Cincuenta años de la muerte de Franco: el "hecho biológico" que el régimen tuvo que afrontar y que abrió la puerta a una nueva época en España

El Gobierno celebra los 50 años de la muerte de Franco y de la restauración monárquica sin el rey Juan Carlos

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Ataúd que contiene los restos mortales de Francisco Franco durante la misa en el Palacio de El Pardo

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

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El 50º aniversario de la muerte de Francisco Franco ha llegado sin actos institucionales oficiales, aunque el Congreso ha organizado dos eventos culturales centrados en reivindicar la fortaleza de la democracia nacida tras la dictadura. Pedro Sánchez ha asistido en el Congreso de los Diputados a la presentación del primer capítulo de Anatomía de un instante, una serie de Movistar Plus+ basada en la obra del escritor Javier Cercas sobre el 23-F.

A lo largo del día también ha habido otras actividades ligadas a la memoria democrática, como un coloquio en el Ateneo con la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, o diversas conferencias, tertulias y performances dentro de la iniciativa del Gobierno España en libertad, que busca poner el foco no en la muerte del dictador, sino en el inicio de la Transición. Además, el Ejecutivo ha lanzado la campaña La democracia es tu poder, con vídeos y lonas reivindicando los valores democráticos.

Mientras tanto, la Fundación Francisco Franco mantiene las tradicionales misas en recuerdo del dictador en más de una decena de ciudades, incluida Madrid, a la cual asistirán los familiares vivos del dictador. Mañana, 21 de noviembre, sí habrá un acto institucional: la conmemoración formal de los 50 años de la restauración de la monarquía con la proclamación de Juan Carlos I, primero en el Palacio Real y después en el Congreso, aunque sin la presencia del rey emérito.

EL HECHO BIOLÓGICO

Francisco Franco era un hombre. Esto que parece algo obvio hay que explicarlo en una época en la que se le presenta simplemente como el demonio encarnado. Franco era una persona y, como tal, estaba condenada, antes o después, a morir.

Sin embargo, "en la España oficial de los años setenta —dice Juan Fernández-Miranda en su libro Objetivo: Democracia. Crónica del proceso político que transformó España (2024)— existe un gran eufemismo. No se puede hablar de la muerte de Franco. Como mucho, del 'hecho biológico'; o algo aún más rebuscado: 'las previsiones sucesorias'".

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Todos los periódicos de España, matutinos y vespertinos, anuncian la muerte de Francisco Franco

El 20 de noviembre de 1975, tras cuatro décadas de régimen dictatorial, ese 'hecho biológico' se convirtió en una realidad. Franco había muerto en el madrileño hospital de La Paz a las 04:20 horas de la madrugada como consecuencia de un choque séptico. La teoría de la conspiración asegura, por el contrario, que el gallego habría muerto un mes antes y que los médicos lo mantuvieron vivo artificialmente para que todo quedara "atado y bien atado". 

Alfonso Cabeza, el último médico vivo que atendió a Franco, ha asegurado en una entrevista con el diario El Debate que la noche del 19 de noviembre él estaba de guardia y entorno a las nueve de la noche le comunicaron que el fallecimiento del dictador, pero que le pidieron que no dijera nada "porque hay que esperar cinco o seis horas para preparar todo", explica el sanitario.

Manuel Fernández Álvarez apunta en su libro España. Biografía de una nación (2010) que "el 20 de noviembre de 1975 moría Franco, tras varios meses de agonía. Había conseguido morir en su cama sin ser derrocado. Pero eso ya era lo de menos. Lo importante es que empezaba una nueva época".

Franco y Juan Carlos I

SUCESOR A TÍTULO DE REY

El 23 de julio de 1969, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicaba la Ley de Sucesión por la que el generalísimo estimaba "llegado el momento de proponer a las Cortes Españolas como persona llamada en su día o sucederme, a título de Rey, al príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, quien, tras haber recibido la adecuada formación ha dado pruebas fehacientes de su acendrado patriotismo y de su identificación con los Principios del Movimiento y Leyes Fundamentales".

