Los sucesos de Perú y Alemania, donde se han abortado sendos intentos de golpe de Estado, han puesto de manifiesto que la lealtad al orden constitucional es el fundamento de la convivencia de los pueblos y de la estabilidad política de los Estados.

A propósito de Alemania, en el corazón de las libertades democráticas en Europa, se ha desarticulado una trama golpista organizada por un partido minoritario de la extrema derecha que, fuera de toda lógica, trataba de restaurar un "Reich" imperial, a todas luces condenado al más rotundo fracaso.

Muy distinto es lo ocurrido en Perú, donde el hasta ahora presidente, el populista de izquierdas Pedro Castillo, acusado de corrupción y de incompetencia moral, intentó adelantarse a su destitución por el Congreso disolviendo la cámara legislativa y proclamando el estado de excepción en el país.

En Perú, con un pueblo en permanente vela tras los excesos del autoritario expresidente Alberto Fujimori, no se perdona que otro mandatario trate de imponer su autoridad por encima de la Constitución. Castillo ha seguido, casi a la letra, los pasos en falso dados por Fujimori y ha ido a parar a la misma prisión donde éste purga una condena de 25 años. La lección que se extrae de estos hechos es que, en democracia, nadie puede situarse por encima de la ley para mantenerse en el poder o conquistarlo ilegalmente.

También nos alerta sobre la necesidad de disponer de las herramientas jurídicas necesarias para defender el orden constitucional, en un momento en que el gobierno de Sánchez se dispone a abolir la sedición como delito. El manoseo frívolo de la Constitución y sus instituciones es un riesgo que no puede permitirse ninguna democracia.