El parricida de La Almozara: “Estoy arrepentido, lo siento mucho”
Fiscalía pide para él 39 años de prisión por asesinato con alevosía y ensañamiento. La acusación particular, prisión permanente revisable mientras que su defensa pide su absolución

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Madrid - Publicado el - Actualizado
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No hay duda de que Héctor López mató a su padre el 28 de junio de 2021, mientras veían juntos un partido de fútbol en su casa, en el zaragozano barrio de La Almozara. Pero el jurado popular tendrá que decidir, a la vista de las pruebas, si era consciente o no de lo que hacía y si, por tanto, es una persona imputable y puede responder de sus actos.
La Fiscala, Nieves Zaragoza, tiene claro que el acusado padece un trastorno de personalidad paranoide “de libro” pero que, tal y como sostienen las forenses del IMLA en su informe, eso no le impide saber lo que hace, querer hacerlo y conocer las consecuencias de sus actos. Apoyada en ese informe, rechaza la idea de que Héctor López actuara bajo un trastorno mental transitorio, obcecación o cualquier eximente de su responsabilidad.
Zaragoza ha recordado el “maltrato psicológico” al que el acusado sometió a sus padres durante años y sostiene el “ánimo homicida” con el que actuó aquella noche. Un homicidio que, según su calificación, se convierte en asesinato en el momento en que entran en juego agravantes como la alevosía y el ensañamiento.
La alevosía que, según Fiscalía, está demostrada porque Héctor López atacó a su padre “por sorpresa” para garantizarse que no pudiera defenserse y que, efectivamente, acababa con su vida. Tuvo también “ánimo de matar” a su madre, que pudo salvarse, según su calificación, porque se despertó y acudió al salón al oír un ruido, teniendo la opción de defenderse y de huir cuando su hijo resbaló en un charco de sangre.
El ensañamiento, es decir, causar un daño innecesario en la víctima, viene dado por el hecho de que le provocó un gran número de heridas antes de matarle. Hay que recordar que el padre recibió 56 navajazos y que la Policía lo encontró todavía con vida en la vivienda, en la que estaba también el acusado, que en ese momento le dijo a los agentes: “Ellos me han arruinado la vida y yo se la he arruinado a ellos”. Fiscalía ha recordado que la herida en la yugular fue de las últimas, según el informe forense y que “no era necesario causar tanto sufrimiento para matarle”.
Las acusación particular ejercida por la madre ha dejado claro que “la planificación excluye la locura”, según ha explicado el letrado José María Lumbrera. Ha recordado el infierno en el que vivían los padres, que se vieron liberados cuando, a causa del COVID, pudieron pasar un mes en su segunda residencia, en Castellón, lejos de su hijo. “Es un maltratador al que se le escapaban sus víctimas y no lo oba a consentir”, sostiene.
Este letrado ha recordado que el acusado tenía una navaja escondida y una grabadora, con la que quería registrar las supuestas discusiones previas para dejar en evidencia a sus progenitores, a los que acusaba de no ayudarle. Cuando llegaron los agentes les dijo que se llevaran la grabadora y les enseñó las botellas vacías para defender que era alcohólico algo que los peritos han descartado. “Eso no es locura ni un brote psicótico, es un asesino movido por el odio”, apunta.
PRISIÓN PERMANENTE FRENTE A ABSOLUCIÓN
El jurado tendrá que dilucidar también si el padre del acusado era o no una persona especialmente vulnerable. No es un tema menor, ya que este supuesto es uno de los preceptos que contempla la ley para aplicar a prisión permanente revisable, que reclama la acusación particular. En este sentido, señalan que la víctima estaba operada del hombro y no podía levantar el brazo derecho, por lo que su capacidad de defensa era nula. Todo lo contrario a lo que sostiene la defensa, ejercida por la letrada Alba Vicente, que afirma que tenía “movilidad completa”.
Al mismo tiempo, alega que el fallecido sí tuvo posibilidad de huir y de defenderse. “El ataque no fue sorpresivo puesto que en la vivienda existen señales de lucha; y las lesiones se produjeron en zonas vitales, por lo que no existe ensañamiento ni alevosía”, ha mantenido.
Por todo ello, pide su absolución o, en su defecto, que cumpla la pena en un centro psiquiátrico. Sostiene que el acusado no era consciente de sus actos. Tras oír las grabaciones de los momentos previos a los hechos, destaca el discurso “paranoico” y “delirante” de que sus padres no le ayudan y mantiene que no pudo retener la ira acumulada, sufrió un “clic” y actuó fruto de una obcecación y un arrebato.
Unas afirmaciones que se apoyan en la declaración del psiquiatra de la cárcel donde se encuentra el acusado en prisión preventiva desde que sucedieron los hechos y que lleva tratándole durante dos años. Según este experto, no tiene un de trastorno personalidad paranoide crónica sino un trastorno delirante crónico, cuyas consecuencias son diferentes, ya que podría no ser consciente de los hechos. “No quería hacerlo y, por supuesto, se arrepiente”, señala..
“Aunque la discusión o el desencadenante no fuese muy fuerte, debemos entender que estamos ante una persona enferma sin ningún tipo de tratamiento a fecha de los hechos”, asegura. Al mismo tiempo, insiste en que el acusado “no recuerda nada desde la discusión hasta que se mete en la ducha” y, a pesar de que un primer momento sí relató ante la Policía lo que había sucedido, esos recuerdos desaparecen “fruto de una amnesia disociativa”.
ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Ana Isabel Fernández, psicóloga clínica de la Unidad de Salud Mental del Centro de Salud de Valdespartera que atiende a la madre y a la hija del acusado, ha explicado la angustia y el miedo que ambas sufren como consecuencia de lo vivido. Según su criterio, la madre sufre un síndrome de estrés postraumático por una “vivencia extrema de terror”
Esta profesional ha relatado la ansiedad y el sufrimiento que le provocan los hechos. “No podía verbalizar lo sucedido, lloraba y expresaba su dolor por las heridas físicas y psicológicas”, explica, al tiempo que advierte de que “no está estabilizada, cada vez que lo revive aparece la angustia”. Fernández asegura que no puede afrontar lo sucedido y que “está viva por apoyar a su hija, pero ella no tiene interés por la vida”. Ambas viven juntas ahora. La hija, por su parte, sufre un trastorno adaptativo que le produce “angustia y malestar”.