
Jaén - Publicado el - Actualizado
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La consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, que dirigirá esta tarde el papa Francisco en la plaza de San Pedro, constituye un motivo de esperanza. Resulta todo un acierto que el Santo Padre haya enviado a un cardenal al santuario de Fátima, para implorar de forma simultánea ante la Reina de la paz. La iniciativa surgió a petición de los obispos católicos de rito latino de Ucrania, para celebrar esta consagración “como lo pidió la Santísima Virgen en Fátima”; y ha sido recibida con igual entusiasmo por los obispos católicos de Rusia. Están invitados a unirse todo el episcopado y cualquier persona, el día de la Anunciación del Señor. Para conseguir terminar con la locura de la guerra, con miles de muertos y millones de refugiados, se han producido numerosos encuentros diplomáticos fallidos. No han prosperado las reuniones entre el presidente Biden con Xi Jinping o de Macron con Putin, ni la intervención de Zelensky mediante videoconferencia en el Capitolio y ante el Parlamento Europeo.
No caeríamos en el tremendismo si afirmáramos que estamos en el primer mes de la Tercera Guerra Mundial. Viene a colación una anécdota sucedida después de la Segunda Guerra Mundial, en pleno reparto de países europeos por la URSS; Churchill manifestó qué pensaría el papa, a lo que Stalin contestó con ironía: ¿cuántas divisiones tiene el papa? Algunos desconocen el poder increíble de la oración, como se ha comprobado a lo largo de la historia, aunque para la actual mentalidad racionalista constituya una ensoñación. Con las apariciones en 1917 de la Virgen María a los tres pastorcitos en Fátima —Lucia, Francisco y Jacinta—, los días 13 desde mayo a octubre, se confirma aún más, si cabe, el título de Mediadora y Abogada. En la aparición del 13 de julio —según los niños videntes— la Virgen pidió la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, porque, si no, “Rusia extendería sus errores por todo el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia”. Continuaba el mensaje: “Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir y varias naciones serán destruidas”; esto lo anunció después de que derrocaran al zar, pero antes de la revolución bolchevique de octubre. En 1929 sor Lucia tuvo una visión en Tuy para que el papa y los obispos consagraran Rusia al Inmaculado Corazón de María. Hasta 1942 Pío XII no consagraría el mundo entero, sin la participación de los prelados. Algunos especialistas interpretan que, de haber realizado correctamente la consagración, se habría evitado la Segunda Guerra Mundial.
En 1952 se consagra nuevamente Rusia al Corazón Inmaculado. En 1964 Pablo VI la volvería a celebrar junto con los padres conciliares. Es de tal eficacia la oración que, como indicó la Virgen a la monja de Aljustrel, si un millón de familias portuguesas rezaban el Rosario, fracasaría en 1974 la implicación comunista en la Revolución de los Claveles, como así sucedió. Para Juan Pablo II existió una intervención milagrosa aquella tarde del 13 de mayo de 1981 en la columnata de Bernini; pues explicaba: “una mano disparó (Ali Agca) y otra desvió la bala (la Virgen de Fátima, en su festividad)”. El pontífice polaco se reconoció en el tercer secreto de Fátima, como “el obispo vestido de blanco”. Un año más tarde acudiría a este santuario para realizar la consagración, pero la religiosa lusa indicó que, al faltar todos los prelados, no era válida. Así, un 25 de marzo de 1984 (hace 38 años), con la adhesión episcopal mundial, se confió el mundo al Corazón Inmaculado de María; lo que evitó, según expertos, una guerra nuclear.
En 1989 con la “Glasnost” —que significa conversión— se produjo la caída del Muro de Berlín y el inmediato hundimiento de la URSS. El mensaje de Fátima cobra plena actualidad porque invita a la oración y la conversión como en Nínive, Sodoma o Gomorra. Se precisa cambiar el curso de la historia, haciendo frente a esta guerra injusta y autodestructiva (los errores de la Rusia comunista o la actual nacionalista), como una “estructura de pecado”. Los ejércitos de personas que rezan, contribuyen decisivamente a esta misión de combatir el mal, más que si se tratara de un armamento nuclear sofisticado. Costará sangre, sudor y lágrimas, pero “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.