Carta pastoral del arzobispo de Barcelona: Sembremos la paz

El cardenal Omella pide "contribuir en la construcción de la paz y en la acogida de quienes sufren las consecuencias de la violencia y de la guerra"

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¡Qué paz más grande iniciar el año bajo el amparo de Santa María! Hoy, los católicos celebramos la Maternidad divina de María. Sí, la Virgen María es la Madre de Dios. Este título tan impresionante le fue concedido en el Concilio de Éfeso, en el año 431. Ya en el siglo III, los cristianos de Egipto oraban a María con estas palabras: «Bajo tu protección nos refugiamos, oh Santa Madre de Dios». De la misma manera, también nos referimos a ella en el Avemaría: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Ella vela siempre por cada uno de nosotros y por el mundo entero.

María es la Reina de la Paz, según nos recuerda la última de las letanías que habitualmente rezamos después de los misterios del Santo Rosario. Hoy, que también celebramos la Jornada Mundial de la Paz, instituida por el papa san Pablo VI en 1968, imploramos a Santa María la paz en Ucrania y en tantos otros lugares del mundo que no siempre aparecen en los medios de comunicación.

El papa Francisco manifiesta su preocupación por la incapacidad de amarnos como hermanos, de amarnos como Jesús nos ha amado. El pasado 17 de abril, domingo de Pascua de Resurrección, nos decía: «Estamos demostrando que no tenemos todavía el espíritu de Jesús, tenemos aún en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel, no como a un hermano, sino como a un rival».

En pleno siglo XXI, muchas regiones del mundo sufren debido a conflictos bélicos. No podemos cerrar los ojos frente a esta realidad llena de sufrimiento. A pesar del dolor, descubrimos muchas muestras de solidaridad por doquier, por ejemplo, familias y comunidades que acogen a migrantes y refugiados o personas que en medio de los conflictos son semillas de paz. Como afirma el Papa: «¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!» Ciertamente, cada uno de nosotros debemos contribuir en la construcción de la paz y en la acogida de quienes sufren las consecuencias de la violencia y de la guerra.

Todos quisiéramos no oír nunca más el ruido ensordecedor de la guerra, ni tener que ver sus imágenes de destrucción. Desde el silencio, desde una intensa oración, con una actitud de buena voluntad y diálogo, con acciones solidarias, podemos extender la paz en el mundo. La paz comienza por cada uno de nosotros, cuando estamos en paz y la queremos para los demás. La intensa oración nos hace fuertes y reconforta, nos capacita para amar, para responder con amor a la violencia. Los efectos de la oración, si estamos atentos, los veremos en nosotros y en nuestro entorno.

Jesús nos invita a ser portadores de paz y nos dice: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”» (Lc 10,5). Ojalá acojamos esta paz que viene de Dios y nos podamos convertir en tejedores de paz, de una paz sólida, que nos proteja de la gélida guerra que nos hace temblar y paraliza.

Oremos a Dios para que, por intercesión de María, nos acompañe este año. En estos tiempos de dificultad que nos tocan vivir, me gustaría que supiéramos mirar a la Virgen María y pusiéramos en sus manos todas nuestras inquietudes y sufrimientos, esperando en silencio confiado la salvación de Dios. Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz año nuevo a todos!

† Cardenal Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona


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