Rodrigo Calderón, el noble español del siglo XVII que supo de su muerte por unas campanas y cuyo orgullo dio origen a un refrán

El Gobierno defiende la inocencia de Álvaro García Ortiz y carga contra el Tribunal Supremo por la condena

Royal Collection

'El Conde de la Oliva de Plasencia a caballo', Pedro Pablo Rubens (1612)

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

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El Gobierno ha defendido este lunes la labor del ya exfiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, después de que haya presentado su renuncia tras ser condenado a dos años de inhabilitación por revelación de secretos en el caso que afectaba a la pareja de Isabel Díaz Ayuso. 

Pedro Sánchez ha elogiado su "servicio público" y ha confirmado que ya se trabaja en su relevo, mientras varios ministros han denunciado un "clima judicial preocupante" y fallos judiciales que consideran, en su opinión, "desoladores". 

Desde el Ejecutivo, ministros como Pilar Alegría, Óscar López o Ana Redondo han cuestionado la actuación de ciertos jueces que, a su juicio, "niegan la legitimidad" del Gobierno o actúan bajo presiones políticas, aunque han asegurado respetar las resoluciones judiciales. Al mismo tiempo, han reivindicado la inocencia de García Ortiz y han expresado perplejidad por conocer el fallo antes de la sentencia completa.

La oposición ha reaccionado con dureza. Alberto Núñez Feijóo ha exigido que el nuevo fiscal sea un jurista de prestigio avalado por el CGPJ, mientras Isabel Díaz Ayuso ha acusado al Ejecutivo de creerse "por encima del Tribunal Supremo". Sumar y Podemos han ido más allá: Yolanda Díaz ha llamado a movilizarse "en defensa de la democracia", y Pablo Fernández ha reclamado una reforma profunda del Poder Judicial al considerar la condena un caso de "lawfare" y "golpismo judicial".

El de García Ortiz ha sido uno de los juicios más relevantes y seguidos de toda la democracia por su carácter inaudito. El motivo es que nunca en la Historia de España ni en la de Europa se había visto a un fiscal general del Estado imputado y procesado. Que la persona encargada de perseguir el delito sea quien los cometa constituye un escenario tan anormal que ni el propio legislador podría habérselo imaginado. Por eso hemos visto al Ministerio Fiscal —encargado de acusar— actuando como defensa, y al fiscal del caso recibiendo órdenes del propio acusado.

Hoy, hemos querido retroceder en el tiempo hasta el primer tercio del siglo XVII, para descubrir uno de esos casos que dejaron huella en la historia y en las gentes de España: el de Rodrigo Calderón y Aranda, conde de la Oliva de Plasencia, marqués de Siete Iglesias y favorito del duque de Lerma.

Museo Nacional del Prado

'Busto de Rodrigo Calderón', Carlos Luis de Ribera y Fieve (1835 - 1891)

LA ESPAÑA DE FELIPE III

Tal y como explica Manuel Fernández Álvarez en España. Biografía de una nación (2010), a diferencia de sus predecesores, Felipe III "prefirió los juegos de cartas a los negocios de Estado, convirtió la Corte en un garito y dejó el gobierno de la Monarquía en manos de un privado, el duque de Lerma".

La llegada de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma entre otros muchos títulos nobiliarios, a la Corte —nos explica Fernández Álvarez— "inició en la Monarquía católica un nuevo sistema de gobierno que se mantendría a lo largo del siglo XVII: el régimen de validos". 

La importancia de estos políticos tan característicos del siglo XVII español radica en que permitían al monarca del momento desentenderse por completo de las labores de gobierno y dedicarse a vivir una vida plácida.

La omnipresencia del valido contradice la instrucción que Carlos I dejó a su hijo Felipe II a la vista de "su tendencia a entretenerse demasiado con sus bufones": "más os ha hecho Dios para gobernar que para holgar".

El historiador madrileño dice en su libro que el duque de Lerma era "un político corrupto cuya mayor habilidad consistía en su facilidad para ganarse la voluntad del rey. Esa sería su mayor preocupación, para después buscar el modo de enriquecerse". 

Además, apuntilla que "Felipe III encarna el tipo más acabado de rey holgazán, que se desentiende por completo de los negocios de Estado". Esa suma de monarca ocioso y valido ambicioso llevaría a España a una situación insostenible que cristalizaría en la destitución de Sandoval y Rojas y en el asesinato de su mano derecha.

LA MANO DERECHA DE LA MANO DERECHA

El pasotismo del monarca llegó hasta tal extremo que el duque de Lerma parecía el auténtico rey. Tal es así que Francisco de Sandoval y Rojas, más preocupado por sus finanzas que por el mando del país, designó gobernador a otro noble, Rodrigo Calderón, conde de la Oliva de Plasencia y marqués de Siete Iglesias. Calderón se convirtió, en consecuencia, en el valido del valido, es decir, la mano derecha de la mano derecha.

Museo Nacional del Prado

'Retrato ecuestre del duque de Lerma', Pedro Pablo Rubens (1603)

La historiadora Laura García Sánchez asegura que, aunque la ayuda del duque fue inestimable en su ascenso económico y social, tampoco hay que pasar por alto que Rodrigo supo ganarse la confianza de Felipe III, de quien fue nombrado ayuda de cámara". Este nombramiento fue el primer paso de una carrera cortesana que terminó en tragedia.

Ese ascenso tan meteórico a la primera línea le valió, por otro lado, la enemistad de muchos nobles poderosos de la España barroca. García Sánchez describe al marqués de Siete Iglesias de un modo poco benévolo: "su actitud personal, altiva y poco diplomática, también lo perjudicó, especialmente en sus relaciones con la alta nobleza. Poco proclive a las visitas, trataba a los grandes señores de la corte con un manifiesto desdén".

