¿Quién fue Mamerto Esquiú, el religioso argentino que ha sido beatificado y al que elogia el Papa Francisco?

Obispo de Córdoba a finales del siglo XIX, destacó por su defensa de los derechos del pueblo. Se le atribuye el milagro de haber curado a una niña de su grave enfermedad congénita

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“¡Por fin un beato argentino!”, exclamaba el Papa Francisco en el ángelus de este domingo tras ser beatificado un día antes Mamerto Esquiú, el fraile y obispo de Córdoba del siglo XIX que destacó por su defensa de los derechos y de la Constitución del país sudamericano de 1853.

“Que su ejemplo nos ayude a perseguir siempre la paz y la fraternidad”, continuaba expresando con tono de satisfacción el Pontífice. La noticia de la beatificación del religioso argentino ha pasado desapercibida en Europa, debido seguramente a la lejanía.

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Por ello, en Aleluya hemos ahondado en su figura. Mamerto Esquiú nació el 11 de mayo de 1826 en la localidad de Piedra Blanca, en la provincia de Catamarca. Tras ser declarado Siervo de Dios en 2005 y Venerable en 2006, ya en 2020 la Comisión Internacional de Teólogos de la Santa Sede dieron por válido un milagro por la intercesión de fray Mamerto Esquiú.

Un milagro que tuvo como protagonista a Emma, la niña de cinco años natural de Tucumán que nació con osteomielitis femoral grave y se curó gracias al milagro de Mamerto Esquiú. Sus padres, Ana Paz y Alí Omar Pacheco, ya desesperados por la gravedad de la situación por la que atravesaba Emma, invocaron al religioso para obrar el milagro. Tanto Emma como sus progenitores estuvieron presentes en el acto de beatificación.

“Estamos muy emocionados. Es algo increíble, ni en un millón de vidas pensaba que iba a pasar todo esto”, explica su padre, quien añadía,sobre la enfermedad de su hija que “lo único que queríamos era a mi hija en casa, con todo lo que conllevaba la operación, con todas las secuelas que iba a traer". Y llegó el acontecimiento extraordinario de la curación por intercesión de Esquiú, que “fue un bálsamo para nosotros”.

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La vida y obra de Mamerto Esquiú

Siempre destacó por defender de los derechos de la gente, de la comunicación y del servicio a la Iglesia en su condición como obispo de la ciudad de Córdoba, pero también como periodista y diputado. Desde bien pequeño, con apenas cinco años, comenzaría a usar el hábito franciscano que ya no abandonó en el resto de su vida.

El motivo de hacer uso del hábito era una promesa por su salud precaria. En 1836 ingresó al noviciado del convento franciscano de Catamarca, para ordenarse sacerdote con 22 años, en 1849. Su tarea como sacerdote la compaginó como teólogo en la escuela del convento o con su labor educativa con los niños.

Uno de los motivos por los que la figura del recién beato dejó huella fue por su discurso conocido como el ‘Sermón de la Constitución’, con la que defendió a ultranza la Carta Magna aprobada en 1853. Fue después de que en la batalla de ‘Caseros’, en la que fue derrotado el gobernador Juan Manuel de Rosas, la provincia de Catamarca recibió con alegría la noticia de que se iba a dictar una Constitución. No obstante, en la Asamblea Constituyente, reunida en Santa Fe, triunfó la postura liberal sobre la más conservadora, que restringía la libertad de culto, y que apoyaba el Padre pedro Alejandrino Zenteno, que era diputado por Catamarca.

Pese a su derrota, Zenteno hizo lo posible para evitar que el documento, con tintes liberales, fuese aprobada en la provincia argentina. Encargaron a Mamerto Esquiú, a quien tenía por un antiliberal, que pronuncia un discurso contra la Constitución. No fue así, ya que en su alocución (‘Sermón de la Constitución’), abogaba por la paz interna que suponía la nueva Carta Magna.

Su defensa por la paz y por que la Constitución tuviese estabilidad en el tiempo le valió una gran ovación en el auditorio, y concluyó con que todos los funcionarios y personajes de relevancia de Catamarca juraron el texto. Su sermón tuvo una repercusión nacional, lo que hizo que en otras provincias de Argentina dieran luz verde a la Constitución.

En el ámbito político, perteneció al partido federal, pero era respetado por los liberales. Después de la derrota de la Confederación Argentina en la batalla de Pavón, decidió abandonar la política y trasladarse a Bolivia, al convento franciscano de Tarija. Se sentía decepcionado, después de que hubiese una rebelión contra las leyes que fue el germen de una nueva guerra civil.

Tras un lustro en Tarija, se desplazó a Sucre, donde publicó el periódico ‘El Cruzado’, dirigido a resistir las presiones de los intelectuales anticlericales. En 1872 le ofrecieron ser arzobispo de Buenos Aires, pero optó por rechazarlo por sus malas relaciones con el presidente de Argentina en aquellos años, Domingo Faustino Sarmiento.

En 1876 viajó a Roma y a Jerusalén, donde se acercó aún a la realidad eclesiástica, abandonando por completo la política. Tuvo además la oportunidad de predicar a miles de fieles frente al Santo Sepulcro en la noche del Viernes Santo de 1877.

Fue en Tierra Santa donde el superior general de la orden franciscana le encomendó reorganizar a la orden en el país argentino, por lo que regresó a Catamarca un año más tarde, tras 16 años de ausencia.

En 1878, tras rechazar en un primer momento ser obispo de Córdoba, el Papa León XIII le obligó a aceptarla. Fue en Buenos Aires donde en 1880 recibió la orden episcopal. Llevó una vida austera, e hizo todo lo posible para reordenar la administración diocesana, poner nuevamente en acción la pastoral eclesiástica, y hacer sentir a todos tratados por un padre; un padre humilde y austero, además, que recorrió casi todos las ciudades y pueblos de la diócesis.

Murió el 10 de enero de 1883 durante el viaje de regreso desde La Rioja a su sede obispal de Córdoba. Antes de su muerte, en cada lugar que se detenía repartía rosarios, estampas y medallas, confirmaba y daba consejos, mientras por otra parte repartía todo lo que el gobernador le había regalado, como comida, vajillas, toallas y cepillos.

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