Las primeras horas de la cumbre que China y Estados Unidos inauguraron ayer en Alaska indican que la administración Biden quiere hacer de la firmeza la línea divisoria entre dos modelos políticos y económicos inconciliables. Se trata de un tanteo. De hecho, tras la Cumbre, no habrá declaración final, ni tampoco eventos sociales que permitan la confraternización.

China y Estados Unidos se han sentado para establecer un primer contacto y poner sobre la mesa las cuestiones candentes: Hong Kong y Taiwan, derechos humanos, expansión militar china, ciber seguridad, guerra comercial y seguridad nacional, entre otros. China cree, como Putin, que la democracia occidental está en decadencia, y Biden está resuelto a fortalecerla frente al autoritarismo. De ahí, por ejemplo, la cumbre virtual celebrada entre Japón, Australia, India y Estados Unidos para fortalecer relaciones que, por supuesto, no solo afiancen los lazos políticos, sino también comerciales.

Está claro que China es un gigante que avanza de manera inexorable, ya que ni siquiera en pandemia ha dejado de crecer. Su potencial tecnológico y militar parece imparable, lo que supone un riesgo para la región. Biden parece decidido a plantar cara, pero no va a hacerlo solo. Japón y Corea del Sur son sus principales aliados en la región, los primeros a los que la Diplomacia estadounidense ha visitado tras el relevo en la Casa Blanca. Las alianzas son el único modo de mantener estratégicamente las líneas rojas frente al expansionismo chino.