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Argelia, Libia y Sudán, un hervidero sin solución a la vista

Argelia, Libia y Sudán, sumidas en diferentes crisis sociales de las que, en estos momentos, no se visualiza una salida clara

Continúan las protestas en Jartum (Sudán) contra la junta militar tras el derrocamiento de Omar Al Bashir

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Tiempo de lectura: 4'Actualizado 08:24

De Jartum (Sudán) a Trípoli (Libia) distan casi 4260 kilómetros. De ahí a Argel (Argelia), unos 1250. Sobre el mapa, una especie de triángulo cuya base estaría formado por estos dos países del norte de África, y cuyos lados se extenderían hasta llegar a Sudán. Una pequeña parte de la geografía de este enorme continente que se ha configurado en las últimas semanas como un verdadero hervidero político y militar. Argelia, Libia y Sudán, sumidas en diferentes crisis sociales de las que, en estos momentos, no se visualiza una salida clara. 

Argelia tras el derrocamiento de Abdelaziz Buteflika

Desde el entramado político y militar que sostuvo al ya ex presidente de Argelia, Abdealaziz Buteflika (82 años), durante 20 años se creía que con su dimisión el pasado 2 de abril sería suficiente. Sin embargo, ni mucho menos, está siendo así. Las calles de las principales ciudades del país volvieron a llenarse con decenas de miles de manifestantes bajo una consigna muy clara: una ruptura total con el régimen de Buteflika, todo aquel que haya desempeñado funciones ejecutivas, legislativas o militares debe salir también.

En el octavo viernes consecutivo de movilizaciones poco se hablaba de la reciente convocatoria de elecciones oficiales para el próximo 4 de julio. El nuevo jefe de estado interino, Abdelkader Bensala, y toda simbología relacionada con Buteflika, eran la comidilla y el punto de mira de la opinión pública en estos momentos. 

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Las mismas calles que se poblaron multitudinariamente en 2011 después de que su vecina Túnez iniciara la conocida Primavera Árabe, se inundan ahora para exigir un futuro sin el gobierno del Frente de Liberación Nacional. Unas manifestaciones, mayoritariamente, pacíficas, que también tienen otro enemigo bien identificado: Ahmed Gaid Salah, el jefe del Ejército y uno de los mandamás argelinos, con estrecha relación con Buteflika y persona que avaló al actual jefe del Estado interino, Abdelkader Bensala (anterior presidente del Consejo de la Nación, cámara alta del Parlamento).

Sin embargo, estas manifestaciones están siendo dispersadas mediante el uso de gases lacrimógenos y cañones de agua. Más violencia en Argel de la que se había visto en estos siete viernes anteriores, lo que ha despertado el rechazo, entre otros, del líder opositor del partido Nueva Generación, Soufiane Djilali, quien tuitéo lo siguiente: “Mi total condena a las brutalidades de la policía en la Plaza de Audin y en el tune de las facultades”.

En este línea, el periodista Khaled Drareni también publicó en su cuenta de Twitter sobre la represión de la policía argelina en la zona de la Plaza de Audin. 

No obstante, miles de pancartas con mensajes como “Ni Bensala ni Salah, formáis parte del complot” han ondeado por las calles de las principales ciudades argelinas, como Orán Tizi Ouzou y Constantine, además de Argel.

Violencia, disturbios y presiones que aún no han hecho saltar las alarmas de la opinión pública internacional y las principales potencias mundiales, que aguardan a que su actual Gobierno interino ‘sepa’ resolver la situación. Mientras, decenas de medios de comunicación extranjeros siguen sin poder acceder al país porque las autoridades argelinas no expiden la mayoría de visados pertinentes.

