Redacción Digital

Tercera meditación. Miércoles Santo

El miércoles Santo recordamos la triste historia de uno que fue Apóstol de Cristo: Judas. Así lo cuenta San Mateo en su evangelio: Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?". Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento, andaba buscando una oportunidad para entregárselo. ¿Por qué recuerda la Iglesia este acontecimiento?

Segunda meditación. Martes Santo

Algo tan humano, y tan divino, como compartir la mesa con sus discípulos, con sus amigos. Jesús, a corazón abierto, les habla de la glorificación del Hijo del Hombre. Mientras tanto se macera la traición y la negación. La fuerza de la palabra y la certidumbre de las obras. El amor infinito de Jesús y la traición de la amistad. ¡Qué frágiles somos! ¡Cuánto necesitamos fundamentar nuestra fe en la relación íntima con Cristo!

Primera meditación. Lunes Santo

Como una prueba más de la infinita caridad de Dios, el Señor se ha quedado realmente en el sagrario para estar cerca de nosotros. Si el amor y la fe impulsaron a María a mostrar tal delicadeza para el Señor ungiendo sus pies en Betania, también el amor y la fe pueden movernos a nosotros, a ti a tener mayor devoción a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. No piensa María que hace una cosa extraordinaria al gastar ese perfume tan valioso para ungir al Señor; actúa con la espontaneidad del amor. Solo Cristo sabe que, dentro de unos días, lavará los pies a sus apóstoles y María se le ha adelantado con aquel gesto.

Epílogo

María Magdalena es la figura femenina más relevante en los textos evangélicos, por delante de la otra gran María, la Madre de Dios. Fue la primera persona que tuvo la certeza de que Jesús de Nazaret había resucitado. Y, siguiendo el mandato directo de Cristo, de ir a comunicárselo a los demás, nadie la creyó. ¿Cuántas mujeres hoy en el mundo siguen proclamando la resurrección y no son creídas? Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Octavo susurro. Haced esto en memoria mía

Todos habían sentido la resurrección de Jesús. Ahora, juntos podían hacer realidad lo que tantas veces les había dicho y explicado sobre el reino de Dios ese Jesús que sabían vivo. Se situaron en un espacio de la sala y hablaron de cómo empezar a llevar a cabo la misión que Jesús les había encomendado. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. Ve y diles

Las mujeres estaban felices. Todas sabían ya que Jesús estaba vivo. ¡Vivo! Se reían recordando anécdotas. Recordando cómo explicaba las parábolas, cómo se divertía cuando celebraban algo, las bromas a Pedro, lo que le gustaba comer… La historia no era pasado. La historia era vida. Nuestra vida. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Sexto susurro. ¡Oh, noche que juntaste Amado con amada!

¿Quién se habrá llevado el cuerpo? ¿Dónde estará? El deseo le juega malas pasadas a María Magdalena. Siente como si se acercara alguien, pero no hay nadie. Viene a su memoria del corazón el día, el amanecer, en el que vio a Jesús por primera vez. Allí, a la puerta de su casa en Magdala, acurrucada sobre ella misma. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Quinto susurro. Lo busqué y no lo encontré

María Magdalena acude al sepulcro, pero la losa está quitada. El sepulcro está abierto. ¿Habrá venido alguien a embalsamar su cuerpo? Acelera el paso y entra… ¡No está! El sepulcro está vacío, ¿dónde lo han puesto? Sale a mirar fuera, ¿hay alguien por ahí? ¿Quién se lo ha llevado? Dios, ¿por qué me lo quitas también después de muerto?, se pregunta. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Cuarto susurro. Aunque es de noche

María Magdalena quiere ir al sepulcro, estar lo más cerca posible de Jesús. Hay tranquilidad, las luces de algunos candiles se han apagado. Todo contribuye al recogimiento y a que todos estén algo más serenos. Coge su manto y, mientras se lo echa sobre los hombros, no puede sino evocar las veces que Jesús le ayudó a ponérselo y como siempre que lo hacía le daba un beso. Tiene que aprender a vivir sin esos besos y a grabarlos como un sello en su corazón. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Tercer susurro. Así es mi amado, mi amigo

María Magdalena recuerda cómo Jesús les repetía muchas veces que tenían que aprender a mirar en el corazón de la otra persona, entender qué quiere decir cuando no encuentra las palabras, no juzgar sus actos a simple vista. Todo en una persona tiene su razón de ser, decía, hay que entender a las personas y solo se puede hacer desde el corazón. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Primer susurro. Soy morena, pero hermosa

