sobrio y certero!

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Contemplar la muerte y el dolor, como venimos haciendo estas semanas, nos deja una huella de noche y tiniebla, de modo que apenas apreciamos las curaciones que, gracias a Dios, se van dando en personas contagiadas. Sentimos la separación de los que mueren en estas circunstancias, cuando no se nos permite ni despedirnos de ellos, ni honrarlos como se merecen y quisiéramos hacer. Sin embargo, en medio de todo, surge el que ha anunciado que la muerte ha sido vencida y tenemos la oportunidad de encontrarnos con Él para volver a comenzar, para llenarnos de esperanza y para que nos importen, por encima de todo, las personas, con quienes nos une el amor que Jesús ha mostrado al mundo. Cristo vive y nos descubre que el ser humano es lo primero y la Casa Común en la que vivimos el lugar que hemos de cuidar para cuidarnos a nosotros mismos, es decir, a los demás —siempre los otros por delante— porque así es como se cuida un cristiano a sí mismo.

Miremos al hermano de tal modo que sepa que él nos precede en preocupación y cuidado, con gestos bañados en oro de caridad, y así seremos testigos de quien ha vencido a la muerte, sencillos, cordiales y esperanzados mensajeros de vida".

Además, monseñor Luis Ángel de las Heras se ha querido comunicar con todos los fieles de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol a través de este mensaje:

 


 


 

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