Carta del obispo de Astorga: «La sociedad de los cuidados, un reto para la Iglesia»

La semana pasada la CEE organizó el curso de formación en Doctrina Social de la Iglesia, donde se puso de manifiesto la fragilidad fisica, moral y espiritual de las personas

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Bajo este título, y organizado por la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana, los pasados días 28 y 29 de junio, se celebró en la Fundación Pablo VI de Madrid un curso de formación en Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Con él, se pretendía emplazar a la comunidad eclesial a responder a la necesidad de los cuidados en una sociedad compuesta por personas frágiles en sentido físico, moral, espiritual y social. Esta fragilidad ha quedado de manifiesto en tiempos recientes, sobre todo, con motivo de la pandemia de la Covid-19. Las decenas de miles de muertes, los miles y miles de personas que arrastran secuelas, la soledad sufrida por tantas y tantas personas, especialmente ancianos y enfermos, la reducción de la participación en las celebraciones religiosas son otras tantas manifestaciones de esta fragilidad.

Muchos se han sentido interpelados en estas circunstancias y lo han hecho de forma ejemplar; pensamos especialmente en los profesionales de la salud, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los padres y madres de familia que han tenido que reinventarse para mantener confinados a sus pequeños en casa sin perder la paciencia… No olvidamos tampoco a los miembros de Cáritas y de otras instituciones benéficas de la Iglesia.

Pero también se ha puesto en evidencia la otra cara de la moneda: formas exageradas de nacionalismo, racismo, abuso en la venta de material sanitario, conflictos… Sigue siendo necesario fomentar una cultura del cuidado que erradique de una vez la indiferencia, el rechazo y la confrontación. Como dice la Academia Pontificia para la Vida, “estamos llamados a reconocer, con nueva y profunda emoción, que estamos encomendados el uno al otro. Nunca antes la relación de los cuidados se había presentado como el paradigma fundamental de nuestra convivencia humana”.

Los principios que han de guiar esta cultura del cuidado los señala la DSI y nos los recuerda el Papa Francisco: “La promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguarda de la creación”. En ellos encontramos la “brújula” para humanizar el proceso de globalización y para “convertirnos en profetas y testigos de la cultura del cuidado”.

Coincidimos con muchas tradiciones religiosas en la fe en un Dios creador, origen y modelo de la vocación humana al cuidado. La tradición judía, por ejemplo, tenía dos instituciones ejemplares en este sentido: el “Shabbat” y el Jubileo. Ambos regulaban el culto divino y promovían el cuidado de los más frágiles. Por otra parte, profetas como Amós e Isaías clamaban a favor de la justicia hacia los pobres. Y un judío “rompedor” como fue Jesús de Nazaret, se manifestó como el enviado a anunciar la buena noticia a los pobres y liberar a los oprimidos por el mal. Fiel a este proyecto, se identifica plenamente con la figura parabólica del “Buen Samaritano”: se aproxima al herido, lo cura, lo sube en la cabalgadura, lo lleva a la posada y se encarga de pagar los gastos del cuidado.

Urgidos por la compasión humana y la vocación cristiana, cuidemos a los pobres y frágiles, reconozcamos el valor social y económico del trabajo del cuidado, brindemos los cuidados desde los servicios públicos y cuidemos al cuidador, no nos vaya a ocurrir como a aquel trabajador que, afanado por cortar cada día más árboles, obtuvo un rotundo fracaso, simplemente porque se olvidó de afilar el hacha.


+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga


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