¿Por qué el Papa Francisco ha decidido que la Iglesia dedique un día a los Abuelos?

Las historias de Trinidad y Doña Lorenza son dos ejemplos del cariño del Papa por los abuelos que tienen la vocación de "custodiar las raíces y transmitir la fe a los jóvenes"

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El domingo 25 de julio se celebra la Primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores. En el mensaje que ha enviado con motivo de esta jornada subraya que la vocación de la tercera edad es "custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños”.

Cuando el pasado 31 de enero al finalizar el rezo del Ángelus, el Papa anunció la institución de la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, la noticia sorprendió a muy pocos. Desde el inicio de su pontificado había subrayado que la vejez es un don y que los abuelos son el eslabón entre generaciones para transmitir a los jóvenes la experiencia de la vida y la fe.

El día que lo hizo público añadía que es importante que los abuelos se encuentren con los nietos y que los nietos se encuentren con los abuelos, “porque los abuelos ante los nietos soñarán, tendrán ilusiones, y los jóvenes, tomando fuerza de sus abuelos, irán hacia adelante”.

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El día que Francisco conoció a Trinidad, de 99 años

Cuando el papa se sube al papamóvil, desde esa atalaya rodante tiene la oportunidad de mirar de cerca a las personas, que es lo que realmente le gusta. En el viaje que realizó a Perú, el mundo asistió al encuentro de Francisco con Trinidad. La imagen se hizo viral.

Sucedió durante uno de los trayectos por las calles de Trujillo. En medio de la multitud que gritaba, Francisco se fijó en una curiosa pancarta de bienvenida: "Me llamo Trinidad cumplo 99 años. No veo. Quiero tocar tu manita."

Era un cartel escrito con una caligrafía sencilla, pero lo suficientemente grande como para que se pudiera ver de lejos. Lo sujetaba en lo alto un pariente de Trinidad. El Papa mandó parar inmediatamente el vehículo. Se le acercó, dejó que ella le tocara la cara para reconocer sus facciones y todos los que se encontraban alrededor, conmovidos por la escena, estallaron en un aplauso. Trinidad contó después que el Papa le preguntó por su vida. Ella le dijo que tenía 12 hijos y que todas las noches reza por él.

Poco antes de este encuentro con Trinidad, el Papa Francisco había pedido a los jóvenes peruanos que escucharan a los mayores. Es uno de sus temas más recurrentes. Está convencido de que el futuro de la sociedad y el fortalecimiento de la familia pasa por una “alianza” entre jóvenes y ancianos. Lo concibe incluso como una especie de fórmula matemática: el diálogo entre estas dos generaciones permitirá que los sueños de los jóvenes puedan apoyarse en la sabiduría de los mayores para generar nuevos espacios de solidaridad, tolerancia y ternura.

Y algunos minutos más tarde, en la Plaza de Armas de Trujillo añadía: “¡Qué sería Perú sin las madres y las abuelas, qué sería nuestra vida sin ellas!”.

En más de una ocasión ha repetido esta idea: “Un pueblo que no custodia a los abuelos, que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria. Ha perdido la memoria”.

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La Señora Lorenza cura al Papa de un golpe en el ojo

Cuando hace más de cincuenta años Lorenza llegó al arrabal de San Francisco, en Cartagena de Indias, la barriada era un verdadero lodazal. En las calles de San Francisco viven con lo esencial más de 50.000 personas. Esta mini ciudad está asentada en la ribera de la Ciénaga de la Virgen, una laguna al norte de la ciudad colonial, en la que se vierten sin depurar buena parte de las aguas negras de Cartagena.

Lorenza y los demás habitantes del arrabal de San Francisco viven siempre con miedo. Es el barrio que nunca encontrarás en las rutas turísticas. Una zona a la que ni siquiera los taxistas quieren acercarse. Por eso mismo, conociendo a Francisco, era lógico que quisiera ir precisamente allí, en su visita a Cartagena de Indias.

