Lejos de amainar, las violentas protestas callejeras que, utilizando la disculpa de la condena al rapero Pablo Hasel, han alimentado desde la extrema izquierda, se recrudecen cada día que pasa. En algunos lugares como Cataluña, incluso hemos conocido las consignas de los grupúsculos radicales, entregados al terrorismo callejero, en las que aseguran que se harán más fuertes cuanto más violentos se muestren y llaman a asaltar comisarías y cuarteles.

La verdadera libertad de expresión, como ha señalado el Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello es una libertad responsable. Merece un juicio moral desde la verdad y el bien. Es la verdad la que nos hace libres. En cambio, cuando se propugna una libertad sin límites, se acaba por ser víctima de la tiranía que irresponsablemente se proclama. Hay ideas y palabras que construyen, pero ciertamente también las hay que hacen daño, cosifican al otro y pueden convertirse en el caldo de cultivo ideal para los que hacen de la violencia su particular modus vivendi.

En una sociedad democrática, como ha recordado este fin de semana, el Cardenal Arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, las ideas se defienden con la palabra, nunca con la violencia. Es tarea de todos trabajar por mantener la concordia y ser instrumentos de paz en nuestras calles, ante quienes se crecen con la provocación e intentan sacar rédito del clima de envilecimiento social que ellos mismos generan.