Carta del obispo de Segovia: «Corpus Christi: Fuente de caridad»

César Franco medita en su escrito semanal acerca de la relación entre la Eucaristía y la caridad, relación «distintiva de la Iglesia desde sus orígenes»

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La solemnidad del Corpus Christi centra la atención en el Sacramento de la Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la vida cristiana. La Eucaristía es el mismo Cristo anonadado bajo las especies sacramentales del pan y del vino. El Hijo de Dios no solo quiso participar de nuestra carne y sangre (cf. Heb 2,14), sino que ha querido hacerse alimento de vida eterna para los hombres. La Eucaristía es comida y bebida de inmortalidad.

El pueblo de Israel esperaba, en tiempo de Jesús, la llegada de un mesías y sacerdote que fuese el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Leví era la tribu sacerdotal de la que, según la ley de Moisés, salían los ministros del templo. En la liturgia de hoy se habla de otro sacerdocio, distinto del levítico, personificado en la figura de Melquisedec, que ha pasado a la historia como tipo de Cristo porque, según el libro del Génesis, ofreció pan y vino como sacerdote del Dios Altísimo (cf. Gn 14,18). Se explica, pues, que en la carta a los Hebreos, su autor presente a Jesús, no como sacerdote de la tribu de Leví, a la que no pertenecía, sino según el orden de Melquisedec.

En la Última Cena con sus apóstoles Jesús ofrece su Cuerpo y Sangre en el pan y el vino que consagra de modo definitivo para la Iglesia a través del ministerio de sus ministros a quienes dice con toda claridad: «Haced esto en conmemoración mía». El primer documento que recoge esta tradición es la primera carta de san Pablo a los Corintios, escrita a mediados de los años cincuenta d.C. Hoy leemos su relato de la institución de la Eucaristía, cuya tradición, según el apóstol, se remonta al Señor. No hay duda de que la fe de la Iglesia en la Eucaristía está expresada en este magnífico texto que resume los contenidos fundamentales de la fe en la presencia eucarística de Cristo en el pan y el vino consagrados.

En la Eucaristía, Cristo permanece con nosotros para siempre. En ella tenemos la certeza de que nos acompaña en esta vida de peregrinos como alimento sustancial que, después de la muerte, nos introducirá en la vida eterna. No cabe mayor tesoro ni consuelo para los mortales. Se explica, por tanto, que la Iglesia desde sus orígenes preservara a la Eucaristía de toda profanación, como muestra el texto citado de san Pablo a los Corintios, a quienes acusa de celebrar indignamente la Eucaristía haciéndose reos del Cuerpo y la Sangre del Señor. En su exhortación, el apóstol hace referencia a algunos comportamientos que humillaban a los pobres en el ágape que precedía o seguía a la liturgia eucarística. Posiblemente se trataba de ostentación por parte de quienes poseían más comida frente a quienes apenas tenían lo necesario. La postura de san Pablo es clara: «Si uno tiene hambre que coma en casa, a fin de que no os reunáis para condena» (1 Cor 11,34). La Eucaristía no podía convertirse en ocasión para la división y el desprecio de los pobres.

Esta relación entre Eucaristía y caridad, que es distintiva de la Iglesia desde sus orígenes, tiene una profunda razón teológica y litúrgica: el Hijo de Dios se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Comulgar en la cena del Señor es incompatible con actitudes de olvido, desprecio y humillación de los pobres. El amor a la Eucaristía se hace patente en la caridad con los más necesitados. De otra forma, la Eucaristía se convertiría, como dice el apóstol, en motivo de condena para quien no la honra con los deberes de la caridad. Hoy es el día de Cáritas que bebe de la fuente de la Eucaristía. Adorar a Cristo en la eucaristía nos debe conducir a venerar a Cristo en los pobres compartiendo con ellos vida y bienes.

+ César Franco

Obispo de Segovia


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