Alarma en la Plaza de la Soledad de Badajoz por una fuga de gas

Una tubería de gas reventada por un martillo neumático sumió el corazón histórico de la ciudad en una hora de vértigo y evacuaciones.

PG

Bomberos en la Plaza de la Soledad

José Luis Lorido

Badajoz - Publicado el - Actualizado

2 min lectura

El martillo neumático de la retroexcavadora cayó sobre las 11 y media con la brutalidad de un verdugo sobre las entrañas de la Plaza de la Soledad y se tropezó de bruces con la tuberías. Un estallido sordo, un silbido feroz, y de pronto, el gas comenzó a brotar de la herida abierta en el asfalto, tejiendo una atmósfera fantasmal que lo impregnó todo. El olor, acre y penetrante, fue la primera alarma; un mensajero tóxico que ascendió como una amenaza sobre los adoquines.

Fue entonces cuando comenzaron las carreras de la emergencia. Las sirenas de la Policía Local y los Bomberos rasgaron la calma matutina, dibujando una geometría del caos alrededor de la plaza. En minutos, el acordonamiento transformó un espacio de paseo y tranquilidad en un perímetro de riesgo. Las calles aledañas se convirtieron en pasajes desiertos, cortadas por el filo invisible del peligro. El desalojo fue rápido, contundente. No hubo tiempo para dudas. La palabra seguridad se repitió como un mantra entre los agentes, mientras vecinos y curiosos eran empujados más allá del cordón.

Martillo neumático causante de la perforación

Mientras, en el interior del perímetro, la escena era dantesca. Vecinos incrédulos observaban desde detrás de las cintas, mientras otros quedaban atrapados en bares y establecimientos, convertidos en refugiados fortuitos de una crisis imprevista. Tras los cristales, eran espectadores de su propio y extraño encierro. Los bomberos, con sus trajes ignífugos, se movían con la urgencia contenida de quienes saben que juegan con un elemento invisible y letal. Su misión: localizar la arqueta, la llave que pudiera domar a la bestia que escapaba.

El desenlace llegó con la precisión de los técnicos del gas. Fue un acto casi quirúrgico: encontrar la llave de paso y girarla. El silbido cesó. La bestia fue domada. Entonces, como un bautismo purificador, los bomberos refrigeraron la zona con agua, lavando la tensión y cualquier rastro de peligro latente. Una hora después, alrededor de las 12:40, la normalidad regresó con cautela a la Plaza de la Soledad. Pero no era la misma. El pánico latente, como contaban los vecinos al micrófono de la COPE, había dejado una cicatriz invisible en el aire, un recuerdo de que bajo la piel de piedra de la ciudad, duermen venas vulnerables que un golpe de mala fortuna puede despertar. Fue una hora en la que Porrinas de Badajoz contuvo el aliento, y exhaló, aliviado, al comprender que la tragedia solo había sido una sombra que pasó de largo.