Redacción Digital

Decimotercera Estación. Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su Madre

María recoge el cuerpo de su Hijo. Muchas madres, rotas de dolor, recogen el cuerpo de sus hijos hoy, aquí y ahora. En nuestra sociedad el ocio nocturno tiene víctimas y a menudo sólo se entiende con alcohol, drogas y violencia. Inconcebible que siga habiendo guerras en el mundo en vez de diálogo. Las vidas de los no nacidos no cuentan y se convierte en un derecho ignorarlas. También los abusos de menores, en la sociedad y dentro de la Iglesia, rompen el corazón de la Madre. Los Santos Padres dan los mismos títulos a la Virgen y a la Iglesia. La maternidad de María se prolonga y encarna hoy en la Iglesia. La Iglesia, a través de los sacramentos, trae a Jesús al mundo. Y la Iglesia, también a través de los sacramentos, recoge a sus hijos en la muerte para conducirlos a la Resurrección.

Duodécima Estación. Jesús muere en la Cruz

Jesús en la Cruz pasa del “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” al “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu". ¿Cómo pudo pasar Jesús de la cuarta palabra a la séptima? ¿del abandono a la confianza? A Jesús le salvó la memoria. Tenía tanta memoria acumulada de la fidelidad del Padre que no le pudo fallar. Él nunca falló al Padre, el Padre nunca le falló, nunca se fallaron. ¡A Jesús le salvó la memoria! Cuando murió Jesús, el velo del templo se rasgó, la tierra tembló, los sepulcros se abrieron y el cielo se oscureció. Son los signos apocalípticos de los que habla el evangelio. ¿Qué tiene que quebrarse dentro de nosotros para que haya resurrección? ¿Con qué tienes que romper, qué decisión tienes que tomar para que haya liberación y vida en tu existencia? ¿Qué tiene que tambalearse en tu vida? Hoy vivimos viernes santos que tienen sesgos apocalípticos. Tiempos para ir a lo fundamental, para primar lo importante sobre lo urgente, para reencauzar temas pendientes y para relativizar muchas cosas a la sombra del Absoluto del amor de Dios.

Undécima Estación. Jesús es clavado en la Cruz

San Juan de Ávila dice que cuando Jesús ya no puede conducir a su rebaño hacia verdes praderas, porque está clavado en la Cruz, entonces sí que está siendo buen pastor. ¿En que? momento nos perdona?, se pregunta el Papa Francisco el Domingo de Ramos de 2022: “En un momento específico, durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos imaginar el dolor lacerante que eso provocaba”.

Décima Estación. Jesús es despojado de sus vestiduras

Aquel despojo de hombre, flagelado, coronado de espinas, escarnecido y despojado de sus vestiduras, expresa toda la entrega y amor de Dios a la humanidad. Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Porque Dios no quiere obligarnos a amar, su presencia es discreta. Es un Dios con nosotros, no sobre nosotros. En la cruz ha vaciado toda su ternura y ha mostrado todo su poder, su amor incondicional que nos salva. "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo... Nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos... Vosotros sois mis amigos... Padre, perdónales porque no saben los que hacen". Dios se ha mostrado dispuesto al abajamiento total con tal de manifestar que su ser es amar. En la cruz descubrimos la forma de ser de Dios. Por eso, podemos decir “He ahí al Hombre” y “He ahí a Dios". También hoy, en los horrores de la guerra, está. Se deja encontrar, no se impone, comparte nuestra suerte y nos acompaña desde dentro. Está acompañando a nuestros seres queridos que están viviendo la enfermedad y la muerte en una soledad familiar tan desgarradora. Él sí está. Somos estos días testigos de experiencias consoladoras, que no se explican si Él no está.

