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Tiempo de lectura: 13’

DOMINGO DE PASCUA
DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Via lucis – Camino de la luz pascual
Esta oración se puede rezar todos los domingos de Pascua.


Invocación inicial
El guía:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo.
Todos:
Amén.
Oración inicial
El guía:

Señor Jesús, has triunfado sobre la muerte con tu resu-
rrección y vives para siempre comunicándonos la vida,

la alegría y la esperanza firme. Tú que fortaleciste la
fe de los apóstoles, fortalece también nuestra fe, para
que nos entreguemos de lleno a ti.
Queremos compartir contigo y con tu Madre, la Virgen
María, la alegría de tu Resurrección gloriosa. Tú que
nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que,
iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de
la gloria eterna.
1.a Estación: Jesús resucitado conquista la vida verdadera
El lector:
Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 1-2
PASADO el sábado, al alborear el primer día de la

semana, fueron María la Magdalena y la otra Ma-
ría a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente

la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y
acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.

El guía:

Gracias, Señor, porque al romper la piedra de tu se-
pulcro nos trajiste en las manos la vida verdadera, no

solo un trozo más de esto que los hombres llamamos
vida, sino la inextinguible, la zarza ardiendo que no se
consume, la misma vida de que vive Dios.
Gracias por este gozo, gracias por esta gracia, gracias
por esta vida eterna que nos hace inmortales, gracias
porque al resucitar inauguraste la nueva humanidad y
nos pusiste en las manos esta vida multiplicada, este
milagro de ser hombres y más, esta alegría de sabernos
partícipes de tu triunfo, este sentirnos y ser hijos y
miembros de tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
2.a Estación: Su sepulcro vacío muestra que Jesús ha
vencido a la muerte
El lector:
Del Evangelio según san Marcos. Mc 16, 1-6
PASADO el sábado, María Magdalena, María la
de Santiago y Salomé compraron aromas para ir
a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día
de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se
decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de
la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra
estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en
el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha,
vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo:
«No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el
crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el
sitio donde lo pusieron.
342 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

El guía:
Hoy, al resucitar, dejaste tu sepulcro abierto como una
enorme boca, que grita que has vencido a la muerte.
Ella, que hasta ayer era la reina de este mundo, a quien
se sometían los pobres y los ricos, se bate hoy en triste
retirada vencida por tu mano de muerto vencedor.
¿Cómo podrían aprisionar tu fuerza unos metros
de tierra? Alzaste tu cuerpo de la fosa como se alza
una llama, como el sol se levanta tras los montes del
mundo, y se quedó la muerte muerta, amordazada la
invencible, destruido por siempre su terrible dominio.
El sepulcro es la prueba: nadie ni nada encadena tu
alma desbordante de vida y esta tumba vacía muestra
ahora que tú eres un Dios de vivos y no un Dios de
muertos.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
3.a Estación: Jesús, bajando a los infiernos, muestra el
triunfo de su resurrección
El lector:
De la primera carta del apóstol san Pedro.
1 Pe 3, 18-20
PORQUE también Cristo sufrió su pasión, de una
vez para siempre, por los pecados, el justo por los
injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne

pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a pre-
dicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobe-
dientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios

aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera
el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas,
se salvaran por medio del agua.

Via lucis - 343

El guía:
Más no resucitaste para ti solo. Tu vida era contagiosa

y querías repartir entre todos el pan bendito de tu resu-
rrección. Por eso descendiste hasta el seno de Abrahán,

para dar a los muertos de mil generaciones la caliente
limosna de tu vía recién reconquistada.
Y los antiguos patriarcas y profetas que te esperaban
desde siglos y siglos se pusieron en pie y te aclamaron,
diciendo: «Santo, Santo, Santo. Digno es el cordero
que con su muerte nos infunde vida, que con su vida
nueva nos salva de la muerte. Y cien mil veces Santo
es este Salvador que se salva y nos salva». Y tendieron
sus manos hacia ti. Y de tus manos brotó este nuevo
milagro de la multiplicación de la sangre y de la vida.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
4.a Estación: Jesús resucita por la fe en el alma de María
El lector:
Del Evangelio según san Lucas. Lc 1, 46-48
MARÍA dijo: «Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones».
El guía:
No sabemos si aquella mañana del domingo visitaste
a tu Madre, pero estamos seguros de que resucitaste
en ella y para ella, que ella bebió a grandes sorbos el
agua de tu resurrección, que nadie como ella se alegró
con tu gozo y que tu dulce presencia fue quitando uno
a uno los cuchillos que traspasaban su alma de mujer.
344 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