Algunas veces María Magdalena veía pasar a un grupo de hombres jóvenes, cerca de donde tenía el negocio de salazón de pescado. Una vez preguntó a uno de sus clientes si sabía quiénes eran, y le dijo que era un grupo que seguía al hijo de un carpintero de Nazaret. Un tipo raro, añadió. Desde aquel día se fijó con más atención cuando los veía pasar. Dos o tres veces su mirada se cruzó con la del hijo del carpintero. Le sonrió siempre y acompañaba su sonrisa con un pequeño gesto de saludo. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Prólogo de la autora

Las doce ocasiones en las que es citada en el Nuevo Testamento, hacen de María Magdalena una figura relevante y será realmente el evangelio de Juan el que le otorgue su lugar, que no su papel, al ser ella la única protagonista de la única aparición individual de Cristo resucitado. ¿Será que la amistad tiene un papel esencial en el evangelio de Juan? Eso es la historia de Jesús y María Magdalena. Una historia de amor y amistad. María Magdalena es la testigo de lo nuclear de nuestra fe, y el propio Cristo le confió el sacerdocio supremo: proclamar su resurrección. Tal vez debamos aprender a confesar y a anunciar, el mensaje que ella nos transmitió con sencillez y profundidad: Yo creo que estás vivo. Creo que has resucitado. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Octavo susurro. Ya no pido tu perdón

La ley judía declaraba maldito al que muriera colgado. Judas, que conocía la ley, eligió separarse de todo y de todos aunque, realmente, no sabemos qué pasó. Judas se sentía abandonado hasta de sí mismo. Sí, era consciente de lo que había hecho desde el momento en el que intentó devolver las treinta monedas de plata. Deshacer el daño causado. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. ¿Qué son 30 monedas?

¿Tiene precio Dios? ¿Tiene precio el ser humano? En opinión de Cristina Inogés pueden parecer dos preguntas diferentes, sin embargo, son la misma. Para la autora, quién pone precio a lo creado, pone precio al Creador. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Sexto susurro. No lo soporto

El ser humano tiene una facilidad atávica para agarrarse con fuerza a los sentimientos que causan dolor. Es como si la alegría, la esperanza, el amor y la felicidad fueran algo que, solo en determinados momentos y en pequeña cantidad, nos pudiéramos consentir sin darnos cuenta que todo eso es contrario al plan que Dios tiene para nosotros. No podemos evitar sentir miedo, angustia o desesperación, sin embargo, en esos procesos es cuando la esperanza brilla como un faro, lejano algunas veces, pero seguro al señalar el puerto. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Quinto susurro. El perfume

Los perfumes reaccionan de manera diferente sobre cada piel; podríamos decir que se personalizan solos. Como cristianos, también nos personalizamos cuando sabemos crecer en la fe y compartir la experiencia del encuentro con Cristo de mil maneras diferentes. La relación con Cristo, con Dios, siempre es personal y subjetiva. Por eso, nuestra manera de darlo a conocer al mundo tendrá infinitos matices olfativos, como el perfume, y todo el mundo podrá percibir qué bien huele la Buena Noticia y que, siendo igual para todos, tiene notas olfativas muy personales para cada uno. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Cuarto susurro. Esos dos

Parece como si los discípulos hubieran recibido con indiferencia el anuncio de la traición. No parece que les llame la atención, les inquiete, o preocupe; parece ser que siguieron comiendo y bebiendo. Ninguno de ellos pareció tener iniciativa suficiente para impedir que sucediera. ¿Acaso esa pasividad no los convierte en cómplices de la misma actitud de Judas? Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Tercer susurro. La señal

¿Por qué tanto empeño en señalar a las personas? ¿Por qué tanta prisa en colgar etiquetas? ¿Por qué tanto deseo en acabar con el anonimato de alguien? ¿Por qué exponer siempre a los otros y preservarme yo y exigir respeto a mi privacidad? La paradoja humana; tirar la piedra y esconder la mano; no entender que nuestra libertad termina donde empieza la del otro. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Segundo susurro. Lo sabía

Cristina Inogés comparte con el oyente su sensación de que nuestra Última Cena poco tiene que ver con la fiesta de la Pascua que celebró Jesús. Su pregunta sobre si entendimos qué había hecho sigue en el aire. No hay consignas, no hay órdenes, no hay diseño de celebración, por no dejar no dejó ni modelo de Iglesia… Solo consejos y libertad de acción y movimiento. Para la autora, hoy ya no traicionamos a Dios en su Hijo Jesús, sino que lo hacemos en todos aquellos ante quienes no nos inclinamos amorosamente para lavarles los pies. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Primer susurro. ¿Era esto?

Judas es amigo de Jesús, por lo menos lo es hasta cierto momento en que se va defraudando. Judas se va desencantando, porque Jesús no es lo que esperaba y no hace lo que él quiere. Porque Judas esperaba que Jesús fuera rey a la manera de ese rey poderoso que derriba a los enemigos. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros