La oración del día: San Gabriel de la Dolorosa

En su breve pero fructífero tiempo como religioso, Gabriel se caracterizó por su piedad, su infatigable vida de oración y penitencia, y sobre todo, por su amor a Cristo

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Hoy, VIII Domingo del Tiempo Ordinario, conmemoramos a San Gabriel de la Dolorosa.

Nadie se podía imaginar que en 1838 nacería un niño tocado por la Santidad. La misma que abrasó en amor el corazón de San Francisco de Asís, ocho siglos antes. Nadie se podía tampoco imaginar que este niño se llamaría en su origen Francesco. La adolescencia fue lo más alejado de la Iglesia. No obstante hubo también algún tiempo de propósitos de cambiar de vida que no se llegaron a cumplir.

Ciertamente si uno no está afincado en la Semilla de la Fe puede venir cualquier dificultad y llevársela por delante. Gabriel quiso llevar una vida más ordenada pero los halagos mundanos le llevaban de nuevo al punto de partida del alejamiento de Dios. Sin embargo contaba muchas veces con la capacidad de rezar que Dios le había concedido y pedir ayuda encomendándose a la Virgen María.

En un gesto de arrepentimiento se pone en manos de Dios para descubrir su Camino de santificación. Entonces ingresa en los Pasionistas fundados por San Pablo de la Cruz que se dedican a vivir los Misterios de Cristo en la Cruz. Con tan sólo 25 años, en 1863, parte hacia el Cielo y Él mismo ante la brevedad de su vida religiosa hizo suyas las palabras de la Escritura cuando dice “Terminó sus días en breve tiempo, pero ganó tanto premio como si hubiera vivido muchos años”.


Oración

¡Oh bienaventurado Gabriel de la Dolorosa, que, por vuestra afectuosísima devoción a la ínclita Virgen afligida al pie de la cruz,

llegasteis a ser espejo de inocencia, modelo de santidad y taumaturgo del presente siglo por los estupendos milagros obrados en derredor de vuestro sepulcro!

Dignaos mirarme benévolo desde el cielo y recabadme de la munificencia divina las fuerzas que he menester para precaver los peligros del alma, despreciar los halagos del mundo,

neutralizar las asechanzas del demonio, triunfar de mis pasiones, llorar contrito mis culpas,

secundar con generosidad de corazón las divinas inspiraciones y labrar mi santificación mediante un afecto sincero a la Pasión de Jesús

y a los Dolores de mi Madre María, a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos aquí en la tierra, pueda igualmente haceros compañía en el cielo por toda la eternidad.

Así sea.

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