No sabemos si te vio con sus ojos, mas sí que te abra-
zó con los brazos del alma, que te vio con los cinco

sentidos de su fe. Oh, si nosotros supiéramos gustar
una centésima parte de su gozo.
Oh, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella. Oh,
si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo
el de María aquella mañana del domingo.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
5.a Estación: Jesús elige a una mujer como apóstol de
los apóstoles
El lector:
Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 15-18
JESÚS le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién

buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le con-
testa: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has

puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella

se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maes-
tro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no

he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y
diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío
y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció
a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».
El guía:

Lo mismo que María Magdalena decimos hoy noso-
tros: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han

puesto».
Marchamos por el mundo y no encontramos nada en
qué poner los ojos, nadie en quien podamos poner
Via lucis - 345

entero nuestro corazón. Desde que tú te fuiste nos han
quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra
esperanza, ni encontramos una sola alegría que no
tenga venenos.
¿Dónde estás? ¿Dónde fuiste, jardinero del alma, en
qué sepulcro, en qué jardín te escondes? ¿O es que tú
estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos
verte ¿Estás en los hermanos y no te conocemos? ¿Te
ocultas en los pobres, resucitas en ellos y nosotros
pasamos a su lado sin reconocerte? Llámame por mi
nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz
con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo,
para que redescubra que tú eres mi maestro. Y envíame
de nuevo a transmitir tu gozo a mis hermanos, hazme
apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada
que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de
beber la primera el primer sorbo de tu resurrección.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
6.a Estación: Jesús devuelve la esperanza a dos discípulos
desanimados
El lector:
Del Evangelio según san Lucas. Lc 24, 28-32
LLEGARON cerca de la aldea adonde iban y él
simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo
apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque
atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse
con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A
ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero
346 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por
el camino y nos explicaba las Escrituras?».
El guía:
Lo mismo que los dos de Emaús aquel día también yo
marcho ahora decepcionado y triste pensando que en el
mundo todo es muerte y fracaso. El dolor es más fuerte
que yo, me acogota la soledad y digo que tú, Señor,
nos has abandonado. Si leo tus palabras me resultan
insípidas, si miro a mis hermanos me parecen hostiles,
si examino el futuro sólo veo desgracias.
Estoy desanimado. Pienso que la fe es un fracaso, que
he perdido mi tiempo siguiéndole y buscándote y hasta
me parece que triunfan y viven más alegres los que
adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.
Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa
de olvidos, dispuesto a alimentarme desde hoy en las
viñas de la mediocridad. No he perdido la fe, pero sí
la esperanza, sí el coraje de seguir apostando por ti.
¿Y no podrías salir hoy al camino y pasear conmigo
como aquella mañana con los dos de Emaús? ¿No
podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra
y conseguir que vuelva a calentar mi entraña? ¿No
podrías quedarte a dormir con nosotros y hacer que
descubramos tu presencia en el Pan?
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Via lucis - 347

7.a Estación: Jesús muestra a los suyos su carne herida
y vencedora
El lector:
Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 26-29

Alos ocho días, estaban otra vez dentro los discí-
pulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando

cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a
vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí
tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado;
y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me
has visto has creído? Bienaventurados los que crean
sin haber visto».
El guía:
Gracias, Señor, porque resucitaste no solo con tu alma,
más también con tu carne. Gracias porque quisiste
regresar de la muerte trayendo tus heridas. Gracias

porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu cos-
tado y comprobara que el Resucitado es exactamente el

mismo que murió en una cruz. Gracias por explicarnos
que el dolor nunca puede amordazar el alma y que
cuando sufrimos estamos también resucitando. Gracias
por ser un Dios que ha aceptado la sangre, gracias por
no avergonzarte de tus manos heridas, gracias por ser
un hombre entero y verdadero.
Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de
ser Dios, ahora entendemos que el dolor no es un fallo
de tus manos creadoras, ahora que tú lo has hecho
tuyo comprendemos que el llanto y las heridas son
compatibles con la resurrección.
Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus
manos heridas de Dios y hermano nuestro. Deja que

entre tus manos crucificadas ponga estas manos mal-
trechas de mi oficio de hombre.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
348 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
8.a Estación: Con su cuerpo glorioso, Jesús explica que
también los muertos resucitan
El lector:
Del Evangelio según san Lucas. Lc 24, 36-43
ESTABAN hablando de estas cosas, cuando él se

presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a voso-
tros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían

ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?,
¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis
manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos
cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos,
como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las
manos y los pies. Pero como no acababan de creer por
la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo
de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado.
Él lo tomó y comió delante de ellos.
El guía:
«Miradme bien. Tocadme. Comprobad que no soy un
fantasma», decías a los tuyos, temiendo que creyeran
que tu resurrección era tan solo un símbolo, una dulce
metáfora, una ilusión hermosa para seguir viviendo.
Era tan grande el gozo de reencontrarte vivo que no
podían creerlo; no cabía en sus pobres cabezas que
entendían de llantos, pero no de alegrías. El hombre,
ya lo sabes, es incapaz de muchas esperanzas.
Como él tiene el corazón pequeño cree que el tuyo es
tacaño. Como te ama tan poco no puede sospechar
que tú puedas amarle. Como vive amasando pedacitos
de tiempo siente vértigo ante la eternidad.
Via lucis - 349

Y así va por el mundo arrastrando su carne sin sospe-
char que pueda ser una carne eterna. Conoce el pudri-
dero donde mueren los muertos: no logra imaginarse

el día en que esos muertos volverán a ser niños, con
una infancia eterna. Muéstranos bien tu cuerpo, Cristo
vivo, ¡enséñanos ahora la verdadera infancia, la que tú
nos preparas más allá de la muerte!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
9.a Estación: Jesús bautiza a sus apóstoles contra el miedo
El lector:
Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 19-21
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana,

estaban los discípulos en una casa, con las puer-
tas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró

Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo».
El guía:
Han pasado, Señor, ya veinte siglos de tu resurrección
y todavía no hemos perdido el miedo, aún no estamos
seguros, aún tememos que las puertas del infierno
podrían algún día prevalecer si no contra tu Iglesia, sí
contra nuestro pobre corazón de cristianos.
Aún vivimos mirando a todos lados menos hacia tu
cielo. Aún creemos que el mal será más fuerte que tu
propia Palabra. Todavía no estamos convencidos de
350 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

que tú hayas vencido al dolor y a la muerte. Seguimos

vacilando, dudando, caminando entre preguntas, ama-
sando angustias y tristezas.

Repítenos de nuevo que tú dejaste paz suficiente
para todos. Pon tu mano en mi hombro y grítame:
No temas, no temáis. Infúndeme tu luz y tu certeza,
danos el gozo de ser tuyos, inúndanos de la alegría de
tu corazón. Haznos, Señor, testigos de tu gozo. ¡Y que
el mundo descubra lo que es creer en ti!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
10.a Estación: Jesús anuncia que seguirá siempre con
nosotros
El lector:
Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 20b
Ysabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos.
El guía:
Esta fue la más grande de todas tus promesas, el más
jubiloso de todos tus anuncios. ¿O acaso tú podrías
visitar esta tierra como un sonriente turista de los
cielos, pasar a nuestro lado, ponernos la mano sobre
el hombro, darnos buenos consejos y regresar después
a tu seguro cielo dejando a tus hermanos sufrir en la
estacada? ¿Podrías venir a nuestros llantos de visita sin
enterrarte en ellos? ¿Dejarnos luego solos, limitándote
a ser un inspector de nuestras culpas?
Tú juegas limpio. Señor, tú bajas a ser hombre para
serlo del todo, para serlo con todos, dispuesto a dar
Via lucis - 351

al hombre no solo una limosna de amor, sino el amor
entero.
Desde entonces el hombre no está solo, tú estás en
cada esquina de las horas esperándonos, más nuestro
que nosotros, más dentro de mí mismo que mi alma.
«No os dejaré huérfanos», dijiste. Y desde entonces ha
estado lleno nuestro corazón.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
11.a Estación: Jesús devuelve a sus apóstoles la alegría
perdida
El lector:
Del Evangelio según san Juan. Jn 21, 4-7
ESTABA ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó
en la orilla; pero los discípulos no sabían que era
Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a
la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y
no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel
discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es
el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.
El guía:

Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada. Lleva-
mos veinte siglos echando inútilmente las redes de la

vida y entre sus mallas solo pescamos el vacío. Vamos
quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos
vuelto estériles, lo mismo que una tierra cubierta de
cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos
352 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última
vez que amamos?
Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu
derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda
a tu corazón, levántate y camina». Y lo hacemos, solo
por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan
alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor
que recogemos que la red se nos rompe, cargada de
ciento cincuenta nuevas esperanzas.
Oh, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,

camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuél-
venos, Señor, a tu alegría.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
12.a Estación: Jesús entrega a Pedro el pastoreo de sus
ovejas
El lector:
Del Evangelio según san Juan. Jn 21, 15-17
DESPUÉS de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús
le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez
le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le
contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice:

«Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Si-
món, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro

de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y
le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te
quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.
Via lucis - 353

El guía:
Aún nos faltaba un gozo: descubrir tu inédito modo
de perdonar. Nosotros, como Pedro, hemos manchado

tantas veces tu nombre, hemos dicho que no te cono-
cíamos, hemos enrojecido ante el horror de que alguien

nos llamara beatos, nos hemos calentado al fuego de
los gozos del mundo.
Y esperábamos que, al menos, tú nos reprendieras para
paladear el orgullo de haber pecado en grande. Y tú
nos esperabas con tu triste sonrisa para preguntar solo:
«¿me amas aún, me amas?», dispuesto ya a entregarnos
tu rebaño y tus besos, preparado a vestirnos la túnica
del gozo.
Oh, Dios, ¿cómo se puede perdonar tan de veras? ¿Es
que no tienes ni una palabra de reproche? ¿No temes
que los hombres se vayan de tu lado al ver que se lo
pones tan barato? ¿No ves, Señor, que casi nos empujas
a alejarnos de ti solo por encontrarnos de nuevo entre
tus brazos?
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

13.a Estación: Jesús encarga a los doce la tarea de evan-
gelizar

El lector:
Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 16-20
LOS once discípulos se fueron a Galilea, al monte
que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se
postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos,
Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo
354 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
El guía:
Y te faltaba aún el penúltimo gozo: dejar en nuestras

manos la antorcha de tu fe. Tú habrías podido reser-
varte ese oficio, sembrar tú en exclusiva la gloria de

tu nombre, hablar tú al corazón, poner en cada alma
la sagrada semilla de tu amor.
¿Acaso no eres tú la única palabra? ¿No eres tú el único
jardinero del alma? ¿No es tuya toda gracia? ¿Hay algo
de ti o de Dios que no salga de tus manos? ¿Para qué
necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores,
que nada aportarán si no es su barro? ¿Qué ponen
nuestras manos que no sea torpeza?
Pero tú, como un padre que sentara a su niño al volante
y dijera: «Ahora conduce tú», has querido dejar en
nuestras manos la tarea de hacer lo que solo tú haces:
llevar gozosa y orgullosamente de mano en mano la
antorcha que tú enciendes.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Via lucis - 355

14.a Estación: Jesús sube a los cielos para abrirnos camino
El lector:
Del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hch 1, 10-11
CUANDO miraban fijos al cielo, mientras él se iba

marchando, se les presentaron dos hombres ves-
tidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis

ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha
sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá
como lo habéis visto marcharse al cielo».
El guía:
La última alegría fue quedarte marchándote. Tu subida
a los cielos fue ganancia, no pérdida: fue bajar a la
entraña, no evadirte.
Al perderte en las nubes te vas sin alejarte, asciendes
y te quedas, subes para llevarnos, señalas un camino,
abres un surco. Tu ascensión a los cielos es la última

prueba de que estamos salvados, de que estás en no-
sotros por siempre y para siempre. Desde aquel día la

tierra no es un sepulcro hueco, sino un horno encen-
dido: no una casa vacía, sino un corro de manos: no

una larga nostalgia, sino un amor creciente.
Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo,
en la risa, en todo corazón que ama y espera, en estas
vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Todos:
Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
356 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Oración final
El guía:
SEÑOR y Dios nuestro,
fuente de alegría y de esperanza,
hemos vivido con tu Hijo los acontecimientos
de su resurrección y ascensión;
haz que la contemplación de estos misterios
nos llene de tu gracia y nos capacite
para dar testimonio de Jesucristo en medio del mundo.
Te pedimos por tu santa Iglesia:
que sea fiel reflejo de las huellas de Cristo en la historia
y que, llena del Espíritu Santo,
manifieste al mundo los tesoros de tu amor,
santifique a tus fieles con los sacramentos
y haga partícipes a todos los hombres
de la resurrección eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Conclusión
El guía:
Anunciemos a todos la alegría del Señor resucitado.
Aleluya, aleluya.
Todos:
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.

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