OPINIÓN

Ad Libitum con Javier Pereda. Hoy: Magia

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Redacción COPE Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado

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El pasado 4 de mayo se recordará como una noche mágica en el estadio Santiago Bernabéu. El Real Madrid escribía para la historia otra hazaña en la Champions, al eliminar a un club pretrodictadura árabe. Así lo anunciaba de forma premonitoria una gran pancarta desplegada en las gradas: “Otra noche mágica de los reyes de Europa”. Esta forma extraordinaria de vencer a tantos adversarios seguidos, más poderosos económicamente —el PSG, el Chelsea y el Manchester City—, no se puede atribuir sólo a la suerte. Existe un algo taumatúrgico, espiritual, psicológico, inexplicable e irracional, que lleva a sobreponerse a estos clubes estado, que gastan hasta diez veces más en fichajes. La sociedad propietaria del equipo de Kylian Mbappé —hasta que acabe su contrato el próximo junio—, está integrada con capital del emirato árabe catarí, cuyo emir es Hamad Al Thami. En este estado árabe, bañado por el Golfo Pérsico, se disputará a finales de año el mundial de fútbol, pero nadie ignora los suculentos contratos económicos derivados de la adjudicación de este campeonato. El emblemático club de fútbol del barrio londinense, creció con las inversiones del oligarca ruso Román Abramóvich, cuyos dividendos proceden también del petróleo. Al invadir Rusia a Ucrania, Occidente le ha vetado por la estrecha amistad con el autócrata Vladímir Putin, por lo que procederá a la venta de sus acciones, si no quiere que las embarguen. Y el recién eliminado equipo que entrena Guardiola, “Citizens” de Manchester, cuyo propietario es el jeque y Sultán Al Nahayan, de la familia dirigente de Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes Unidos, ha sido sancionado por la UEFA por incumplir el “fair play financiero”, al gastar más de lo ingresado. Sin embargo, el club blanco, cuyo renovado estadio lleva el nombre de quien lo fundara hace 120 años, es propiedad de sus casi cien mil socios. La saneada gestión financiera de su presidente Florentino Pérez —experimentado empresario, no exento de algún error— ha llevado a la entidad de Concha Espina a representar la marca España en el mundo.

Así lo acreditan las 13 Copas de Europa, la nueva 35 Liga e innumerables títulos. La leyenda de esta entidad deportiva continúa engrandeciéndose, para emprender gestas descomunales. El espíritu que impregna cada contienda deportiva rememora las escenas que nos dejó Francisco José de Goya y Lucientes en la “Carga de los Mamelucos”, como un símbolo de conquista de la libertad contra el vecino invasor. La actividad deportiva representa un paradigma de la vida, por lo que el Real Madrid y los valores que encarna (excelencia y superación), deberían constituir una asignatura en las colegios y universidades. Como “noventa minuti en el Bernabéu son molto longo” (Juanito dixit en 1986), referido al partido de vuelta del Inter de Milán, el equipo de Ancelotti remontó un 5-3; el brasileño Rodrygo consiguió en ochenta segundos dos goles y empatar la eliminatoria.

En la prórroga, al equipo “blue” le entra el “miedo escénico”, en expresión de Jorge Valdano, acuñada por el colombiano Gabriel García Márquez; clasificándose para la final con un penalti marcado por Karim Benzema. Pero estas remontadas no han sido flor de un partido, sino la tónica constante. Porque como diría Franz Beckenbauer: “para ganar la Champions hace falta tener un buen equipo, un gran entrenador y vencer al Real Madrid”. En la mítica velada, recibo un mensaje de un amigo madridista, que parangonaba la persecución de los egipcios al pueblo de Israel: “Huyamos del Madrid (israelitas) porque el Señor combate a su favor contra los egipcios”. El 28 de mayo los madridistas jugarán la final del máximo trofeo de fútbol europeo en el Parque de los Príncipes, contra el Liverpool de Jürgen Klopp. El delantero egipcio Mohamed Salah, reivindica cuentas pendientes, al caer eliminados hace cuatro años en Kiev; lo que supuso la Decimotercera para las vitrinas merengues. Quizás este jugador de excelente calidad debería repasar la historia sagrada, cuando Moisés, una vez que el pueblo elegido pasó el Mar Rojo, ordenó que volvieran las aguas y se ahogaron los poderosos jinetes y carros del faraón. En esta cita, París bien vale la Decimocuarta. Como canta el himno de la Décima: “Madrid, Madrid, Madrid, ¡Hala Madrid!

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