Libia y la figura del general Jalifa Haftar

Libia lleva años siendo un auténtico caos en el que la normalidad ha sido quebrantada por diversas milicias que intentan acumular poder para poder dominar la nación. El derrocamiento del régimen de Gadafi iba a suponer una bocanada de aire fresco que reactivara al país, pero actualmente muchos libios añoran cierta ‘estabilidad’ del pasado. Tampoco la Primavera Árabe pudo otorgar garantías a un país marcado por los intereses internacionales, y que luchó también contra Estado Islámico, hasta expulsarlos de los bastiones de Sirte y Misrata en 2016 gracias al apoyo de Estados Unidos.

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En esta vorágine de enfrentamientos entre milicias que se reparten este y oeste del país, aperece con gran fuerza el nombre de un ex general, Jalifa Haftar, quien se desempeña en el este del país comandando importantes tropas militares con las que ahora quiere conquistar la capital, Trípoli. Sin embargo, Haftar ya era una de las personalidades importantes del país. Un cargo militar con gran poder que dirige el autodenominado Ejército Nacional Libio formado por ex militares, diversas milicias afines ideológicamente, varios grupos tribales del sur y algunos salafistas.

Además, en Trípoli también se ha configurado la llamado Fuerza de Protección, con milicias revolucionarias y fuerzas especiales de disuasión. Un entramado de milicias con distintos intereses, que van a tener gran importancia en la ofensiva de Haftar a la capital libia. Una ofensiva que ya ha dejado varios muertos, ha bombardeado el aeropuerto internacional de Trípoli y captura a pueblos enteros allá por donde pasa para sumarlos a la causa. Una causa que tiene respaldo, incluso, en muchos de los parlamentarios del país que, sin seguir las directrices de la ONU para un Gobierno de Unidad, están apoyando a Haftar.

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El ex militar, además, cuenta con el apoyo de Emiratos Árabes y Egipto, ha viajado en varias ocasiones a Rusia, donde ha sido recibido con honores, e incluso Francia le apoyó en una ofensiva militar el pasado mes de febrero.

Por su parte, en la zona occidental del país, el liderazgo del ingeniero Fayez Serrai (Gobierno del Acuerdo Nacional) parece mostrar síntomas de debilidad, a pesar de contar con el beneplácito de la ONU.

Esta es la situación actual, eso sí, tan cambiante como compleja. Y es que la facilidad para acceder a armamento hacen que sea muy común la irrupción de nuevas milicias escindidas de otras de mayor influencia. Mientras tanto, organismos internacionales ya están sacando a parte de su personal no imprescindible del país, y la ONU cifra en 9500 personas el número de desplazados como consecuencia de esta ofensiva.

Golpe de Estado en Sudán

En Sudán, el jueves 11 de abril se vivió un golpe de Estado que supuso el fin del mandato de Omar Al Bashir, que se había prolongado durante 30 años. Después de esto, una oleada de protestas ha recorrido sus calles pidiendo un 'gobierno civil', y ya hay más de una decena de muertos  como consecuencia de estas movilizaciones. Han sido cuatro meses de protestas hasta que se ha hecho efectiva la salida del dictador Al Bashir. Ahora, los militares toman el poder en un período tan incierto que le puede llevar varios años hacer una transición consistente.

Las protestas contra Bashir fueron provocadas por el aumento de los precios del combustible y el pan. Las primeras manifestaciones tuvieron lugar en el norte de Sudán a finales del pasado diciembre. El descontento pronto se propagó por el país entero. A partir de entonces las manifestaciones empezaron a ser mucho más organizadas.

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Sudán vivió más de 20 años de una guerra civil (1983-2005), que dejó un país muy tocado y casi un millón de muertos. El conflicto terminó con la independencia de Sudan del Sur (2011). Sin embargo, las condiciones económicas de la sociedad sudanesa nunca mejoraron, y el pueblo se echó recientemente a la calle para exigir que se respetaran sus derechos.

Ayer, los sudaneses se reunieron cerca de la sede del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas para pedir un nuevo gobierno de origen civil.  La situación permanece inestable y no se sabe qué puede pasar en el país en los próximos días.

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