Los frutos de la norma se recogieron el 22 de noviembre. Aquel día, el entonces príncipe de España, un título que no existe en la monarquía española, era proclamado rey por las Cortes franquistas con el nombre de Juan Carlos I, una anomalía dentro de la Corona, que no había conocido hasta entonces monarcas con nombres compuestos. 

Este detalle se debe, con toda probabilidad, a que, el propio rey Juan Carlos, que era completamente consciente de que se iba a ver obligado a desplazar a su padre y a arrebatarle sus legítimos derechos dinásticos para reestablecer la monarquía en España, creía una humillación usurparle también el nombre con el que hubiera reinado, esto es el de Juan III, quien luego terminó pasando a la historia como el conde de Barcelona.

ESPAÑA DE LUTO

Fernández-Miranda explica que, cuando el presidente Arias Navarro anuncia la muerte de Franco, en España "no pasa nada. El Gobierno decreta un mes de luto oficial y toma dos decisiones: establecer la capilla ardiente con los restos de Franco en el salón de columnas del Palacio Real, y preparar el Palacio de las Cortes para la proclamación como rey de don Juan Carlos de Borbón". Este es el ambiente que se respira en nuestro país cuando el príncipe jura "cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional".

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Numeroso público visita la capilla ardiente donde reposan los restos mortales de Francisco Franco

Cuando los españoles terminan de presentarle sus respetos a los restos mortales del anterior jefe del Estado, estos son trasladados al Valle de los Caídos, donde, por expreso deseo de Arias Navarro y según relata Fernández-Miranda en su libro, son enterrados: "una decisión que toma sin el consentimiento de la viuda y la hija del dictador, y sin que este haya dejado dicho nada al respecto".

Tras dos días de capilla ardiente, el dispositivo para el funeral de Franco se activa con una precisión quirúrgica. Las colas avanzan entre la curiosidad y la resignación, y muchos testigos recuerdan que el ambiente era menos dramático de lo esperado. "Madrid no se paralizó", dicen algunos cronistas: el tránsito urbano continuaba, los comercios abrían y el clima general parecía más expectante que desgarrado, como si la población asistiera a un acto asumido desde hacía tiempo. 

El cortejo abandona el Palacio Real al amanecer, con la bandera del águila cubriendo el féretro y una escolta que avanza al ritmo monótono de los tambores. Algunos diplomáticos comentan lo austero del ceremonial, destacando detalles menores —como la ausencia de repiques de campanas— que muchos interpretan como indicios de una transición que ya se estaba abriendo paso. La televisión pública retransmite la marcha en un blanco y negro que amplifica la sensación de final de época mientras la comitiva avanza hacia el Escorial y, finalmente, hacia Cuelgamuros.

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Un escuadrón de lanceros del Regimiento de la Guardia escolta los restos mortales de Francisco Franco hacia el Valle de los Caídos

El entierro se realiza de manera sobria y breve. La Basílica, fría y silenciosa, acoge a autoridades civiles y militares mientras el féretro es depositado en su tumba. Antes de descenderlo, se realiza una verificación formal de que los restos son efectivamente los de Franco, un gesto discreto pero que llamó la atención de varios asistentes por su carácter casi ritual. Durante la inhumación, se escuchan salvas de cañón desde el exterior y el órgano de la Basílica acompaña solemnemente, aportando una atmósfera sobrecogedora sin que exista ceremonia religiosa propiamente dicha. 

La lápida de granito preparada para cubrir el féretro es austera, sin inscripción más allá de una cruz sencilla, y tras la confirmación documental final del traslado y depósito de los restos, las autoridades se retiran con la misma sobriedad con la que comenzó el acto, como si todo el procedimiento estuviera pensado para cerrar un capítulo sin añadir palabras ni gestos innecesarios.