Forzados por las consecuencias económicas de la pandemia del Covid-19, buena parte de los países y de las grandes instituciones financieras se aprestan a adecuar el sistema económico a la nueva realidad, con el objetivo de preservar un sistema de bienestar viable. Está clara la necesidad de afrontar reformas de calado para evitar que la crisis desencadenada acentúe las desigualdades y la pobreza. De ahí la insistencia del Papa Francisco en su reciente encíclica a la hora de recordar los principios de solidaridad y no fiar todo al funcionamiento del mercado. El beneficio es necesario, pero la economía no puede basarse en la búsqueda del beneficio a cualquier precio. La dignidad de la persona y la protección de los más débiles debe estar en el centro del sistema económico y social.

El Papa volvió ayer sobre este tema al recibir en audiencia a los directivos de una de las más antiguas entidades financieras de Italia. La Doctrina Social de la Iglesia no se opone a la perspectiva de una ganancia justa de los inversores, sino a las ganancias injustas que esclavizan a los trabajadores, reduciéndolos a una “cosa” entre las demás cosas. Como subrayó el Papa, la busca de buenos resultados es compatible con la transparencia y la promoción de las personas y de la sociedad en su conjunto. “En la gestión de los negocios, dijo Francisco a los banqueros italianos, siempre se requiere una conducta recta que no ceda a la corrupción y sepa distinguir el bien del mal”. Al final una economía sana y próspera es imposible sin la ética y sin la centralidad de la persona.