El Papa celebra una misa privada por el Día de los Difuntos y reivindica la esperanza como "don gratuito"

Ha sido una celebración privada a la que tan solo han asistido una veintena de fieles por las disposiciones sanitarias ante la pandemia

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El Papa Francisco ha celebrado este lunes una misa privada en sufragio por todos los fieles difuntos en el Cementerio Teutónico, situado dentro del Vaticano, y ha reivindicado la esperanza como "don gratuito" que pedir a Dios.

"Es un don gratuito, que debemos pedir a Dios. Es el don que tira de nosotros hacia la vida, hacia la alegría eterna" ha señalado el Papa en la misa, en la que ha reflexionado sobre la esperanza como virtud cristiana. El Santo Padre ha manifestado que la esperanza es "un ancla que nos enlaza a la otra parte, al más allá".

Ha sido una celebración privada a la que tan solo han asistido una veintena de fieles por las disposiciones sanitarias ante la pandemia. Todos ellos llevaban mascarillas y se han sentado en los bancos de la capilla de Santa María del Camposanto de los Teutones y los Flamencos, respetando las distancias de seguridad. Otros años, Francisco ha celebrado esta festividad fuera de los muros del Vaticano en alguno de los cementerios de Roma.

Cuando ha terminado la misa, el Papa se ha trasladado hasta las Grutas Vaticanas, a pocos metros de la capilla donde ha celebrado misa. Allí se ha detenido en silencio para rezar por los pontífices difuntos.

Las disposiciones sanitarias para remitir el avance del contagio por la Covid-19 ha obligado al Vaticano a reponer las restricciones de fieles en las celebraciones del Papa. Por ello, este miércoles volverá a presidir la catequesis de la audiencia general desde la Biblioteca Apostólica y sin presencia de peregrinos como ya sucedió a principios de marzo con la aparición de la pandemia en Italia.



"Un ancla en el más allá"

El Papa realizó su reflexión partiendo del pasaje de la Primera Lectura de la liturgia de este lunes, tomado del Libro de Job, que narra el término de su existencia a causa de la enfermedad. Con la piel deshecha casi al punto de morir, casi sin carne, Job – dijo el Papa - tiene una certeza y la dice: “Yo sé que mi Redentor vive y que, al fin, se levantará sobre el polvo”. En el momento en que el profeta está "más abatido", comenta aún Francisco, está presente "ese abrazo de luz y calor” que lo reconforta: “Veré al Redentor, con estos ojos lo veré”. “Mis ojos lo verán, y no otro”. Esa certeza, en el momento finito, casi terminado de la vida "es la esperanza cristiana". La esperanza es un don de Dios que “debemos pedir”: “Señor dame la esperanza”.

Francisco reflexionó también sobre las tantas cosas feas que nos llevan a la desesperación hasta creer que “todo será una derrota final, que después de la muerte no habrá nada”. En esos momentos “vuelve la voz de Job:” "sé que mi Redentor está vivo y que, en el final, se levantará sobre el polvo y lo veré, yo mismo, con estos ojos".

El Papa recordó también que la esperanza, como dijo Pablo "no defrauda”: ella “nos atrae y da un sentido a nuestra vida”.

Yo no veo el más allá. Pero la esperanza es el don de Dios que nos atrae hacia la vida, hacia la alegría eterna. La esperanza es un ancla que tenemos del otro lado: nosotros, aferrándonos a la cuerda, nos sujetamos. “Sé que mi Redentor está vivo y lo ver”: repetir esto en los momentos de alegría y en los malos momentos, en los momentos “de muerte”, por decirlo así. (...)El Señor nos recibe allí, donde está el ancla. La vida en la esperanza es vivir así: aferrándose, con la cuerda en la mano, fuerte, sabiendo que el ancla está ahí. Y esta ancla no decepciona: no defrauda.

Y porque “nunca podremos tener la esperanza con nuestras propias fuerzas”, "debemos pedirla", reiteró el Papa, puesto que es "un don gratuito que nunca merecemos: es dada, es donada. Es gracia". Es el mismo Señor quien "confirma esto", afirmó Francisco, recordando Sus palabras: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí, y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

"Sé que mi Redentor vive y yo mismo lo veré"

Concluyendo la homilía, las palabras del Santo Padre están dedicadas a los tantos hermanos y hermanas que se han ido, pero también a quienes aún aquí estamos: Hoy, - dijo finalmente- en el pensamiento de tantos hermanos y hermanas que se han ido, nos hará bien mirar los cementerios y mirar hacia arriba y repetir, como hizo Job: “Sé que mi Redentor vive y lo veré, yo mismo; mis ojos lo contemplarán, y no otro”. Esta es la fuerza que nos da la esperanza, este don gratuito que es la virtud de la esperanza. "Que el Señor nos lo dé a todos".

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