La merienda

Ana Medina, una de las mejores plumas de la Iglesia, comienza su espacio en ECCLESIA: Letras al margen

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Paula removía la leche y, en su cabecita, daba vueltas y vueltas a un pensamiento. El chocolate se le antojaba más fácil de domesticar que aquella pregunta que había aprendido en las primeras semanas de cole.

Su padre le había dicho que aún era pronto, que no se preocupara. Su madre, que lo que ella quisiera. Su “seño” que explorara sus talentos. Ahora llegaba el turno de preguntárselo a la persona más sabia de su vida: su abuela María.

Cuando le lanzó la cuestión, esta dejó de untar la mantequilla y se volvió. La luz de la tarde entraba por el ventanal y hacía que su pelo blanco brillara como la luna.

—¿Que qué vas a ser de mayor? —repitió alzando las cejas.
Se sentó a su lado y le tendió el plato, en el que reposaba una magnífica tostada con mermelada.

—¿Qué te gustaría hacer? —le preguntó, acariciándole la barbilla.

—No sé, abue. Soy muy buena en mates, aunque también dibujo y me invento unos cuentos muy ingeniosos, dice papá.

—Ajá.

—Es un lío. Son muchas cosas y todas me gustan.

La pequeña mordió el pan. Estaba buenísimo y el sabor desarrugó su frente. Se relamió para no desperdiciar ni una pizca. La abuela sonreía, con los brazos cruzados, mientras la miraba con atención. Bebió un poco de leche y apretó los labios antes de devolverle la mirada. Pasaron solo unos segundos cuando dio con la solución.

—¡Ya está! Seré maestra —dijo decidida—. O médico. O azafata, para volar muy alto. ¡Haré lo que haces tú!

—¿Yo? —se sorprendió su abuela.

—Sí, abue. ¡Como la merienda! Quiero hacer lo que sea, cualquier cosa, como tú lo haces.

«Haced todas las cosas en el amor y para el amor,

porque el amor da mérito y realce a todas las cosas»

Santa Margarita María de Alacoque


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