El país al que Cristóbal Colón dio nombre en la conquista de América por error: México quiso anexionar este territorio tras ser de España

La errada creencia de que encontraría oro allí, basada en que los nativos usaban adornos de ese metal precioso, fue vital para que aún hoy en día se conozca este territorio así

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La isla Uvita, cerca de Limón, Costa Rica, es donde Colón ancló sus barcos en 1502.

José Manuel Nieto

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Durante su cuarto viaje al Nuevo Mundo, Cristóbal Colón divisó una franja costera que le impresionó no por sus riquezas visibles, sino por lo que creyó que escondía: oro. Observó a los nativos portando joyas hechas de este metal y asumió —erróneamente— que la tierra era rica en ese recurso. Lo que no sabía era que esas piezas eran importadas. Aun así, el error fue suficiente para que la región quedara marcada por siempre con un nombre tan sugerente como equívoco: Costa Rica.

Un nombre, una moneda, un legado

Así lo recoge el Diccionario de Oxford, que afirma que Colón, "posiblemente por la errada creencia de que encontraría oro allí", bautizó así al territorio. Sin embargo, lo que realmente abundaba era agua, frutas tropicales y madera. Pese a la confusión, el nombre quedó grabado en la historia. En 1539, el topónimo fue aceptado oficialmente por las autoridades españolas, y un año más tarde, Costa Rica pasó a formar parte del Virreinato de Nueva España, pese a que los primeros asentamientos estables no llegaron hasta 1561.

Aunque Colón no halló el oro que buscaba, sí dejó una huella lingüística y simbólica indeleble. Tanto es así que, siglos después, cuando el país se independizó y eligió ser una república, optó por llamar a su moneda el colón. Un gesto que revela cómo las marcas del pasado colonial siguen presentes incluso en los aspectos cotidianos de las naciones actuales.

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La moneda de oro de Cristóbal Colón de Costa Rica

El proceso de conquista de Costa Rica fue especialmente lento. A diferencia de otras regiones del continente donde los españoles se asentaron con rapidez, en este caso pasaron casi 75 años desde la llegada de Colón hasta la consolidación de un dominio efectivo. La fundación de la primera población hispana, la Villa de Bruselas, no tuvo lugar hasta 1524.

El país logró su independencia del Imperio español el 15 de septiembre de 1821, al igual que otros territorios centroamericanos. Solo unas semanas más tarde, el ayuntamiento de Cartago ratificó esa independencia y el 1 de diciembre se promulgó el Pacto de Concordia, la primera constitución costarricense.

México intentó integrarlo a su imperio

Pero la independencia no fue sin sobresaltos. Tras liberarse de España, Costa Rica formó parte del Imperio Mexicano liderado por Agustín de Iturbide, un periodo breve pero intenso. En ese momento, la mayor parte de Centroamérica —excepto Panamá y Belice— se adhirió a este proyecto político común. La motivación no fue solo ideológica: ante la incertidumbre tras la ruptura con España, para muchos territorios centroamericanos la unión con México ofrecía una especie de escudo protector.

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John Vanderlyn, Desembarco de Colón, 1847 Pintura de Cristóbal Colón

No obstante, la adhesión no fue unánime ni duradera. En 1823, con la caída de Iturbide y el derrumbe del primer imperio mexicano, Costa Rica pasó a ser uno de los fundadores de las Provincias Unidas del Centro de América, una federación que apenas duró quince años. Fue en 1848 cuando Costa Rica proclamó de forma definitiva su condición de república independiente, y desde entonces ha mantenido su soberanía, alejándose de todo intento de integración regional impuesta.

Curiosamente, la historia del país sigue girando en torno a aquel error fundacional. El nombre de Costa Rica, que evoca riquezas minerales que nunca estuvieron allí, se ha convertido en una marca nacional que hoy simboliza no solo naturaleza y biodiversidad, sino también estabilidad política y desarrollo humano.

Aquel malentendido de Colón no solo dejó una impronta nominal, sino que dio pie a siglos de transformaciones políticas, desde la administración colonial bajo el virreinato de Nueva España hasta los fugaces lazos con México. Una historia de independencia progresiva y de una identidad nacional forjada más por lo que no fue, que por lo que se imaginó.

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