Arturo Ros, sobre la PEJ: "Es esencial escuchar a los jóvenes, poner en activo el ministerio de la escucha"

El obispo auxiliar de Valencia, presidente de la Subcomisión Episcopal de Juventud e Infancia de la CEE, destaca en ECCLESIA "la emoción con la que se viven estos días"

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Celebramos, por fin, la Peregrinación Europea de Jóvenes, después de un año de espera prudente por las circunstancias que sabemos y que nos obligaron a aplazar el encuentro previsto para el mes de agosto del año pasado. Queremos vivir la experiencia gozosa que nos recuerda el bello relato de los discípulos de Emaús en el que se repite varias veces la palabra «camino».

«Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea…» (Lc 24, 13). Tal vez como los miles de jóvenes que caminan hacia Santiago, con sus cargas, con sus preocupaciones, con sus dudas, y también con la inquietud de lo que pueda acontecer. «Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 15-16).

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Caminar con nosotros mismos

Caminar es hacer experiencia real de la vida, y eso supone dar un paso tras otro paso. Nada ni nadie nos ahorra recorrer nuestro propio camino. Sí, el Camino de Santiago es una experiencia gozosa interior, de contemplación, de fraternidad, de escucha, en la que nos acompaña «aquel forastero» que nos hace arder el corazón.

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Es emocionante el momento del relato en el que al llegar a la aldea y el forastero simuló que iba a seguir caminando, cuando aquellos discípulos le dicen, con el alma: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos» (Lc 24, 29). Vislumbrar el horizonte que nos espera no nos evita andar el camino, realizar los procesos, no nos ahorra ni una sola de las dificultades que supone abrir los ojos y poder exclamar con las mismas palabras del Evangelio: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32). Sí queremos que nuestros jóvenes vivan, en lo más profundo de su alma esta experiencia feliz, que les arda el corazón, que les llene de alegría y de júbilo para que puedan ser verdaderos testigos y poder proclamar: «Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan» (Lc 24, 35).

¿Quién tiene las respuestas?

Andamos siempre preocupados e inquietos por nuestra pastoral con jóvenes intentando encontrar las mejores propuestas para sus vidas. Demasiadas veces tenemos sentimientos de tristeza y de fracaso por falta de respuestas. No creo que un servidor sea el más indicado para resolver esas dificultades. ¿Quién tiene las respuestas? Afortunadamente contamos con muchas personas y muchos proyectos con una gran creatividad y frescura. No olvidemos esto, por favor.

La respuesta, la gran respuesta, la única respuesta, lo que cambia la vida y la hace bella y apasionante es encontrarse con Jesucristo. Así nos lo dice el Papa Francisco: «Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida… Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (ChV 1 y 2).

Signos de esperanza

En estos procesos deseamos descubrir que todo es bendición, descubrir, una y otra vez, que el amor de Dios es incondicional, que nos muestra el auténtico sentido de nuestra vida. La actitud para palparlo es la humildad, que es el «camino» que conduce al encuentro con Dios. La humildad nos hace mirar a los demás con respeto, con mimo y con cuidado. El humilde mira desde abajo, el orgulloso mira desde arriba. A nosotros Jesucristo no hace mirar desde abajo, nos hace valorar la grandeza de los demás.

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Solo así podemos vivir siendo signos de esperanza y transmitiendo la alegría de haber encontrado el sentido real de nuestra propia existencia. Sí. El corazón de los jóvenes late con fuerza, las palpitaciones son el reloj de la pasión por la vida, del entusiasmo por la búsqueda, de la alegría de poder encontrar la meta. Hemos de aprender a descubrir en sus vidas tantas cosas hermosas que quieren contarnos y de las que nos pueden hacer partícipes. Y para eso es esencial «escucharles», poner en activo el «ministerio de la escucha». «La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Solo a partir de esa escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida» (EG, 171).

Gracias

Algunas veces en mis encuentros con los jóvenes o en las celebraciones les hago memoria de una palabra necesaria que hay que repetir constantemente, es esta: GRACIAS. ¿Cuántas veces les decimos a ellas y a ellos «gracias»? ¿Cuántas son nuestras muestras de gratitud? Cuando hacemos repaso de lo acontecido en nuestra jornada, ¿nos preguntamos cuántas veces he dicho «gracias»? También en otras ocasiones les sugiero este compromiso: ¿Qué puedes hacer para que las personas que están cerca de ti sean un poco más felices? Siempre me miran sonrientes y pensativos a la vez. Y nosotros, ¿procuramos su felicidad?, ¿nos importa realmente que sean y se sientan felices? A veces nos empleamos tan a fondo en la misión que dejamos de lado lo esencial. Y es un verdadero regalo verles felices, verles sonreír, que se sientan acompañados, escuchados, comprendidos y amados.

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Recordemos esto: «Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí, hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aun si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza» (ChV 142).

El gozo del encuentro

Los primeros días del mes de agosto nos disponemos a vivir y a disfrutar esta feliz experiencia que supone la PEJ. Está todo preparado con esmero: oraciones, catequesis y celebración de la Eucaristía, conciertos, talleres, testimonios, el abrazo al Apóstol y, sobre todo, la vivencia de la presencia de Cristo Resucitado que nos motiva a vivir un tiempo nuevo. También, claro está, el gozo de encontrarnos, de compartir tantas cosas, de ser familia, de ser Iglesia y de hacer palpable la comunión y la fraternidad.

El trabajo que se ha realizado es admirable. La archidiócesis de Santiago de Compostela y la Conferencia Episcopal Española, a través de la Subcomisión Episcopal de Juventud e Infancia, han trabajado mucho para poder disfrutar estos días. Aunque creo que nadie buscamos reconocimientos, no es nuestro estilo. Como el Maestro, estamos llamados a servir, a darlo todo, a dar vida y solo si ellos son felices (nuestros jóvenes), lo seremos nosotros también.

Gracias, de corazón a todas las personas que hacen posible este milagro. Gracias por tanta entrega silenciosa y generosa. Gracias por la siembra que propiciará, por la acción del Espíritu Santo, una magnífica cosecha. Gracias por todos los esfuerzos, sacrificios y renuncias. Gracias por perdonar nuestras imperfecciones y nuestros errores. Gracias por sonreír ante la adversidad. Gracias porque podemos decir que somos el Pueblo de Dios en camino. Gracias a todos mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, consagrados y consagradas, a los responsables de la pastoral con jóvenes, a los voluntarios. Gracias a las autoridades autonómicas y municipales. Y, sobre todo, gracias a nuestros jóvenes: sois grandes, admirables. Caminemos juntos, por favor, la Iglesia os necesita, nuestro mundo pide a gritos testigos valientes del Evangelio.

Joven, levántate y sé testigo

Feliz camino y feliz encuentro, como dice nuestro lema «Joven, levántate y sé testigo: El Apóstol Santiago te espera». Esta gozosa e irrepetible experiencia nos animará a seguir caminando hacia la Jornada Mundial de la Juventud que será, Dios mediante, en Lisboa en el mes de agosto del próximo año.

Recuerdo ahora estas palabras del Papa, que leo una y otra vez, y al hacerlo me interpelan, me consuelan y fortalecen el ánimo: «La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo, la caña que parece quebrarse» (cf. Is 42, 3), pero que sin embargo todavía no se rompe.

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Es la capacidad de encontrar caminos donde otros solo ven murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de cada joven debe por tanto ser considerado «tierra sagrada», portador de semillas de vida divina, ante quien debemos «descalzarnos» para poder acercarnos y profundizar en el Misterio» (ChV 67).


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