LA CAÍDA EN DESGRACIA

La influencia de Calderón sobre el rey se desmoronó el mismo día que lo hizo la del duque de Lerma. Cuenta Antonio Domínguez en España, tres milenios de historia (2000) que, en 1618, "el hedor que exhalaba aquella corte de brillante apariencia era tan fuerte que el propio rey empezó a pensar que había que hacer algo". Sandoval y Rojas viendo venir su destitución procuró asegurarse el capelo cardenalicio con el que salvar el pellejo, mientras que el Rodrigo Calderón quedó, sin el paraguas protector de Felipe III a merced de sus enemigos.

Biblioteca Nacional de España

Retrato de Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Uceda

La caída en desgracia del duque de Lerma vino seguida del ascenso de su hijo, el duque de Uceda, Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas. Domínguez asegura que "Felipe III comenzó a sentir ciertos escrúpulos sobre su manera de gobernar, o mejor, de no gobernar". El rey, por petición de las cortes de Castilla, creó la Junta de Reformación "para corregir los males que se denunciaban cada vez más".

En ese contexto comenzó la fiscalización del favorito del valido. Lejos de apuntar a Lerma, que se había enriquecido, el pueblo tomó a Rodrigo Calderón como chivo expiatorio considerándolo como el dilapidador de la economía del reino. Hubo quien le aconsejó que se marchara al extranjero, pero el marqués veía en ello el reconocimiento de una culpabilidad que él negaba. 

Las crónicas recogen este suceso de la siguiente forma: "Avisos y tiempo tuvo el procesado para fugarse y poner a salvo su persona, pero prefirió someterse al fallo de las autoridades antes de confirmar, fugándose, la acusación de criminal que se le hacía".

 JUICIO Y CONDENA  

El 19 de febrero de 1619 Rodrigo Calderón fue arrestado en su casa de Valladolid y llevado a las cárceles del castillo de La Mota (Medina del Campo), Montánchez (Cáceres) y Santorcaz (Madrid).  "Civilmente se le acusaba de acumular decenas de oficios, títulos, pensiones y propiedades, pero también de haber participado en la gobernación de la Monarquía sin tener oficio y jurisdicción para ello, de haber pervertido la justicia y de haber recibido un número inmenso de sobornos". 

No obstante, Antonio Feros explica que "los cargos más serios eran aquellos que acusaban a Calderón de haber planeado y causado la muerte de la reina Margarita, de usar pociones mágicas contra fray Luis de Aliaga, el duque de Uceda y el príncipe Felipe, y de haber ordenado la ejecución de al menos cinco individuos que se habían atrevido a criticar a Calderón o a su patrón Lerma".

Museo Nacional del Prado

'Rodrigo Calderón, en el tormento', José María Rodríguez de los Ríos Losada (1865)

Después de ser sometido "al tormento de agua, garrote y cordeles", Calderón fue sentenciado a muerte el 9 de julio de 1621. La muerte de Felipe III supuso el ascenso al Trono de Felipe IV y de un nuevo valido, el conde-duque de Olivares. Se dice que cuando el marqués de Siete Iglesias escuchó doblas las campanas por aquel que había sido su señor, dijo: "El Rey ha muerto, yo soy muerto".

García Sánchez asegura que, con su ejecución ejemplar, la nueva pareja real quería "mostrar el fin de una época de corrupción administrativa y la llegada de un gobierno dispuesto a restablecer el orden y la moralidad".

Dice Feros que la sentencia lo absolvía de haber "estado implicado en la muerte de la Reina, o de haber tratado de embrujar al Rey, de envenenar a fray Luis de Aliaga, confesor de Felipe III, o de haber dado órdenes de asesinar a Alonso de Carvajal, al padre Cristóbal Suárez, de la Compañía de Jesús, a Pedro Caballero o a un tal Alonso Camino". 

Por el contrario, los jueces sí que habían encontrado pruebas que "demostraban su participación en los asesinatos de Agustín de Ávila y Francisco de Xuara, así como de haber pervertido la justicia buscando cédulas de perdón de sus delitos".

Calderón fue llevado al cadalso, ubicado en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621 y allí fue decapitado. En palabras de García Sánchez "durante los tres meses que transcurrieron antes de la ejecución, Calderón impresionó a sus allegados y al pueblo en general por su fortaleza de ánimo. Arrepentido de su vida pasada, dormía en el suelo y llevaba bajo la camisa un cilicio y una cruz de púas aceradas (...). En el patíbulo rezó durante tres cuartos de hora y luego abrazó al verdugo antes de que éste lo vendara".

La ejecución no tuvo el éxito que Olivares y Felipe IV habían calculado porque el pueblo no vio subir al hombre corrupto que habían perseguido y señalado, sino a un hombre arrepentido y humillado por sus pecados. Aquel ajusticiamiento dejaría una frase que quedaría para la historia para referirse a quien, incluso en las circunstancias más adversas, hacía gala de una inquebrantable altanería: "Tener más orgullo que Don Rodrigo en la horca".

VALLISOLETVM

Momia de Rodrigo Calderón conservada en el convento de Porta Coeli de Valladolid

La última voluntad de Rodrigo Calderón fue la de ser degollado por delante y no por la nuca, como se hacía con los traidores. Una vez ajusticiado, su cuerpo quedó expuesto en el patíbulo durante el resto de la jornada antes de ser enterrado en un convento carmelita. Hoy en día sus restos pueden ser contemplados en el convento dominico de Porta Coeli de Valladolid, que recibe el sobrenombre de 'las calderonas' en honor a la momia que custodian.