Dialogar, pero bien

Revista EcclesiaJavi Prieto

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Uno de los mantras actuales consiste en resaltar la importancia del diálogo como un fin en sí mismo. Parecería que lo importante es estar en diálogo y no tanto sobre lo que se dialogue o quien dialogue. Queremos políticos dialogantes, anhelamos estar en diálogo con el mundo, confiamos en que el diálogo lo solucione todo. Sin embargo, esta sucesión de conjugaciones del diálogo termina derivando en eslóganes publicitarios, charlas banales o ficción para las realidades sociales. Por eso, cuando queremos que nuestra acción eclesial sea dialogante debemos huir de dos errores: la banalización y el monólogo.

En este tiempo de estereotipos y clichés no es difícil ver propuestas que se consideran "dialogantes" y que sin embargo se encierran en sí mismas. La apertura al encuentro no se sostiene en decir que se es dialogante, sino en practicar el noble ejercicio de la conversación, escuchar, responder, dejarse interpelar. Así lo señala Francisco en el número 200 de Fratetlli Tutti:

"Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y contradictorios."

Pero tampoco hay encuentro, aunque se dé el diálogo, cuando la propuesta se desvanece en lugares comunes, buenismo y vacuidad. El verdadero diálogo exige propuesta, verdad y contenido. Y en nuestro caso, desde el respeto y la tolerancia, no podemos esconder por miedo un mensaje que es esperanzador, liberador y salvador: Cristo. De nuevo Fratelli Tutti en el número 203 dirá:

"El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía."

Buscar el encuentro

No se trata por tanto de abandonar la idea de diálogo, sino de buscar un diálogo verdadero. Señala Gaudium et Spes en su número 21, al hablar de la relación entre creyentes y no creyentes, que esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Es decir, el fin es la relación, el encuentro, el compartir, la búsqueda de establecer un espacio de comunión. El diálogo es un instrumento, un medio, por eso absolutizarlo nos aleja de la búsqueda de la verdad y de su misma esencia.

Quizás debemos redescubrir la categoría de encuentro. El encuentro se da entre dos que son o piensan distinto y deciden poner en común lo que son y tienen. Pero ante todo hay una voluntad de encuentro, una intención de buscar un algo en común, aunque solo sea el respeto. Es en ese deseo de encuentro, en ese anhelo de comunión, donde el diálogo cobra su sentido como herramienta que facilita la comunicación, la puesta en común y el enriquecimiento mutuo. Es necesario verificar constantemente que las actuales formas de comunicación nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de construir el bien común. [Fratelli Tutti, 205]

Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora
@Javi_PrietoP

Religión