Mientras la comunidad internacional sigue perpleja ante la caótica guerra civil en Siria, Israel no ha dudado en bombardear los depósitos sirios de armas, reforzados con los envíos de sus aliados iraníes. Aunque esta acción bélica ha sido considerada por Damasco como una “declaración de guerra” de consecuencias imprevisibles, Israel ha tomado su decisión como una advertencia contundente de que no tolerará una intervención directa de Irán en favor de la dictadura siria que, pese al terrible desgaste de la guerra, parece fortalecerse cada día. El riesgo que se corre es doble: por un lado que Irán instale en Siria sus misiles para incrementar su amenaza permanente contra Israel, y por otro que esas armas sean utilizada por las milicias de Hezbolá o caigan en manos de los yihadistas” igualmente enemigos del Estado judío.La intervención militar israelí viene a complicar aún más las cosas, pero la guerra de Siria supone un capítulo más de ajuste de cuentas entre las dos grandes facciones islámicas, sunníes y chiíes, con riesgo directo par el inestable Líbano. Este país sigue siendo, pese a sus divisiones internas, el único caso de democracia real en el mundo árabe, con la activa participación de la comunidad cristiana. Acabar con esta convivencia y expulsar del Cercano Oriente la presencia cristiana, es uno de los objetivos de los yihadistas en connivencia con los países del Golfo, que paradójicamente son grandes aliados del mundo occidental. En este laberinto se acaba de introducir Israel movido por su único objetivo de garantizar su propia seguridad. Aunque quedan por ver las consecuencias de su intervención.