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La herencia que deja Merkel: así ha cambiado Alemania en sus 16 años de gobierno

En 2008, tras la crisis financiera, llegaron los rescates europeos. Hay votantes que todavía no se lo perdonan

La herencia que deja Merkel: así ha cambiado Alemania en sus 16 años de gobierno

Merkel, en las elecciones de 2005 que ganó

Corresponsal de COPE en Berlín

Berlín (Alemania)

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 23:22

La mayoría de los alemanes acude a las urnas este domingo haciéndose una fundamental pregunta: ¿cuál de los candidatos es nuestra próxima Merkel? Y la campaña electoral, el zigzagueante discurrir de las encuestas, ha demostrado que aquel de los aspirantes que en cada momento conseguía disfrazarse de la canciller alemana con más acierto se iba convirtiendo en el preferido del momento. Este pulso demoscópico dice mucho del balance de estos 16 años de gobierno, cuatro legislaturas consecutivas en las que Merkel ha gobernado con serenidad, aportando estabilidad y seguridad sobre la base de su enorme capacidad de negociación. La mayor parte de su tiempo en la Cancillería ha gobernado en coalición con los socialdemócratas y ha impuesto un estilo de toma de decisiones abierta y pragmática, ajena a la ideología, a menudo en contra del parecer de su propio partido con tal de hacer lo mejor para Alemania y para Europa. Y los resultados saltan a la vista.

La esperanza de vida de los alemanes, por ejemplo, ha aumentado en dos años desde que Angela Merkel asumiera el gobierno en 2005, la superficie habitacional per cápita pasó de 42 m² a 47 m² y el fracaso escolar se redujo del 8,2% al 6,3%. Se denuncian un millón de delitos menos al año. Merkel llegó al poder cuando Alemania incumplía el Pacto de Estabilidad europeo, con un déficit público del 3,3%, pero en 2012 había logrado ya el déficit cero y a partir de ahí fueron años de superávit de hasta el 1,8%, al menos hasta que llegó la pandemia. Aunque el dato económico que siempre ha sido prioritario para ella ha sido el empleo. El paro se ha reducido desde el 13% a 6,3%. En el este hay más desempleo, pero en buena parte del territorio alemán la situación es de pleno empleo. Y sobre todo ha dirigido el timón alemán, tormenta tras tormenta, crisis tras crisis, aportando tranquilidad a los votantes alemanes, a pesar de que cada crisis tuvo sus luces y sus sombras.

En 2008, tras la crisis financiera, llegaron los rescates europeos. Hay votantes que todavía no se lo perdonan y por eso surgió el partido antieuropeo Alternativa para Alemania, seguramente la herencia que más le duele dejar a Merkel. En 2011, tras el accidente de Fukushima, Merkel legisló en tiempo récord y adelantando por la derecha a Los Verdes el final de la energía nuclear en Alemania en 2022, una reacción rápida que todavía arrastra carencias en la cesta energética alemana. Merkel ha gestionado la crisis del clima desde el principio, durante sus gobiernos las energías renovables han pasado del 10% al 40% del mix energético, aunque Alemania va muy por detrás de sus objetivos en descarbonización. Mientras tanto, en 2015, llegó la crisis de los refugiados. Hay quien ve aquella apertura de fronteras a los refugiados sirios el peor momento de su mandato, pero otros lo ven como el de mayor grandeza. Y, finalmente, la crisis del coronavirus. Nadie discute una gestión acertada en términos económicos, pero sus medidas, muy estrictas y que se mantendrán al menos hasta final de año, han despertado un gran movimiento de malestar por la restricción de libertades que ha llegado a causar incluso tumultos a las puertas del parlamento.

Menos intangible, pero seguramente más relevante es el papel de liderazgo internacional que Merkel ha proyectado hacia el exterior. En 2005 Alemania era un país con escaso peso en la decisiones internacionales, un escenario en el que se movía todavía con la cabeza baja por historia en el siglo XX. Hoy la Cancillería de Berlín no es solamente donde se precocina el menú europeo que después se emplata en Bruselas. La canciller habla por teléfono semanalmente con los presidentes de EE.UU., Rusia, China… Merkel está en todas las salsas, opinando, sirviendo de puente entre oriente y occidente, de comunicación solidaria entre norte y sur. “En África escribimos su nombre con letras de oro”, se ha despedido de ella el presidente del Banco de Desarrollo Africano Akinwumi Adesina.

Las muestras de aprecio y admiración desde todo el mundo que Merkel está recibiendo en su despedida no tienen parangón. En 2015, la revista Time la llevó a portada como la “Canciller del mundo libre”. Hoy incluso el desconsiderado Putin, que siempre intentó denotar su desprecio, rinde homenaje con flores a la alemana. En casa, sin embargo, se le sacan bastantes defectos. Un informe que Deutsche Bank acaba de retirar por su carga electoral afirma que deja un sistema de pensiones enfermo, unos impuestos demasiado altos y Alemania como sede de negocios en peligro. Está claro que no logró la digitalización a tiempo y en su resistencia a mayores pasos de integración europea puede leerse cierto prejuicio. Pero su verdadera herencia es una generación de alemanes que no conoce o recuerda una Alemania sin Merkel y que será la que marque el camino alemán del siglo XXI. Ellos se quedan con su confianza en las instituciones, su aprecio por la austeridad y con el tan particular feminismo de Merkel, una forma de ser mujer, mujer poderosa, sin estridencias ni militancias y desde una discreta seguridad en sí misma.

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