Carta del obispo de Segovia: «Contra soberbia, humildad»

César Franco nos presenta una reflexión sobre el Evangelio de este domingo en el que Jesús nos habla de la humildad y la mansedumbre

César Franco

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En el Evangelio de hoy leemos un pasaje llamado el «meteorito de Juan» (Mt 11,25-30). El motivo de esta denominación reside en que lo que dice Jesús y, sobre todo, cómo lo dice, parece extraído del cuarto evangelio más que de un evangelio sinóptico. No es frecuente, en efecto, que Jesús hable de sus sentimientos y revele los secretos de su intimidad en los sinópticos. Es más propio del estilo de Juan. De ahí que el texto de hoy parezca un meteorito caído del universo de Juan.

Jesús se dirige al Padre en una bella oración para darle gracias por haber revelado a «los pequeños» las cosas que ha escondido a los «sabios y entendidos». ¿De qué cosas se trata? Por el contexto, es evidente que son los misterios del Reino de Dios que Jesús predicaba. Ahora bien, ¿quiénes son esos pequeños y quiénes los sabios y entendidos? Nos hallamos aquí con dos denominaciones que van más allá de lo que parecen decir. Porque ni los pequeños o los niños entienden bien los misterios; ni los sabios y entendidos están incapacitados para entenderlos.

Jesús se refiere aquí a una circunstancia de su vida sobre el grupo de gente que le seguía y el que lo rechazaba. Es sabido que la clase dirigente de Israel rechazaba a Jesús y su enseñanza, rechazo que fraguó su muerte. Por el contrario, Jesús fue bien acogido en general por la gente sencilla del pueblo que escuchaba su enseñanza como nueva y dotada de la autoridad que no tenían los escribas, fariseos y saduceos. Estos utilizaron diversos calificativos para designar a los que seguían a Jesús: ignorantes, gentes sin ley, pequeños, simples y malditos. Jesús, por tanto, se sirve de esta terminología y la contrapone a la que él usa para designar a los que le rechazan: se creen «sabios y entendidos». Es evidente que Jesús no tiene nada contra la sabiduría y la inteligencia de las cosas, incluidas las de Dios; pero reprueba el orgullo y la soberbia.

Se entiende así que diga a sus seguidores: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré: Tomas mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso». Son palabras de consuelo que han merecido excelentes comentarios de grandes plumas. Jesús no se refiere a los cansados y agobiados por problemas de la vida que todos sobrellevamos, sino al cansancio y al agobio de ser atacados por seguirle a él. Y les invita a la mansedumbre y humildad para soportar los insultos de los dirigentes religiosos de Israel. Por eso, se califica a sí mismo como «manso y humilde de corazón», porque también a él le llamaron comilón y borracho, amigo de prostitutas y publicanos, endemoniado y pecador. Frente a esta actitud, Jesús propone las virtudes propias del santo. Y utiliza una imagen muy expresiva: la del yugo llevadero y la carga ligera. Sorprende que para aliviar a los suyos del cansancio y del agobio, los anime a llevar su propio yugo: este, en realidad, no es otro que el de las virtudes enumeradas: la humildad y la mansedumbre. Solo ellas, si se acogen con sencillez, pueden ayudar a vivir la persecución que sufren de sus adversarios. Es obvio que cuesta ejercitar la virtud. Bajo este aspecto es un yugo. Pero es suave y ligero, porque, cuando se aprender a llevarlo, aligera el peso de muchos agobios y cansancios del alma en el seguimiento de Jesús. ¡Cuántas veces un acto de humildad y mansedumbre nos libera de cargas pesadísimas! Y andamos ligeros sin tener en cuenta las tribulaciones de la fe en Cristo. Quien entienda esto será de los «pequeños y sencillos» que han recibido de Dios la gracia de comprender los misterios del Reino, lo que Jesús nos ha revelado de su Padre.

+ César Franco

Obispo de Segovia


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