Aquel día hacía mucho calor. La gente del barrio esperaba al Papa desde hacía horas a los lados de calles polvorientas sin asfaltar por las que pululaban perros famélicos en busca de comida. La casa de Doña Lorenza era tan sencilla y estrecha que apenas podrían entrar el Papa y pocos más. Estaba recién pintada y llena de tapetes de macramé colocados sobre mesas y repisas. Lorenza María Pérez ha cumplido ya los 80 años, y desde hace más de 50 vive en esa casa.

Esta mujer morena, descendiente de afroamericanos como casi todo el barrio y con una risa contagiosa, da de comer a diario a 85 niños, por iniciativa propia y de modo gratuito. En su olla comunitaria unos días hay arroz con carne molida, otros frijoles o lentejas, y cuándo es posible, pasta con atún. De todo lo que haya podido conseguir o le hayan facilitado.

"Lo único que voy a pedir al Papa es que rece por mí, para que tenga salud y pueda continuar con esta labor con los niños hasta que el Señor lo permita". Esto era lo que pensaba poco antes de que Francisco entrara por la puerta de su casa. Lo que no se podía imaginar es que también se iba a convertir en la enfermera improvisada de un Pontífice.

En cuanto Francisco se bajó del papamóvil, todo el mundo se fijó en que tenía una herida en la frente. La esclavina blanca llevaba marcas de sangre, pero se veía que el Papa no le daba ninguna importancia.

Lo que había ocurrido es que durante el trayecto hacia la casa de la señora Lorenza y en medio del caluroso recibimiento por las calles del barrio, Francisco se dio un fuerte golpe de la cabeza contra el parabrisas del papamóvil, cuando pidió al conductor que frenara para acercarse a un niño. Como consecuencia del golpe se había hecho una pequeña herida que afectó al pómulo izquierdo y a la ceja.

En cuanto la señora Lorenza vio al Papa, ni la emoción ni la sorpresa le impidieron correr a la cocina para coger hielo de la nevera. Lo envolvió en un paño blanco muy limpio y se lo colocó sobre la ceja durante unos minutos para intentar que bajara la hinchazón.

Mientras tanto, ataviada con una camiseta tan blanca como las paredes de su casa, Lorenza le hablaba de los niños a los que daba de comer. Conocía a cada uno por su nombre. En un momento concreto el Papa le dijo: “Lorenza, usted se merece mucho, porque vale mucho en el mundo entero”. Francisco agarraba con fuerza su mano sin querer soltarla, le dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Lorenza no sabía qué decir. Intentaba contenerse porque estaba a punto de echarse a llorar.

El siguiente paso fue buscar una tirita para el corte en la ceja del Papa. Probablemente nunca se imaginó que ejercería de enfermera improvisada de Francisco. Y, además, Doña Lorenza se aseguró de no tirar los paños en los que envolvió el hielo para curarle.

Aquella tirita para el Papa en una sencilla chabola de Cartagena de Indias dio la vuelta al mundo.

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La debilidad de Francisco por las personas mayores

El Papa siente una debilidad especial por los mayores. Siempre que tiene oportunidad centra la atención en ellos para recordarnos su papel imprescindible en la custodia de la memoria de la familia y de la sociedad. Todo encaja en el rompecabezas pastoral del Papa. Se decanta por quienes a los ojos de todos son “menos” productivos. Por eso dedica tanta atención a los ancianos.

Durante una audiencia general, el Papa relató una anécdota que le había impactado personalmente y que ilustraba la cultura del “descarte” que arrincona en tantas ocasiones a los ancianos:

"Una vez, visitando una residencia de la tercera edad en Buenos Aires, una anciana me dijo que sus hijos acudían a verla con frecuencia. Le pregunté: “¿Y cuándo han venido por última vez?”. La respuesta fue: “Por Navidad” … y ¡estábamos en agosto! Habían pasado ocho meses sin ir a visitarla. ¡Esto se llama pecado mortal!”.

Francisco aprovechó la anécdota para advertir que en muchos países se desecha a los ancianos porque se les considera un lastre, y por eso se les abandona o se les ignora. “Y una sociedad que desecha a los ancianos lleva consigo el virus de la muerte, es una sociedad perversa. Y la Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar esa degeneración”.

En otra audiencia general centrada en el Cuarto Mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”, Francisco recordaba que la palabra “felicidad” aparece sólo una vez en el Decálogo, y está ligada casualmente a la relación con los padres.

