El significado de la Visitación de la Virgen María para la iglesia cristiana

Cada 31 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel

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Cada 31 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel, y con este mensaje de caridad de la Madre de Dios se concluye el mes mariano.

Según narran los evangelios, el ángel Gabriel le dijo a María que, así como ella iba a ser la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el Bautista y la Virgen fue en ayuda de su pariente durante tres meses. De este relato evangélico surgen dos importantes oraciones: la segunda parte del Avemaría y el canto del Magníficat.

Cuando Isabel oyó el saludo de María, “el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno’”.

María, la sierva humilde y fraterna que siempre está dispuesta a atender a todos que la necesitan, respondió alabando a Dios por sus maravillas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…”

San Bernardo de Claraval señalaba que “desde entonces María quedó constituida como un ‘Canal inmenso’ por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones”.

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Historia de la fiesta

La fiesta fue introducida en 1263 por San Buenaventura, general de la Orden Franciscana, específicamente para su práctica en esa orden mendicante. Instituida en 1389 por el Papa Urbano VI, fue inscrita en el Calendarium Romanum para el 2 de julio. En muchas localidades en que se celebra como fiesta patronal se sigue conmemorando en su antigua fecha. Al reformarse el calendario tras el Concilio Vaticano II, la fiesta de la Visitación se trasladó al 31 de mayo, entre las solemnidades de la Anunciación (25 de marzo) y del nacimiento de Juan el Bautista (24 de junio), para lograr una mayor concordancia con la secuencia de la narración del Evangelio de Lucas.

Desde el nacimiento de la Iglesia, este misterio era venerado por los fieles. En el siglo XIII varias comunidades religiosas lo conmemoraban con gran devoción, en especial los franciscanos, que introdujeron en la liturgia romana esta fiesta ya muy antigua en Oriente. Los papas Urbano VI y Bonifacio IX la extendieron a toda la Iglesia en el siglo XIV para obtener de la Virgen el final del cisma de Occidente. El Concilio de Basilea renovó su institución con el fin de pedir a Dios la paz de la Iglesia.

Pero todavía en el siglo XVII, San Francisco de Sales consideraba que la Visitación no se celebraba con la solemnidad de las otras fiestas de la Virgen, y fundó en 1610, junto a Santa Juana Francisca de Chantal, una nueva familia religiosa a la que bautizó con el nombre de «Visitación de Santa María», porque «era un misterio oculto y..., encontraba en él mil peculiaridades que le daban una luz especial sobre el espíritu que deseaba establecer en su instituto». En él quería que se celebrara la fiesta con todo esplendor en la liturgia y que cada visitandina se convirtiera en un «Magníficat» viviente.

Aunque no han llegado hasta nosotros más que algunos apuntes de dos sermones sobre la Visitación, predicados por San Francisco de Sales en 1618 y 1621, son innumerables las citas a lo largo de los veintiséis tomos de sus obras en las que hace alusión a esas «mil peculiaridades», que son válidas, sino para todos los cristianos.

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Himno de la Visitación de la Virgen María

La Virgen santa, grávida del Verbo, en alas del Espíritu camina; la Madre que lleva la Palabra, de amor movida, sale de vista.

Y sienten las montañas silenciosas, y el mundo entero en sus entrañas vivas, que al paso de la Virgen ha llegado el anunciado gozo del Mesías.

Alborozado Juan por su Señor, en el seno, feliz se regocija, y por nosotros rinde el homenaje y al Hijo santo da la bienvenida.

Bendito en la morada sempiterna aquel que tu llevaste, Peregrina, aquel que con el Padre y el Espíritu, al bendecirte a ti nos bendecía.

Amén.

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