De El Bonillo a África: La historia del Cristo del Amor que cruzó el mar para quedarse en el corazón de Guinea

José María Matamoros, Policía Nacional destinado en Guinea, llevó su fe hasta una aldea africana donde impulsó la creación de una talla del Cristo del Amor 

A 150 metro de la Capilla en la que ahora reposa el Cristo con sus Armaos
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Alicia Martínez

Albacete - Publicado el

4 min lectura

A veces, las historias más grandes nacen de gestos sencillos, de la fe que se lleva en el corazón y de un amor que no entiende de fronteras. Así comienza la historia de José María Matamoros, un vecino del Bonillo y agente de la Policía Nacional, cuya devoción por la Semana Santa de su pueblo terminó escribiendo un capítulo inolvidable en un rincón remoto del continente africano.

José maría siempre viaja acompañado por la imagen del cristo del amor

Todo empezó en Bata, Guinea Ecuatorial, donde José María estaba destinado en 2019 como parte de los servicios internacionales de protección a diplomáticos. Allí, entre funciones oficiales y rutinas diarias, el alma bonillera de José María no dejaba de latir al ritmo de los tambores de su tierra. Y con él, siempre viajaba una imagen que lo acompaña desde niño: el Cristo del Amor.

Una mañana cualquiera, la cocinera del consulado vio la imagen del Cristo del Amor en una fotografía. Algo en su rostro, en esa expresión de sufrimiento y paz a la vez, la conmovió. Fue entonces cuando José María supo que aquella imagen no podía quedarse solo en su corazón. Tenía que cruzar el mar.

 Una promesa que se volvió misión  

Invitado por la comunidad local a una misa en Tubana, un pequeño poblado indígena a 30 minutos de Bata, José María y su esposa Juani se presentaron en una capilla sin puertas ni ventanas, en construcción desde hacía casi tres décadas. Allí no había altar mayor, solo un hueco, un vacío que parecía estar esperando algo… o a alguien.

"Lo vi claro. Faltaba una imagen. Y pensé: este Cristo tiene que estar aquí"

José María Matamoros

Pero lo que parecía una idea romántica se convirtió en una odisea. Hacía falta un tallista, herramientas, permisos diplomáticos y, sobre todo, muchísima fe. Nadie creía que fuera posible. Incluso el propio cónsul se mostró escéptico: “¿Estás loco? ¿Un Cristo aquí?”, recuerda entre risas José María. 

encontró al tallista: un hombre de 80 años

Encontraron al maestro Simón Bacale, un tallista de más de 80 años que llevaba años sin trabajar la madera. Sin herramientas ni materiales, se ofreció a hacerlo. José María viajó a España, consiguió los utensilios, volvió y juntos comenzaron a dar forma a una réplica exacta del Cristo del Amor del Bonillo.

El pueblo entero se volcó

La comunidad de Tubana se unió con entusiasmo. Mientras Simón tallaba, un joven congoleño cristiano, Bosco, diseñaba los trajes para los soldados romanos, basados en los del Bonillo. Y mientras tanto, José María organizaba jornadas de limpieza de la playa, donde querían hacer la primera procesión. Latas, botellas, ramas... todo fue recogido a mano por los vecinos, liderados por un hombre que se había ganado su cariño y respeto.

La madre de la cocinera, mamá Josefina, jefa del poblado, fue clave en todo el proceso. Su última voluntad, diez días antes de morir, fue clara

“Quiero ver salir a ese Cristo, aunque yo no esté”

Mamá Josefina

Fallecida 10 días antes

Y su deseo se cumplió.

 Una procesión inolvidable  

El último domingo de noviembre, en la fiesta de Cristo Rey, Tubana vivió algo que nunca antes había sucedido: una procesión por la playa, con los armados vestidos, sin tambores pero con un respeto y una emoción indescriptibles. La capilla, construida con ramas y madera frente al mar, sirvió como altar improvisado. Allí, los vecinos presentaron el Cristo del Amor al océano, su hogar, su símbolo de vida.

Acudieron el cónsul, el delegado del gobierno, el sacerdote José del Carmen —colombiano de Medellín— con 25 monaguillos de blanco. El mar se convirtió en escenario y testigo de una fe compartida entre dos mundos. Y José María, con el traje de romano que él mismo llevó en muchas Semanas Santas del Bonillo, cerró el círculo con lágrimas en los ojos.

 Una historia de ida y vuelta  

La historia no terminó allí. Como gesto de reciprocidad, el pueblo de Tubana donó a El Bonillo una talla de San Francisco de Asís, hecha con la misma madera y por el mismo tallista que el Cristo. Fue traída en una maleta que llegó destrozada, pero el santo, milagrosamente, intacto. Hoy, San Francisco descansa en la capilla del Cristo del Amor en El Bonillo, junto al traje que José María llevó aquel día en África.

Esto salió del corazón”, dice con humildad. “No sé por qué pasa, pero pasa. Y cuando miras atrás, sientes que no eras tú, sino algo más grande que te empujaba”.

Desde entonces, cada Semana Santa, en un rincón perdido de Guinea, al ritmo de las olas, sale el Cristo del Amor en procesión, acompañado de los armados africanos, vestidos como los de El Bonillo. Y en ese cruce de caminos, culturas y creencias, se alza una verdad universal: la fe no entiende de distancias.

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