Las anécdotas más curiosas y divertidas de los santos

Repasamos las anécdotas más divertidas, curiosas y desconocidas de la vida de los santos

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Los santos son personas de carne y hueso. Como tú y como yo. Ellos también se ríen, así que por eso queremos repasar algunas de sus anécdotas más desconocidas y curiosas.

SAN JUAN XXIII

Una de las cosas más claras es que el Evangelio y la Sagrada Escritura tienen mucho sentido del humor y así están escritos. Cuando los fariseos le preguntan a Cristo con qué poder hacía eso Él les pregunta si el bautismo de Juan era de Dios o de los hombres. Como ellos no se atrevían a dar respuesta clara, le dieron un "no sé". El Señor les dijo que Él tampoco les decía, por su parte, de dónde sacaba su poder.

Este sentido del humor caracterizó a San Juan XXIII que celebramos cada 11 de octubre y que protagonizó multitud de anécdotas de probada eutrapelia. Se llama así al arte de divertir honestamente. El caso es que San Juan XXIII estaba recién elegido y rezaba por los jardines vaticanos cuando vio a los jardineros esconderse y les preguntó a uno de ellos por qué se escondían, a lo que le dijeron que les daba miedo el Papa. Roncalli les dijo: “¡A mí también me da miedo el Papa!”. Entonces el jardinero le comentó asustado que era la primera vez que le veían. “Pues espero que no sea la última”, les dijo.

Al poco tiempo iban a llevarle la Silla Gestatoria y él les paró preguntándoles cuánto cobraban. Cuando le dijeron la cantidad él se comprometió a darles el dobleRazón: Él pesaba seguramente el doble que Pío XII, su antecesor, con lo cual les daría esa cantidad doblada. En otro momento convocó a los cardenales para anunciar la celebración del Concilio Vaticano II cuando ya se iban poniendo en marcha los mecanismos organizativos, alguien le comentó que igual no estaban preparados para hacerlo en 1963 a lo que él preguntó admirado: “¿Cómo? ¿No estaremos preparados en 1963? Pues entonces lo empezaremos en 1962”.

SAN BENITO Y SANTA ESCOLÁSTICA

Muchas son los místicos que vivieron su condición de familia de sangre y de Fe. Por ejemplo entre el siglo V-VI San Benito de Nursia, fundador del Monacato y Padre de los contemplativos en Occidente, cuya fiesta se vive el 11 de julio. El Monasterio más destacado era Monte Subiaco y a los pies del Convento su hermana Santa Escolástica, que se celebra cada 1 de febrero, vivía la contemplación y el trabajo.

Pero Dios siempre conoce la realidad del ser humano y que es necesario el trato, aunque sea místico, porque si la Fe se fortalece dándola, el hecho de comentar experiencias y vivencias entre los místicos ayudaba a sentir un mayor amor al Señor. Esto se traducía en que Benito y Escolástica siempre habían estado unidos. Su condición de hermanos tenía algo especial porque, aunque Benito se fue a estudiar y fundar, Escolástica siempre vio como los lazos familiares con Benito le hacían mucho bien.

Un día ella estaba algo enferma y Benito barruntó que su hermana podía estar en sus últimos tiempos por este mundo. La cuestión es que bajó con un grupo de monjes a verla y -cosas de ellos- oraron juntos con los demás religiosos y religiosas. El resto del tiempo fue de hablar sobre las grandezas del Señor. Pero se iba haciendo de noche y Benito se quería marcharEscolástica le pidió que se quedase pero Benito le dijo que no le estaba permitido estar fuera de su convento. Escolástica, ante la negativa de su hermano, rezó a Dios y de pronto surgió una tormenta. Benito asustado le preguntó por qué había pedido eso. A lo que ella le respondió: “Te lo pedí y no me hiciste caso. Se lo pedí al Señor y me lo concedió”. Benito no tuvo más remedio que quedarse y asumir el poder que tienen con su oración las almas buenas.

SAN PÍO DE PIETRALCINA

Muchos Santos han tenido que compaginar su salud débil y hasta muy frágil con retazos de buen humor. Era la Cruz de cada día que les acompañaba en su vida y que les hacía ver sus miserias y la necesidad de dejarse guiar por Dios, que les imprimía a veces un temperamento que sobrellevaba las enfermedades con sentido del humor. La experiencia que tenían era edificante.

San Pío de Pietralcina, Santo capuchino italiano cuya vida transcurrió el siglo XX en el Convento de San Giovanni Rotondo, arrastraba una salud muy quebradiza y admiraba a los demás con su forma ejemplar de llevar el ayuno y las mortificaciones. Incluso tenía un sentido del humor tan simpático que arrancaba una sonrisa a los de su alrededor y a las almas que le consultaban.

Precisamente, en una ocasión un hombre le pidió una bendición y San Pío le hizo un garabato en el aire que nada tenía que ver con la Señal de la Cruz. Lo hizo el religioso con tal gracia que el hombre entendió que él se santiguaba muy deprisa y eso le decía que debía cambiar. Otro hombre tenía un dolor de muelas y su mujer le animó a pedirle oraciones al Padre Pío. Aquel hombre se encorajinó y tiró un zapato a la foto de San Pío alegando que él no estaba para oraciones en ese momento. Pero un día convencido por su mujer, se confesó con el capuchino y cuando terminó la confesión le dijo el Padre Pío: “¿No tienes que decirme nada más? ¿Qué me dices del zapato que me tiraste hace poco a la cara?"

SAN MARTÍN DE PORRES

La sencillez y la humildad impregnan muchos Santos. Más bien, podría decirse que detrás de cada Santo, tenga la forma de ser que tenga, hay una buena dosis de humildad porque, de lo contrario, no habrían capeado tanto temporales tormentosos. Un gesto de total humildad que, sin duda, arranca la sonrisa de Dios es San Martín de Porres.

El mulato peruano, hijo de madre mulata y padre burgalés, es hombre de anécdotas propias de humildad. De pequeño tenía cerca de su casa un oratorio-capilla con verjas donde según pasaba saludaba al Crucifijo. En algunas ocasiones, cuando necesitaba algo importante en su mentalidad de niño pequeño y avispado, si no lo conseguía se acercaba las rejas y le decía al Señor con una inocencia que no presentaba maldad: “Ya no te quiero”. Y cuando lograba su propósito volvía otra vez a la Capilla y le decía con una sonrisa: "¡Oye que creo que sí te quiero!”.

En otra ocasión estaba el Convento plagado de ratones que carcomían las ropas de la Iglesia. Él, al más puro estilo franciscano, siendo dominico, se puso a hablar a los ratoncillos y les prometió que si se iban de allí, a otro rincón fuera de la Iglesia, él les llevaría comida cada día. Ellos se fueron y el padre hospedero, que iba a poner raticida, se asustó de tal manera que se le cayó al suelo la vasija con el veneno.

Otro día, iba repartiendo algo de la comida que llevaba al Monasterio y dio sin sobrarle. Entonces le dijo cariñosamente al Señor en la Iglesia que eso no se le hacía. Pero al final le dijo: “Bueno. No te enfades”. Por fin, estaba barriendo y le preguntaron qué haría si llegase ahora el Señor en su Segunda Venida y contestó: “Seguir barriendo”. Como era su cometido, además de rezar, pues así sabe que cumpliría la voluntad de Dios.

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