Novena Estación. Jesús cae por tercera vez

Elie Wiesel, escritor, premio Nobel de la paz superviviente de Auschwitz, cuenta que un día, regresando del trabajo al campo de Auschwitz, encontraron en el patio a tres compañeros encadenados que iban a ser colgados. Uno de ellos, era un niño. Nada más entrar, se les fue colocando, con toda la parafernalia al uso, para que presenciaran tan macabra ejecución. Momentos antes de ser ahorcados, los dos adultos gritaron “viva la libertad”. El niño, en cambio, permaneció callado. Y, en ese momento, alguien que estaba detrás de Elie Wiesel preguntó: “¿Dónde está el buen Dios?, ¿dónde está?” Seguidamente se procedió al ahorcamiento del niño y de los dos adultos, retirándoles las sillas a las que habían sido aupados. “En el horizonte”, comenta, “el sol se estaba ocultando” en medio de un silencio absoluto. A continuación, comenzó el dramático y punitivo desfile de los prisioneros, entre lágrimas y sollozos, por delante de sus tres compañeros. Cuando le tocó el turno a él, los adultos ya habían expirado. En cambio, el niño, seguía agitándose. Aún vivía. Y así estuvo media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando hasta morir, lentamente asfixiado, a causa de su escaso peso. En ese momento Elie Wiesel volvió a escuchar, detrás de sí, la misma pregunta de hacía unos minutos: “¿Dónde está Dios?”. “Sentí”, recuerda, “una voz que, saliendo de mí, respondía”: “¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…“. ¡Dios está ahí, en esa cruz! Gracias Señor por no haberte bajado.

Octava Estación. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

En este mundo en el que vivimos hay quien no mira para otro lado ante el sufrimiento. Hay personas que sufren por ver a otros sufrir. Hoy son tantas y tantas las personas que a través de organismos caritativos de la Iglesia lloran, consuelan y actúan ante la injusticia. Jesús, en el mar de dolor de su pasión, olvidado de sí, sigue consolando a su madre, al discípulo amado, a Pedro y a las mujeres de Jerusalén. Edith Stein, Sor Benedicta de la Cruz, no sabía cómo consolar a Anna Reinach en el funeral de Adolf, su marido también filósofo como ellas, caído en el frente de Flandes en la II Guerra Mundial. Fue la viuda, profundamente creyente, la que con su serenidad consoló a Edith. Más tarde, cuando ya era carmelita, Santa Benedicta de la Cruz, dijo acerca de esta experiencia: “Fue mi primer encuentro con la cruz y el poder divino y el poder divino que transmite a sus portadores. Por primera vez vi delante de mí, al alcance de mi mano, la Iglesia nacida de la pasión del Redentor en su victoria sobre la muerte. Fue el momento en que se derrumbó mi incredulidad y resplandeció Cristo en el misterio de la cruz”.

Séptima Estación. Jesús cae por segunda vez

Vuelve a caer y vuelve a levantarse. Camino del Calvario Jesús va asumiendo las pasividades internas, lo que nos pasa por dentro: miedo, tristeza, angustia, hastío de la vida, ausencia de Dios, como en Getsemaní. Y también las pasividades externas, lo que nos hacen: envidia, injusticia, soledad, humillación, tortura, como en el juicio, en la flagelación o en la coronación de espinas. Somos expertos en la acción: programar, calcular, realizar y evaluar. Pero la fecundidad y el crecimiento se juegan en la pasividad: asumir, aceptar, encajar, tragar y perdonar. Y casi nadie y ni en la Iglesia nos enseñan el arte de la pasividad que es el arte de amar. “Al contemplar la “pasión” contemplamos cómo el Señor “entró en paciencia”. Sus seguidores, nosotros, tú que estás escuchando este podcast ahora, hemos de aprender qué significa “entrar en paciencia”, qué implica esto, a fin de conocerlo y amarlo mejor, para mejor imitarlo”, dice el papa Francisco. Jesús vuelve a caer y pacientemente vuelve a levantarse. Más tarde, aquel centurión, “viéndole morir así, exclamó: Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. Hay maneras de vivir y de morir que convierten. Jesús no se ahorró, asumió los costes que suponía encarnarse en una humanidad pecadora, lo asumió voluntariamente y como signo del mayor amor.

