En un fin de semana marcado por la alegría, el espíritu misioneto y las celebraciones multitudinarias, el Papa Francisco nos ha invitado, desde Madagascar, a vivir intensamente lo esencial y a no manipular el Evangelio con tristes reduccionismos.

Ante un millón de personas, el Papa ha celebrado este domingo la Eucaristía en Madagascar y nos ha pedido que no identifiquemos el Reino de los Cielos con los propios intereses personales o con la fascinación por alguna ideología, que a la postre terminan por instrumentalizar a Dios o la religión para justificar actos de violencia, represión e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación. La tarea misionera nos exige alejar de nosotros esa tentación tan poderosa. La reducción del Evangelio a meros intereses personales es letal, porque hace que nos encerremos en nosotros mismos y que dejemos poco espacio para los demás, particularmente para los más pobres, a quienes excluimos y cuya pobreza creemos equivocadamente una fatalidad. La pobreza no es una maldición y por lo tanto ponernos manos a la obra para construir la historia de la fraternidad y solidaridad, en lugar de bajar los brazos y desistir, haciéndonos cómplices con nuestra visión del mundo reducida y estrecha de una cultura de los privilegios y de la exclusión.