Hay un mérito imposible de negar al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Mientras la prensa del mundo entero pone el foco en las derivas populistas de Modi, en India; Jair Bolsonaro, en Brasil, o el presidente turco, Erdogan, apenas nada se dice de él, que poco tiene que envidiar a ninguno de los anteriores. Eso podría cambiar.

A pesar de su relativa derrota en las legislativas, que le ha obligado a limitar el alcance de su plan de reforma constitucional, el líder de MORENA actúa como si nada hubiese sucedido y vuelve a la carga contra uno de sus blancos favoritos: la prensa. Su programa televisivo “Quién es quién en las mentiras de la semana” ha puesto en guardia a las principales organizaciones de prensa internacionales, indignadas por el señalamiento a periodistas críticos en uno de los países donde más peligroso resulta ejercer la profesión.

López Obrador se ha labrado una imagen de austeridad frente a la corrupción de sus predecesores. Razones no le faltan para sus críticas, pero la corrupción no ha retrocedido en México. Su estilo impulsivo de gobierno ha sido desastroso durante la pandemia y lo será para la recuperación. México se encuentra en situación inmejorable para atraer inversiones americanas que hasta ahora acaparaba China, pero los ataques a la independencia judicial o contra los planes de profesionalizar el funcionariado ahuyentan con razón a los inversores.