Quinta Estación. Simón de Cirene ayuda a llevar la Cruz de Jesús

Uno que pasaba por allí fue quien ayudó al Señor a cargar su cruz. La tomó de mala gana y forzado por los soldados romanos ante la debilidad de Cristo. El mundo necesita cirineos, personas que pasen al lado y que ayuden a los últimos, los más golpeados, a llevar su cruz. Como sostiene el Papa Francisco, santos de la puerta de al lado. Decimos con San Bernardo: “Estoy clavado en la Cruz con Cristo, costado contra costado, mis manos contra sus manos, mis pies contra sus pies, los mismos clavos que le atravesaron atravesándome a mí, nuestras sangres mezcladas en una sola”. La vocación cristiana, voluntarios veinticuatro horas, en el sacerdocio, en la vida consagrada, en la familia y desde el bautismo, es la respuesta de la Iglesia al dolor de la humanidad.

Cuarta Estación. Jesús encuentra a María, su Santísima Madre

En medio de todo el ruido de este mundo, hay un rostro que siempre está ahí. María, la Madre del condenado, entre el barullo de soldados romanos y del pueblo alborotado, no aparta la vista de su Hijo. Cuántas madres hoy sufren con impotencia por sus hijos. Al pie de la cruz, Ella será el signo más claro de que Jesús no es un maldito sino que sigue siendo el hijo muy amado. Se puede ser el hijo muy amado y estar clavado en la cruz. El hijo la necesitó al pie de la cruz. No cualquier manera de vivir el dolor vale. Podemos malearnos, envenenarnos, amargarnos y endurecernos en el dolor. Necesitamos a la Madre. Estuvo magnífica al pie de la cruz. Ni una palabra, pero subió al Calvario como madre de uno y bajo como madre de todos nosotros. Creció, se agigantó al pie de la cruz. La única creyente al pie de la cruz. Cuando Jesús entregó su Espíritu ¿quién lo recogió? Santa María. Hubo un momento en que todo el Espíritu de Jesús lo tuvo Santa María. Hubo un momento en que toda la Iglesia fue María y después en Pentecostés, con María, el Espíritu para toda la Iglesia. La Iglesia hoy prolonga la maternidad de María.

Tercera Estación. Jesús cae por primera vez

En un mundo herido tras la pandemia, asolado por la guerra de Ucrania y por los más de 30 conflictos armados que existen en el planeta, los crucificados de la tierra claman a Dios. La cruz es compleja, no es simple. El papa Francisco en la Misa Crismal del 2021 dijo: “Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente… Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo... ¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…? Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia".

Segunda Estación. Jesús carga con la Cruz

Jesús recoge nuestras preguntas. Las más generales: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir esto? Y Dios ¿qué? Y las más concretas: ¿Por qué a mí? ¿Y esto en los más pobres? ¿Merece la pena vivir? La respuesta de Dios al mal es su Hijo. Jesús de Nazareth ha asumido el mal. Lo ha cargado sobre Él, ha tocado las raíces del dolor humano y por eso acompaña desde dentro a toda la humanidad. Paul Claudel, el poeta francés, lo dice muy bien: "Jesús no ha venido a quitar o a explicar el dolor humano, sino a llenarlo de su dulce presencia". Sería injusta la creación si Dios se hubiera librado de las consecuencias negativas de la misma. Pero no; Dios se ha hecho hombre. Ha asumido personalmente el mal del mundo. Dios no ha querido desentenderse de este mundo nuestro. Dios se ha zambullido de lleno en el mundo, en Jesús de Nazareth. En Él comparte nuestra suerte. En su Encarnación ha asumido esta humanidad nuestra en su forma más vulnerable y con todas sus consecuencias. Y en el dolor y en la muerte no se ha ahorrado, no ha dejado de amar y se ha dado hasta el extremo y libremente.

