«Una celebración de la fe y el perdón». Así definía el superior general de los claretianos, el indio Mathew Vattanattam, la beatificación que tuvo lugar ayer en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Son 109 mártires de Cataluña y de otras partes de España que entregaron su vida por fidelidad al Evangelio, sin un ápice de odio y perdonando a sus verdugos. Murieron la práctica totalidad en los últimos meses de 1936, tiempos convulsos en Cataluña. Pero su causa era la de Jesús, no las de uno de los bandos políticos enfrentados en la guerra civil. Su congregación les recordó ayer con el lema «Misioneros hasta el fin». Es un modo de resaltar que su sacrificio fue una forma suprema de testimonio. Porque lo que hicieron estos mártires fue poner su vida como prueba de su confianza en Dios, dando razones para la esperanza en un momento oscuro de la historia de España. Hubo otros muchos mártires como ellos. En Madrid, el 11 de noviembre, se celebrará una beatificación de 60 sacerdotes y laicos de la familia vicenciana, incluidos varios que dieron su vida en Barcelona y en Gerona. Tampoco estos parecían, a priori, cristianos fuera de lo común, pero les tocó vivir tiempos difíciles, tuvieron el valor de perseverar y les fue concedida la gracia de aceptar el martirio y morir perdonando a sus asesinos. Por eso la celebración de su martirio está en las antípodas de una reivindicación política. Más bien, los mártires nos enseñan que, por encima de cualquier división humana, el cristiano es portador de un mensaje de esperanza contra el que el mal y la muerte nada pueden.