La ocasión para el cambio - Excelencia Literaria

La ocasión para el cambio

 

 Mariam Arroyo

Ganadora de la XVIII edición

www.excelencialiteraria.com

 

Entró en el salón, que estaba repleto de mobiliario pasado de moda y de novelas negras en cada estantería, señal de que era un detective frustrado. Pasó al comedor, en cuya mesa había una botella de brandy ya descorchada y con unos cuantos vasos de cristal que formaban una circunferencia a su alrededor. Sin embargo, estaba solo en la vivienda.

El hombre, de unos cincuenta años, de pelo canoso y mirada vacía, se sentó, se sirvió un poco de licor y, como había hecho costumbre en el día de su aniversario, abrió su diario y comenzó a leer.

<<¡Al fin he cumplido los dieciséis! Ha llegado el día en el que soy suficientemente mayor para marcharme del pueblo y descubrir qué me deparará el futuro. Quiero saber cómo será mi vida al dejar atrás las costumbres que la han guiado. Voy a enfrentarme a todo lo que me espera lejos de aquí. Quiero irme. Estoy cansado de esta aburrida rutina. Esta noche haré la maleta y mañana emprenderé mi aventura>>.

Bruscamente, el hombre cerró el cuaderno. No tenía ganas de recordar, pero una fuerza inefable le incitaba a seguir leyendo. Colocó las yemas de los pulgares en el lomo del diario y abrió una página al azar:

<<Hace dos semanas llegué a esta ciudad y ya anhelo regresar a mi hogar. Me encuentro solo, paso las noches en vela, me alimento a deshoras… Si vine para descubrir nuevas experiencias, por ahora sólo he encontrado desdichas. ¡Me arrepiento tanto de haberme marchado del pueblo!… Mas no encuentro la forma de volver>>.

Empezó a llorar. El comedor se había inundado de oscuridad. El hombre se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación, como una oveja perdida, hasta que sus pasos le condujeron al salón y se dejó caer en un sillón orejero.

<<Hace siete años que mi pluma no mancha estas hojas con la tinta de mi estilográfica. Me siento urgido a volver a redactar mis días, para eternizar los recuerdos. Además, he descubierto el por qué de mi amargura: no regresé a casa, pues allí nadie me echaba en falta. Desde entonces he vagado por muchos lugares, sin que me llegara un solo mensaje de los míos en el que se preocuparan por mí.

Me doy cuenta de que jamás me han amado. Y que fue ese vacío el que me empujó a buscar y buscar, ofreciendo el corazón en las manos para que alguien se lo llevara>>.

Cerró el diario sin sentir el impulso de continuar leyendo. El hombre sostuvo la libreta entre las manos antes de guardarla en un cajón de la librería, que cerró con llave.

Con paso cansino se acercó a la cocina, abrió la nevera y sacó un pastel, sobre el que colocó unas velas. Tras unos minutos hizo ademán de apagarlas, a pesar de que no las había encendido. Cerró los ojos y suspiró. Acababa de tomar una decisión:

–Ya está bien de vivir centrado en mi dolor.

Se comió el pastel mientras bajaba las escaleras. Una vez en la calle, se alegró del brillo del sol y echó a caminar, convencido de que había llegado el momento de hacerse algún amigo.

 

 

 

 

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