La historia del sacerdote de 77 años que entrega su vida entre las favelas de Brasil

Renato Chiera tiene 77 años, es sacerdote y dedica su vida a las personas que viven en los suburbios y favelas de Brasil

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Nos acercamos en El Espejo de la Cadena COPE hasta Brasil, para conocer la vida y el testimonio de un sacerdote de 77 años que entrega su vida en suburbios y entre favelas. Dando un hogar y una familia a jóvenes que no cuentan para nadie.

Se llama Renato Chiera y tiene 77 años. Ya desde pequeño, en el pequeño pueblo de Roracco, en el Piamonte italiano donde nació, quería parecerse a Don Bosco. Por eso a los 12 años entró en el seminario y cuando se ordenó sacerdote sintió la inquietud de conocer horizontes más amplios que el de su diócesis. En 1978 dejó la cátedra de filosofía y marchó a los suburbios de Río de Janeiro donde encontró su lugar junto a quienes viven desarraigados y sin esperanza.

Entre aquellas favelas, algunos acontecimientos le marcaron profundamente como el adolescente que acogió en su casa tras ser herido y perseguido por la policía y que un día murió asesinado en la pared de la casa...o el de otro joven que un día le preguntó si no iba a hacer nada ante la lista de candidatos a morir en su parroquia donde ese mes habían matado ya a 36 chicos.

Son chicos y jóvenes marginados de la familia, de la escuela, de la sociedad, sin referencias ni sueños de futuro, que buscan la seguridad en el tráfico de drogas donde se mueven en ambientes criminales donde la vida no vale nada.

Ante esas situaciones, el padre Renato creó la Casa del menor, una institución que acoge a los niños como una madre, dándoles un hogar y una familia donde les ayuda a levantarse y salir adelante. En la actualidad esta institución está presente en cuatro estados de Brasil y durante 33 años ha acogido a más de 100.000 niños de los que 70.000 tienen ahora un trabajo y una vida estable.

El fruto de este empeño ha sido el nacimiento de Familia Vida, una familia de personas consagradas que se han convertido en padres y madres de los niños abandonados, que son una garantía de futuro desde la acogida en esos hogares donde muchos jóvenes se regeneran tras su encuentro con un Dios padre que nunca les abandona. Desde que llegó a Brasil tiene claro que no está allí para ser un sepulturero, sino para salvar vidas.

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