Hasta ahora, para sorpresa de escépticos, los preparativos del viaje del Papa a Irak del 5 al 8 de marzo transcurren según lo previsto. La visita representa mucho más que un signo de la anhelada normalidad, simbolizada en la reanudación de los viajes papales. Varias generaciones de iraquíes no han conocido en sus vidas nada parecido a esa normalidad, y la primera visita en la historia de un Pontífice supone un espaldarazo a quienes creen que es posible un Irak donde las distintas confesiones convivan pacíficamente.

En ese sentido, su encuentro con la máxima autoridad chiita, Al Sistani, tiene una importancia comparable a las reuniones que ha mantenido hasta ahora el Papa con el jeque de la universidad sunita de Al Azhar. Irak, Siria y Yemen son o han sido los principales escenarios de la cruenta guerra que libran en Oriente Medio las dos grandes ramas del islam.

Entre dos fuegos se encuentran los cristianos, históricamente un factor de estabilidad en la región. Ellos son la primera razón de este viaje. Francisco ha dejado muy claro su deseo de visitar a la probada comunidad cristiana, con miles de personas que lo perdieron todo con la llegada del Daesh, y no pocos asesinados por negarse a renegar de su fe.

El problema es que los perseguidores no eran solo combatientes radicales venidos de otros países, sino vecinos que durante años habían convivido puerta con puerta. De ahí la dificultad de restañar heridas. Y la importancia de un viaje papal que será de gran ayuda para que Irak pueda empezar a disfrutar de un mínimo de normalidad.