Putin ha logrado en las elecciones presidenciales de ese domingo una aplastante victoria. Ha obtenido su mejor resultado, casi un 77 por ciento de los votos con una participación de más del 67 por ciento. Ha conseguido, de este modo, conjurar el peligro de una baja participación, la una incógnita de estos comicios.

Este resultado se produce gracias a la explotación de un nacionalismo que quiere hacer resucitar las viejas glorias del imperio ruso, y gracias también a una política de persecución a los críticos. Una política que, llegado el caso, no ha dudo en eliminar físicamente a sus oponentes.

La Rusia de Putin es una amenaza para la estabilidad del mundo del siglo XXI. Sin un gran peso económico, el país tiene un PIB similar al de Italia, y con menos recursos que otros actores internacionales, ha conseguido una gran influencia. Se ha convertido en un protagonista de los conflictos de Oriente Próximo, y ha tenido un peso muy negativo en las últimas elecciones que se han celebrado en Occidente. La política de desestabilización de los procesos electorales de Estados Unidos y Francia, a través de la difusión de noticias falsas, y la intervención en el intento de secesión de Cataluña muestran su gran capacidad desestabilizadora.

No estamos ante una nueva “Guerra Fría”, porque la Rusia de Putin no tiene ni por asomo el poder de la antigua Unión Soviética. Pero Occidente no tiene la claridad estratégica de entonces. Putin ha llegado a ser lo que es, en gran medida, porque Occidente y sus certezas, están en crisis.