San Silvestre, el hombre que no participaba en carreras pero que fue papa en el siglo IV

En el santoral de hoy, del último día del año, 31 de diciembre, nos acercamos a la figura de San Silvestre

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Es siempre importante contemplar el Misterio de estos días que nos aboca la final del año. La visión de nuestros nacimientos nos vuelve a descubrir al Señor como el Alfa  la Omega, el Principio y el Fin de todo lo creado. De Él procedemos y hacia el tendemos. De lo contrario no tendría sentido nada de cuanto celebramos en estas jornadas de Navidad. Y hoy la Iglesia nos presenta al Papa San Silvestre.

Su vida transcurre en el siglo IV, época en que la Iglesia re-cristianiza lo que ya era cristiano como fue la celebración de la Fiesta de Navidad. En el siglo I se festejaba el Nacimiento de Cristo, pero Juliano el apóstata lo cambió a las fiestas saturnales y en este siglo IV se retomó como fecha importante para la Iglesia Católica.

Silvestre fue testigo de los pórticos de estos cambios. De hecho, en su Pontificado sube como Emperador Constantino, el Grande que promulga el Edicto de Milán en el 313 con el que otorga la libertad de culto y prohíbe la persecución a los cristianos. Este Emperador regaló a San Silvestre el Palacio de Letrán, Sede la Residencia de los Papas en ese periodo.

En este periodo de San Silvestre hay dos edificios clave. Uno es la primera Basílica de San Pedro que se construyó y la Basílica de San Juan de Letrán. Por entonces Luciano de Samosata ya había muerto mártir. Este personaje no era uno más sino el que solapadamente divulgó la herejía arriana negando que Cristo fuese Dios hecho Hombre. Con el martirio quedó limpio pero Arrio lo divulgó y dio nombre a esta desviación.

Silvestre convoca el Concilio de Nicea en el que se define a Cristo, Verbo de Dios hecho Hombre y se compone el Credo Niceno. Antes de morir tiene la dicha de bautizar a modo de conversión al propio Emperador Constantino. San Silvestre muere en el año 335.

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