Primera estación. Jesús es condenado a muerte

Jesús fue condenado por los hombres de su época. Igual hoy; seguimos condenando a muchos a muerte. Las vidas más inocentes, como fue la de Jesús, están sentenciadas. Las guerras y la violencia; la pobreza y la exclusión; el paro y la precariedad laboral; la marginación y la discriminación; el racismo, la trata de personas y la prostitución, los no nacidos y los más débiles en su ancianidad. Todas estas situaciones las juzgamos de muerte para quienes las atraviesan. Jesús condenado a muerte acompaña desde dentro a todos los condenados hoy y desciende a los infiernos de la humanidad. Nadie podrá descender tanto. Nosotros, cuando experimentamos el abandono de Dios, nos refugiamos en otras realidades auténticas: familia, amigos, trabajo, descanso y servicio. Jesús, constitutivamente el Hijo, se rompe, experimentando el abandono del Padre. Como su vida se iluminó en el monte Tabor al experimentar la cercanía del Padre, aquí su vida se oscurece en la noche más profunda de la humanidad. Desde esa experiencia acompaña nuestras noches. En adelante nuestra soledad ya no será radical. Siempre estará Él.

COPE GP (03-04-2023)

¿Es justa la sanción a Sainz? Análisis con Juncadella, Merhi y Roldán. GP de Argentina de motociclismo. Hablamos con Alex Márquez. Nuevo podio de Palou en la Indycar.

De Rosca, capítulo 469 (03-04-2023)

Con Luis Malvar. Entrevistas a Antonio Rama (Ent. Granollers) y José Ignacio Prades, seleccionador femenino. La firma, José Javier Iso. Los Magníficos. Mis Pajaritos. Siete Metros.

Octavo susurro. María, ve y diles…

Dice el Evangelio que Jesús «los amó hasta el extremo». Esto quiere decir que, al entregar su vida, Jesús, les vino a confirmar que nunca morirían para Él. Tampoco nosotros. El Dios que resucita nos regala la Vida Eterna, el Cielo, el Paraíso, o como queramos llamarlo. Ningún mérito nuestro sería capaz de conquistar ese destino. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. Inma, estoy vivo

En la resurrección se da el abrazo personal con Dios; el abrazo íntimo de Dios. Ese abrazo es la incorporación definitiva a formar parte del rostro de Dios, de su imagen que es, verdaderamente, de dónde venimos. Decía Teilhard de Chardín: «En la eternidad éramos; al nacer comenzamos a existir. Existir es ser en el tiempo. Y al morir dejamos de existir, pero no dejamos de ser. Somos seres espirituales que vivimos una aventura terrenal». Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptima meditación. Domingo de Resurrección

“Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho”. Es la luz de Dios la que ilumina y alumbra todo. Es una nueva dimensión de la existencia. Hay un inicio de la eternidad. El ángel del Señor corrió la piedra del sepulcro y se sentó encima. Dios es vencedor de todas las losas que nos angustian y oprimen la vida de los hombres y mujeres de esta tierra. “Ha resucitado” es lo nuclear y hecho fundante de nuestra fe y la vida de todo discípulo de Cristo. Nuestros sufrimientos, el pecado y la muerte han sido vencidas.

Sexta meditación. Sábado Santo

¿Te sucede que el Sábado Santo es el día del Triduo pascual que más descuidas, ansioso por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo? Para que esto no te ocurra, puedes fijarte en las mujeres que acompañaron a la Virgen en todo momento. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura. Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. (...) Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del “primer día de la semana”, día que cambiaría la historia.

Quinta meditación. Viernes Santo

“Tengo sed”. Jesús, cuando tomó vinagre dijo: “Está cumplido”. “E inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. El relato de la pasión nos llena de emoción, de lágrimas, de esperanza. Somos escuchantes de la Palabra y acompañantes de Cristo en su camino hacia el Calvario. Lo vemos injuriado, escupido, triturado, traspasado, y todo por amar de un modo definitivo y auténtico. Sin mentiras. El acto sincero que nos lleva a reconocerle como el Hijo de Dios, el predilecto. Junto a su madre María y al discípulo Juan contemplamos al Crucificado sin perder la esperanza. Jesús experimenta el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, por todos nosotros, lo ha hecho para decirnos: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”.

Cuarta meditación. Jueves Santo

«Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer». Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén. Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En la última Cena, Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio. El lavatorio nos queda como una imagen de lo que fue toda la vida de Jesús, el Señor, un continuo abajarse para reconciliar al hombre con Dios.