Según Francisco, “honrar a los padres lleva a una vida larga y feliz, con independencia de traumas de la infancia que pueden durar toda la vida. Esto se debe a que el Cuarto Mandamiento no requiere que los padres sean perfectos, sino que los hijos los traten bien. Es esa reconciliación la que cura los traumas

En Río de Janeiro, durante la Jornada Mundial de la Juventud de julio de 2013, el Papa denunció abiertamente que “la exclusión de los ancianos es una eutanasia escondida. Pero hay también una eutanasia cultural: no se les deja hablar, no se les deja actuar.

Francisco cita a Benedicto XVI con mucha frecuencia y le quiere como a un padre. En varias ocasiones ha comentado la alegría que supone tenerle tan cerca porque “es como tener el abuelo en casa, y yo lo quiero mucho. Siempre lo quise mucho. Para mí es un hombre de Dios, un hombre humilde, que reza”.

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El Papa y el director de Cine Martin Scorsese

El director de cine Martin Scorsese se quedó muy pensativo con la respuesta que le dio el Papa durante un conmovedor “encuentro intergeneracional” con jóvenes y ancianos, durante el Sínodo que el Papa Francisco dedicó en octubre de 2018 a los jóvenes.

Se presentaba el libro “La Sabiduría de los años', un proyecto global para promover el diálogo entre generaciones y reivindicar el papel de los ancianos en la sociedad.

Francisco y Scorsese se habían conocido años antes, cuando el director estadounidense viajó al Vaticano para mostrar al Papa la película “Silence”, basada en la novela que en 1966 publicó el escritor Shusaku Endo. Cuando Francisco se hizo jesuita, su sueño era ir de misionero a Japón, y contó al cineasta que entonces había leído la novela. El libro y la película están ambientados en la cruenta persecución contra los católicos de Japón en el siglo XVII, que originó unos mil mártires.

En la pregunta que dirigió al Papa, Martin Scorsese le transmitía su inquietud por la violencia que había vivido en las calles norteamericanas durante su infancia y juventud, así como los males que causa en el mundo la avaricia y la vanidad.

"¿Podría explicarme cómo el ser humano puede vivir una vida justa en una sociedad donde todo gira en torno a la vanidad y la avaricia, donde el poder se expresa con violencia? Miramos a nuestro alrededor, leemos los periódicos y parece que la vida está marcada por el mal, incluso por el terror y la humillación". Pregunta de difícil respuesta. Francisco se quedó pensativo unos instantes y recordó que una de las formas de crueldad contemporánea que más le impresiona es la tortura: “La tortura es la destrucción de la dignidad humana”.

Pero todo mal tiene su antídoto, y la propuesta del Papa seguramente provocó nuevos interrogantes en el cineasta: hay que poner en práctica “la sabiduría de llorar”. Según Francisco, ante toda esta violencia y crueldad, el llanto es la respuesta humana y cristiana: “Pidamos el don de las lágrimas, porque el llanto ablanda el corazón y es fuente de inspiración. No debe dar vergüenza, pues Jesús lloraba en los momentos más intensos de su vida. No tengáis miedo de llorar, somos humanos”.

El cineasta aplaudió también con fuerza cuando escuchó al Papa animar a ancianos y jóvenes a "soñar" para caminar juntos hacia el futuro. Y es que Francisco está convencido de que en el trato con los mayores podemos descubrir virtudes como la mansedumbre y la ternura que “parecen pequeñas, pero son las que resuelven los conflictos”.

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Mensaje del Papa para la Primera Jornada Mundial de los Abuelos

En su mensaje el Papa afirma que “se necesitan ángeles para devolver los ‘abrazos y las visitas’ a los ancianos. En la oración escrita para esta primera Jornada Mundial, el Pontífice invita a agradecer al Señor el consuelo de su presencia, "incluso en la soledad".

“En este tiempo hemos aprendido a comprender lo importante que son los abrazos y las visitas para cada uno de nosotros, ¡y cómo me entristece que en algunos lugares esto todavía no sea posible!”

Francisco también recuerda que en los sueños de los ancianos está el futuro de la sociedad.

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