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"Vomitaba varias veces al día durante dos años"

Carmen sufrió anorexia y bulimia siendo muy joven. Ahora, con una vida completamente normal, tiene muy claro qué le diría a su 'yo' de hace unos años: "Me pediría perdón"

Vomitaba varias veces al día durante dos años
Miguel Palazón
@MiguelPalazon

Redactor COPE

Madrid

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 09 oct 2018

La protagonista de esta cicatriz no se llama Carmen, pero ha elegido ese nombre para contar su historia. Tiene 33 años, es ingeniera química y trabaja en una empresa de fabricación de equipos industriales. Es una mujer extrovertida en una primera impresión. Cuando llegues al final de este texto entenderás que su trabajo le ha costado o, mejor dicho, que no le ha quedado otra en la vida. Su forma de ser es coherente con su físico: alta, rubia, resultona. Aparentemente segura de sí misma en sus gestos y sus movimientos. Indudablemente atractiva.

Pero antes de entrar de lleno en esta cicatriz, acompaña su lectura con esta canción:

Es en su físico donde ella encontró una grieta que, en realidad, no estaba allí. Carmen es la pequeña de cuatro hermanas que, en su infancia, se las tuvieron que apañar solas. El padre trabajaba hasta la noche; la madre no ejerció demasiado como tal. Carmen define esos años como "emocionalmente bastante inestables". Lo hace con la perspectiva del tiempo, de todo lo vivido. Y dice que ahí está el "origen" de lo que, a partir de su adolescencia, se tradujo en una "relación difícil con la comida".

Un problema con la alimentación que empezó a manifestarse en las vacaciones que compartía con una amiga del instituto que le daba "mucha importancia al físico". Quizás buscando un referente afectivo que no tenía en casa, Carmen se fijó en ella. Para mal. Durante esos días dejaba de comer. Al tercer verano fue su propia amiga quien se preocupó por su pérdida de peso. Los padres de ambas hablaron entre sí, pero la cosa no pasó a mayores.

En la universidad el asunto sí que fue a más. Su mala alimentación la llevó al endocrino. A los 21 años se independizó, y al poco tiempo se quedó sola. Y sola se metió en el agujero. “Durante año y medio o dos años dejé de comer. A lo mejor, una manzana al día, el resto se iba en cafés y coca-colas. En tres meses perdí como 10 kilos”, cuenta ahora.

Esa obsesión por perder “un kilo más” para verse bien le llevó a ser diagnosticada de anorexia que, a su vez la dejó triste y sola, aislada de amigos y familia. Y además, insomne: “Me costaba mucho dormir, me levantaba siempre a las 4.00 de la mañana. Arrastraba el cansancio durante todo el día, me costaba respirar, tenía calambres”

Con solo 21 años Carmen empezó a vivir un infierno particular que aún no había ardido del todo. Un día su familia le hizo una “encerrona” para acabar con un estado físico y mental que le había llevado a pesar 55 kilos midiendo casi 1,80, pero que, sobre todo, le había trastocado toda su vida. Empezó a ir a terapia, pero aún no había tocado fondo...

Después de no comer, los atracones

Un día, dice Carmen, su padre le hizo ver su preocupación. Es un hombre que no exterioriza lo que siente y que, cuando lo hace, tiene mucha ascendencia sobre su hija. “Estás tirando tu vida”. Esa es la frase que le espetó uno de esos días en los que no se levantaba de la cama.

Tan potente fue para ella que su cabeza cambió el chip: “Era más potente el amor hacia él que cualquier otra cosa”, afirma. Así que llegó a un acuerdo con ella: iba a intentar normalizar su alimentación.

Pero por entonces Carmen no entendía de términos medios, literalmente: no sabía qué era eso, no había aprendido los recursos para tener una relación sana con la comida, así que pasó de no comer a darse a atracones, de la anoerxia a la bulimia.

Durante dos años, “todos los días vomitaba varias veces al día”. Todos los días. Con lo que ello implica en cuanto a consecuencias físicas: llagas en los dedos, el esófago abrasado. Con lo que ello implica para el estado mental y emocional de una persona. La tortura se extendió 4 o 5 años. Fue la peor parte de este infierno. 

Estuviera donde estuviera, como un yonki, buscas vomitar. Te cambia toda tu vida porque tu día a día se ve alterado. Y cuanto más lo haces peor te sientes, pero al mismo tiempo en el momento del impulso crees que te vas a sentir mejor”, explica.

“¿Qué te llevaba a hacerlo?”, le pregunto. “Castigarme”, me responde. Al principio, por darse el atracón. Después, cualquier problema rutinario que le pasa a cualquier persona, el más banal, servía de excusa para meterse los dedos en la garganta.

Este fue el periodo más duro para Carmen. Pasaba días encerrada en su habitación, comiendo y vomitando en bucle. Hasta que salió de ahí gracias a su fuerza de voluntad y a un ángel de la guarda.

El final del túnel, en el diván

A menudo los psicólogos son caricaturizados. Más a menudo aún, ayudan y ponen todo su empeño en sacar a la gente de su agujero particular. Carmen le debe mucho a su terapeuta, su "ángel de la guarda", quien le enseñó recursos para gestionar las malas emociones, así como a saber quererse y estar sola consigo misma. A terapia, por cierto, acudió toda la familia, incluidas sus hermanas, que al principio no tenían ni idea de cómo actuar.

Asimismo, admite que no se sale de la noche a la mañana. Que, como un toxicómano, mientras dejas el túnel hay veces que recaes. Pero ahora está ‘limpia’, y como muestra, un botón: No se fuerza el vómito ni cuando es necesario, después de una mala digestión.  “He madurado muchísimo, sigo siendo muy exigente, no solo a nivel físico, sino en todo. Pero sé frenarme. He aprendido a no ser tan radical, tan perfeccionista, a no culparme”.

La culpa. Qué importante para esta mujer de 33 años que, con un buen trabajo y toda la vida por delante, tiene muy claro qué le diría a aquella joven atormentada y triste: “Me pediría perdón, porque me traté muy mal física y mentalmente. Jamás en la vida se puede ser más duro que con uno mismo. Nadie se merece que le traten así. Cuando desarrollas otras habilidades y te das cuenta de que jamás tratarías a nadie así, te preguntas cómo lo hiciste contigo mismo. No hice nada malo, y aunque lo hubiera hecho”. Palabra de heroína.

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