Se fue de China para ser sacerdote...y reza a la Virgen para poder regresar

Wang se tuvo que ir de China para formarse como sacerdote. Hoy, confiesa que quiere volver y reza a la Virgen para regresar y que no le descubran

Para ser sacerdote en China, tuvo que fomarse fuera para llevar a Cristo a su país

Pablo Valentín-Gamazo

Publicado el - Actualizado

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Wang Jie es un nombre ficticio. Más adelante, entenderás por qué. Wang es diácono de la Iglesia clandestina de China. Ha pasado algunos años estudiando en Europa. Por razones de seguridad no puede usar su nombre real. Si las autoridades chinas se enteraran de que se está preparando para ser sacerdote, podría no volver a entrar a su país. Así lo ha contado a Catholic News Agency (CNA).

Wang nació en China, “en un área donde la mayoría de la gente son paganos”, cuenta. Nadie en su familia era católico. Por supuesto, sus padres “no habían oído nunca la palabra 'Cristianismo'”. Pero, un día, su madre enfermó. Estuvieron buscando a dónde llevarla, cuando encontraron lo que creyeron que era un hospital. Era un edificio con una cruz encima. Era una iglesia, de la que salió una monja a recibirlos y a atender a su madre. Después de que su madre recuperase la salud, los padres de Wang volvieron a esa iglesia a dar las gracias a aquella religiosa por haberla cuidado.

Entonces, la monja empezó a hablarles poco a poco sobre la fe, sobre Cristo. “Mis padres estaban muy interesados y, después de algún tiempo, se convirtieron”, recuerda. “Lo vemos como un milagro el hecho de que pudiéramos conocer la fe. Dios nos guió a su casa”. En un sentido, la conversión fue natural, porque sus padres ya practicaban la caridad y trataban de ayudar a los demás como pudiesen. Cuando Wang cumplió ocho años, toda su familia se había bautizado. Su familia se unió a la iglesia clandestina. No podían prácticar su fe abiertamente, mientras el Gobierno solo reconociera a la “Iglesia Patriótica”, controlada por el Partido Comunista.

Dos nacimientos que le cambiaron la vida: su hermana y su vocación

Cuando la madre de Wang se quedó embarazada de nuevo, se enfrentaron a un nuevo reto: la ley. La política del hijo único, que estaba en vigor por entonces, prohibía a las familias tener un segundo hijo. Pero, como católicos, sus padres descartaron la opción del aborto. En su lugar, buscaron un camino para evitar los severos castigos impuestos por el gobierno comunista a las familias que tuviesen más descendencia.

“Cuando nació mi hermana, encontramos a una familia que acababa de tener otro niño, por lo que los registramos como si hubieran sido gemelos. De hecho, mi hermana no tiene mi mismo apellido. En el documento siguen siendo gemelos".

En ese tiempo, sus padres entablaron amistad con un sacerdote, que era el rector del seminario. Él les explicó que los seminaristas tenían que trasladarse cada tres o cuatro meses para evitar ser descubiertos por las autoridades. “Mis padres les ofrecieron nuestra casa. Ellos podrían vivir en la planta de abajo y nosotros en la de arriba”, explica.

Durante los siguientes 10 años, los seminaristas vivían de forma intermitente en la planta de abajo de casa de Wang. Movido por su ejemplo, Wang sintió la llamada a entrar en el seminario. Tomó su decisión final después de acompañar a uno de los seminaristas a dar clases de catecismo. “Cuando volvía casa, fue como si tuviera el corazón en llamas. Les dije a mis padres que quería ser sacerdote. Tenía la semilla de la vocación en mi corazón”, recuerda. “Ahora soy diácono y no tengo palabras para expresar la profunda dicha que tengo en el corazón”.

La oración a la Virgen para volver a China: "Madre mía ayúdame..."

El seminarista confesó que, a pesar de estar estudiando en Europa, su deseo es volver a casa. Quiere regresar lo antes posible para predicar el Evangelio allí. La vida de los católicos chinos es difícil. La misa se celebra en los domicilios particulares. La gente debe ser muy cuidadosa para no hablar explícitamente de la fe, porque las autoridades podrían estar escuchando. Sin embargo, vivir con ese riesgo de ser arrestado merece la pena, dice Wang. El motivo es que “queremos buscar la Verdad, es lo que hay que hacer sea cual sea el coste”.

Uno de los peores momentos a los que se va a tener que enfrentar, según él, es cuando tenga que volver a entrar en China. Tendrá que hacerlo sin que las autoridades descubran que es seminarista. “Cuando esté en la cola para entrar con el pasaporte en la mano, empezaré a rezarle a la Virgen: “Madre mía ayúdame. Madre mía, ayúdame”. Todo me ha ido bien siempre a pesar de que los peligros son reales. Dios siempre me ayuda”, afirma.

Acuerdo China-Santa Sede: unidad, oración y seguir a la Iglesia

Sobre el reciente acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno de China, con el que se inicia la integración de la iglesia clandestina en la Iglesia Patriótica, el seminarista destacó la importancia de la unidad. “Hay algunos que dicen que el acuerdo es bueno, y otros que no lo ven así. Pero, por encima de todo, tenemos que rezar mucho y seguir lo que diga la Iglesia, porque el demonio quiere dividir a la Iglesia y sabe cómo hacerlo”, subraya. “Dios dio la llave del papado a San Pedro y eso es parte de nuestra fe, y, si no nos unimos a Pedro, no vamos a ninguna parte”.

Wang Jie está actualmente estudiando y recibiendo formación como sacerdote en Europa. Lo hace gracias a la Fundación Centro Académico Romano de Formación. Esta fundación garantiza la escolarización de seminaristas y sacerdotes de diócesis que sufren necesidad en todo el mundo. Para ello, se ofrecen la Universidad de Navarra, en España, y la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma. Su objetivo es que los sacerdotes de esas diócesis reciban formación para volver después a su territorio.

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